Ficción
Los barrios tienen solución
Por Cameron Robalino
*La imagen de portada de Los barrios tienen solución fue creada por Chat GPT.
Lo de todos los días: asfalto mojado en aceite de motor, moto-repuestos, jeepseros, caballitos, perrocalientes. En el camino, puestos de cualquier ciudadela popular: bodegas con chucherías que venden queso para rayar, cocineros independientes de frituras exquisitas, una licorería clandestina y, por último y más importante, la «farmacia», la popular farmacia que trae a consumidores de todas partes, incluso de otros cerros, los más lejanos imaginables.
En Caracas los cerros son casi todos barrios porque allí se mueve la mayor cantidad de habitantes. Allí hacen vida académicos de todos los grados y los que son famosos por jamás haber pisado una escuela, o haber pasado por ellas sin aspiraciones de usar lo que estas ofrecen. También allí viven los que trabajan en bancos, los que limpian pisos y los que comen en restaurantes caros. Por supuesto, también residen allí los que cocinan, los que lavan platos y los que se quedan a resguardar los locales por la noche. En este barrio en particular, habita Teteway, quien es especialmente conocido por su habilidad con los «caballos de hierro». Es, además, un dedicado administrador de la farmacia que se encuentra en el corazón del barrio, donde se mueve la economía interna más importante de esta miniurbe.
Teteway jamás terminó el bachillerato como su madre hubiera querido, sino que ofrecía «medicamentos» a quienes le ayudaban a pasar. Por eso lo expulsaron. Le quedó solo el camino de un parasistema. Se ladilló. ¿Para qué él quería ser bachiller si con ser «farmacéutico» tenía la vida resuelta en el barrio? Con esto se olvidó de lo que las aulas de clase le podían ofrecer.
Ascendió pronto en la jerarquía de la farmacia. No le costó demasiado, con hacerle llegar los medicamentos a suficientes «pacientes» lograba su cuota mínima; pero como la ambición no se le llenaba, se lanzó a distribuir a domicilio. Su habilidad con su caballo de hierro lo curaba de temer a algún «superintendente» que quisiera retenerle el negocio, él, que bien conocía las escaleras, se lanzaba por ellas con las dos ruedas, una habilidad que pocos o nadie tenía.
Por supuesto que en un par de ocasiones algún superintendente uniformado casi lo captura en su actividad, por ello se vio en la necesidad de darle fin a la carrera de unos cuantos uniformados que andaban en vigilancia de la farmacia; después de todo, las farmacias de los cerros no están avaladas por ninguna empresa, no les conviene esa distribución.
Todas las recetas las conocía Teteway, conocía con cuál proveedor conseguir qué medicamento y también tenía los récipes para dar dosis combinadas y eficaces. Cierto es que nunca le fue bien en matemáticas en lo que cursó del liceo, pero con qué talento sabía encontrar la medida exacta y el precio adecuado para los deseos de sus clientes. Nadie podía decirle que no sabía de números, aunque no supiera escribirlos.
Solo una persona en todo el barrio se atrevía a discutirle los cálculos a Teteway: Rafael, el vecino que vive al lado de la farmacia. Bien sea porque le parecía absurdo que se distribuyeran medicamentos en zona tal como el patio de su casa o porque creía que el barrio estaría mejor sin este negocio particular, Rafael era el único que se atrevía a decirle algo a Teteway y a toda la empresa que lo acompaña. Lógico es pensar que si a cualquier uniformado, de ser necesario, era retirado del mercado, ¿por qué no habría de hacerse lo mismo con un tercero que ni siquiera era parte del modelo de negocio? Fácil, Rafael es sobrino de un superintendente de lo más importantes en todo el país, sacarlo del barrio implicaba que todos los uniformados del país se lanzaran al barrio. Aunque el tío realmente no cuidase de su sobrino, si por medio de este conseguía la excusa para entrar al barrio de lleno, su trabajo se vería enriquecido y con la oportunidad perfecta para ascender otro escalafón en su interés personal.
Rafael nunca se interesó por «medicamentos» o por «farmacias», solo que detestaba convivir con ellos. Él solo quería creer en la frase de una de sus conferencias favoritas: los barrios tienen solución. Y no solo le parecía que tenían solución, sino que él podía ser parte de ella. Rafael poco sabía de academias, pero sí que sabía de la dinámica barrial; él tampoco terminó el bachillerato, pero fue porque sus padres murieron por exceso de «medicamentos» y no tuvo quien lo apoyara para seguir sus estudios.
De vez en cuando, cuando el tiempo y el dinero le alcanzaban, le gustaba asistir a conferencias, fue lo único que le quedó del colegio y el liceo. Y si bien no entendía todo lo que en ellas decían, sí entendía que la gente que hablaba en esos lugares, por muy bello que les sonara la voz, siempre dejaban de ver partes de la realidad. Él, testigo constante de la economía de la miniurbe, sabía que ni porque pagaran impuestos todos los negocios informales podrían estos competir con la máquina de billetes que es la farmacia tan especial de su barrio. La farmacia cuenta con servicio a domicilio y con todos los productos que en ningún Farmatodo, Locatel, Farmahorro o cualquier otra farmacia de franquicia se puede conseguir. La solución del barrio implica el desmantelamiento de la farmacia y de todos sus operarios, pero ni el tío de Rafael ni todos los conferencistas del país podrían hacer eso aunque trabajaran juntos durante meses, años o hasta una década entera, o al menos eso cree Teteway y cualquier farmaceuta.
Las tenciones entre Teteway y Rafael son altas, todos los días hay cruces entre ellos, pero la gente del barrio está acostumbrada. En los cinco años que la farmacia lleva funcionando nunca ha pasado nada más que algunos retiros laborales por parte de los dos competidores. Los niños saben bien quiénes son clientes frecuentes de este negocio, pues mientras ellos compran chucherías en la bodega de la esquina y su madre se toma una cerveza un viernes por la noche frente al mismo local, pasan por la calle, como lo más normal del mundo, un par de muchachos que vienen contentos de su reciente adquisición. Incluso, en ocasiones ves a los consumidores más interesados en el negocio haciendo ofertas esporádicas, pues hay que recordar que en estos tiempos que corren la moneda local no alcanza y hay que recurrir a una moneda dura. Los clientes, en el deseo de adquirir una mayor cantidad del producto que buscan, cambian cincuenta, sesenta o hasta setenta papeles con la cara de Bolívar por un billete verde y gringo. Al final, en la farmacia se lo cobran a ochenta, si fuera solo con bolívares apenas puede comprar casi la mitad.
A los farmacéuticos les conviene manejar papeles verdes, los bolívares ya están sucios, y aunque ellos también lo estén, necesitan dinero limpio para poder financiar sus operaciones. Es normal que la asepsia de una moneda extranjera sea más conveniente que la falta de valor que tienen unos billetes golpeados por su economía y por los mismos que los imprimen, que lo hacen ya sabiendo que no valen prácticamente nada por su propia culpa. En fin, el barrio necesita moneda extranjera y no local, y eso no lo dicen las conferencias.
Rafael también sabe esto y no puede hacer nada, él solo le insiste a los perrocalenteros que no le vendan a los de la farmacia, y que si lo hacen por lo menos le escupan el pedido, que le pongan comida vencida a ver si una indigestión los indispone y quedan a merced de algún superintendente que los buscaba justo cuando acabaran de comer. Pero ningún perrocalentero haría eso, en el barrio todos saben que es mejor no buscar problemas con los farmacéuticos, después de todo ellos traen dinero a lo que circundan y ofrecen las mejores fiestas, de tres días sin parar y sin importar si importunan a alguien de alguna manera.
Teteway en donde más gasta es quizá en la venta de motorepuestos, sabe que puede pedir cuanto le venga en gana, sabe que le pueden fiar: él siempre acabará pagando (e igual estarían obligados a darle el servicio o repuesto si no lo hiciera), además, las bajadas en escaleras por dos ruedas no le salen baratas a los caballos de hierro.
Es importante decir que por más que los farmacéuticos pidan fiado terminan pagando, esto en comparación con los uniformados que piden colaboraciones con costo cero a sus fondos. Pone a pensar a cualquiera quién termina generando mejores resultados, si el que se endeuda mucho, pero termina pagando así sea meses después; o si el que protege y permite la operatividad del negocio que llevas. Al final no tienes opción, tienes que atender a los dos.
El barrio, al pasar de los días y noches, demanda claramente otros negocios paralelos al de la farmacia. Por el día hay quienes se rebuscan de mover agua, porque bien es sabido que las casas de los barrios jamás tienen agua. De entre los hacedores de esta tarea está Rafael, quien todo lo hace en su barrio para poder ganarse lo que necesita para seguir viviendo. Carga por los menos unos quince viajes en toda la tarde, con eso puede resolver para comer un par de días. Rafael también hace de mandadero: a veces compra el gas para quienes no están en casa por andar trabajando o estudiando; a veces limpia matorrales y corta monte, casi que siembra en la tierra que el barrio siempre tiene, pero la basura de toda zona marrón lo limita, esta tierra no tiene prosperidad para alimentos, solo para «medicamentos». Rafael, por más que jamás se ha dado al vicio y no le interesa, a veces, cuando no puede dormir en las noches, envidia la fluidez monetaria de los farmacéuticos; detesta admitirlo, pero él sigue creyendo: los barrios tienen solución.
Teteway pasa sus días y noches en la vigilia de sus medicamentos, es cierto, la ambición lo lleva a cada vez vender más y más, pero su negocio no le da una vida para ahorrar, solo puede pensar en el calor de la calle, unos zapatos nuevos cada semana y de vez en cuando alguna sobredosis de excitaciones nerviosas por la calidad de sus productos. No le envidia nada a nadie, ni le interesa en lo absoluto cuántos años más pasen siempre que pueda darse, a toda fuerza de motor bramante, deslices en las escaleras y evasiones de vigilantes. Mientras lo medicamentes circulen, él será feliz.
Si bien un hombre puede ser miserable y querer su casa, y otro un pobre rico de éxtasis de felicidad forjada por el exceso, ambos son parte de algo que es real y ocurre todos los días. El barrio. El cerro ocurre cada momento de todos los días sin detenerse. Ocurren «medicinas» en manos de menores y menores trabajando en cualquier necesidad básica porque hasta buscar recipientes donde guardar agua es parte del oficio del trabajador barrial. Y así hay gente que da conferencias diciendo: los barrios tienen solución. ¿Qué pasará por sus mentes al decir cosas como esa sin ser ellos habitantes de la miniurbe? ¿Por qué Rafael no les cree y dicen que no ven lo suficiente? ¿Qué puede saber Rafael que nunca estudió sobre qué necesitan los barrios si él solamente vive en uno de tantos de ellos? ¿Si Teteway es feliz, acaso son los barrios un problema? ¿Los barrios tienen solución?
De nuevo, lo de todos los días: asfalto mojado en aceite de motor, moto-repuestos, jeepseros, caballitos, perrocalientes y droga, mucha droga. Los barrios tienen solución.
**¡¡¡¡¡Heeeeeeey!!!!! Ahora tenemos una unidad de producción de libros. Mira nuestros títulos disponibles aquí.
Historias similares
La habitación en tinieblas
Linda soltó un grito desgarrador y se arrastró hasta el fondo de la habitación mientras suplicaba. Pero las palabras que dijo la otra fueron ahogadas por el silbido que se produjo en el aire cuando el ser se abalanzó sobre ella.
La foto de los tres
ELENA: Qué bellos están en esa fotografía. Da miedo. Sobre todo si piensas cómo los vi, por separado, veinte años después. Comenzaron a envejecer de manera semejante; como si el rostro empezase a pesarles y las mejillas y los pómulos les colgasen de las orejas. Pero es increíble el fulgor que tienen en ese instante. Quizá es la luz de la tarde, el reflejo del mar al fondo, la alegría que cada uno siente al tener tan cerca a Mary Carmen
Tras los pasos de Shena
«Hay muchos que alegan que tuvieron relaciones sexuales con Shena cuando ‘trabajaba’ en el lupanar o que conocieron a alguien que lo había hecho».
Suscríbete a nuestro boletín
Prometido: vamos a enviarte pura información cool, de esa que de seguro te interesa (chismecitos literarios, cosas para reir, tips para tu guion, etcétera). Y, obvio, también te mantendremos al tanto de todas las novedades con respecto a nuestros talleres.

Quiénes somos
Una productora cultural que trabaja en torno a la literatura, el cine, las series y el humor. Nuestra actividad principal es organizar talleres formativos en esas disciplinas.
Links del Sitio
Contacto
Para información sobre los talleres y nuestros libros:
inscripcionesc.amarillo@gmail.com
Para cualquier otra información:
productorac.amarillo@gmail.com
0 comentarios