Ficción

La economía freelance es informal, y a nadie parece preocuparle

por | Sep 22, 2023

Por Samuel Calzadilla

A finales de mayo de 2022, los argentinos despertaron con una noticia agridulce para la economía freelance: el Banco Central de ese país formalizará a los prestadores de servicios al exterior, permitiéndoles recibir legalmente hasta US$1,000 en sus cuentas nacionales. Del otro lado del mundo, Malt –una plataforma de trabajo en línea–lanzó el informe Freelancing en Europa 2022, reivindicando a un sector formalizado que no hace más que crecer y preocuparse por los inflexibles procesos de selección de candidatos.

A un par de años del desalojo de las oficinas por la pandemia, los contrastes entre formalidad e invisibilidad para el trabajo independiente solo se han acentuado. Dependiendo de dónde estés, puedes lograr una carrera profesional sólida, con expectativas a futuro y seguridad financiera; o también es posible que debas resignarte a vivir en las sombras, implorándole a tu gobierno local que te deje retirar lo mínimo para sobrevivir.

Casi sin darse cuenta, los freelancers latinoamericanos surfean la ola de una economía subterránea disfrazada de formalidad. Tanto los que atendieron al grito independentista de su alma laboral, como los que vieron en el trabajo online una oportunidad para enriquecerse sin esfuerzo, se enfrentan a un sector económico que no los protege, y que además los envuelve en un bucle interminable de supervivencia sin condiciones mínimas. Al contrario de la informalidad que todos conocemos, esta economía subterránea hace tanto honor a su nombre que ni siquiera se ve, convirtiendo a sus miembros en sujetos-producto excluidos institucionalmente y con pocas oportunidades de lograr reivindicaciones.

De la economía informal a la economía subterránea

Aunque Bourgois define a la economía subterránea como aquella que no está sujeta al pago de impuestos, en el ámbito de los servicios en línea el concepto evoluciona en su significación: millones de freelancers no solo pagan por su permanencia en una plataforma laboral, sino que además deben asumir cuantiosas tasas y comisiones al intentar obtener la remuneración por su trabajo. Todo esto, a cambio de invisibilización y exclusión estatal.

A la par de esto, la desmotivación en el sector de servicios, definida también por Bourgois hace casi tres décadas, parece un concepto lejano y poco propenso a ser puesto sobre la mesa. Esta desilusión es solo la punta de un iceberg sumergido en el mutismo y la mediocridad. Mientras que el trabajo freelance se masifica y formaliza en Europa –con pocas, pero innegables limitaciones–, en Latinoamérica ni siquiera existe la motivación para iniciar el debate sobre la precarización de las labores a distancia. Esta inacción estéril solamente profundiza la poca disponibilidad de oportunidades y condiciones óptimas, más aún cuando se tiene un sector informal al que cualquiera puede acceder sin saber cuál es o cuánto vale su trabajo.

En ese sentido, la improvisación no da tregua al 51% de los freelancers latinoamericanos que aseguran dedicarse a 2 o más proyectos simultáneos. Si bien el 76% de los freelancers españoles ven como una ventaja el hecho de poder elegir a sus clientes, esto no es un privilegio asequible para la mayoría, y menos cuando los zarpazos de la informalidad arrasan con capacidades de ahorro, poderes adquisitivos, planificaciones de jubilación entre otras ventajas inexistentes.

A medio camino hacia la abolición de las oficinas, cabe preguntarse si será posible algún día formalizar el trabajo independiente, o si, por el contrario, habrá que acostumbrarse a una economía subterránea con graves consecuencias. En los próximos años, se espera que las empresas continúen abaratando costos de la mano de la tecnología, lo que originará procesos de selección con preguntas como: ¿qué nos puedes ofrecer que aún no nos ofrezca nuestro software? Ante esto, Latinoamérica se arriesga a convertirse en el patio trasero de la economía freelance –¿no lo es ya?–, donde las hienas se batirán a duelo para conseguir a ese cliente extranjero en busca de una mano de obra necesitada.

Pese a que nadie parece estar dispuesto a escuchar, la situación actual obliga a replantear las condiciones que sostienen al trabajo autónomo. Cada vez son más los profesionales que invierten tiempo y conocimiento en satisfacer la demanda de servicios, sin que el esfuerzo compense la falta de contratos, garantías sociales, modalidades de cobro legales y organismos reguladores de las actividades en el sector.

Aunque es cierto que las soluciones implican acciones globales, en Latinoamérica el trabajo es especialmente arduo. Más allá de las técnicas de dinero fácil en TikTok, es necesario asumir el trabajo en línea como lo que es: una actividad con igual nivel de importancia que el trabajo convencional. Lejos de favorecer un nicho por encima de otro, lo ideal es conseguir una formalización inclusiva, donde escritores, periodistas, fotógrafos, diseñadores, desarrolladores, entre otros puedan laborar en igualdad de condiciones. Un mercado laboral eficiente no puede permitirse perpetuar un área imprescindible, condenando al fracaso a toda la fuerza laboral que no se sube al mismo tren.

En plena era de la supremacía digital, donde todos tienen un lugar en línea, es necesario construir alianzas locales y regionales, a través de las cuales se pueda visibilizar, promover y regular la legalización del trabajo online sin abusos. Hasta el momento, la supervivencia de la economía subterránea solo ha condenado al abismo a la economía freelance en Latinoamérica, donde solo queda tiempo para reinventarse y subsistir con las condiciones mínimas. Frente a esto, la unión y la visibilización se plantean como objetivos ideales, con la finalidad de que, en algún momento, a alguien más comience a preocuparle.

*Este texto fue producido en el taller En mi humilde opinión, dictado por Zakarías Zafra

 

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