Ficción

José Miguel Mota y la literatura imaginativa

por | Ago 22, 2024

Por Lizandro Samuel

*La imagen de José Miguel Mota es de cortesía.

Si a José Miguel Mota Mendoza (M. M. J. Miguel) le preguntan dónde están sus cuentos, es capaz de responder: “Dispersos como las esferas del dragón a lo largo y ancho de la Internet. Solo hay que saber dónde buscar”.

Se autodefine como un “entusiasta de las artes escritas y sonaras” y como un “pirata de tierra firme”. Estudia Letras en la Universidad Central de Venezuela. Fue editor de la revista Pasillo Gen’20. Mención honorífica en Solsticios: Concurso Venezolano de Cuen­tos de Fantasía y Ciencia Ficción (2017) y en el Premio de Cuento Julio Garmendia de la Policlínica Metropolitana (2023). Narrador seleccionado en la Semana de la narrativa, auspi­ciada por Revista Ojo y Ficción Breve (2019).

Además de todo eso, ha publicado en las antologías Ecos de la tundra (2019), Brevelectric: Narrativa sin sello (2020), Fractal (2023) y Los novísimos (2023).

Con él, doy inicio a esta serie de conversaciones en Círculo Amarillo con escritores emergentes.

Empecemos con preguntas intensas de una vez. ¿Por qué escribes?

Principalmente siempre me ha gustado contar historias, no porque esté inconforme con mi realidad, sino porque sencillamente creo que es una vía mucho más lúdica de explicar o entender alguna intuición, alguna inquietud o alguna curiosidad.

La literatura no es mi primera carrera como tal. Yo fui músico muchos años. Yo estudié órgano tubular en la [Escuela Superior de Música] José Ángel Lamas. Me dediqué a la música de manera muy formal. Llego a la literatura precisamente como un entusiasta, como un ocurrente que le encantaba ver series, le encantaba ver anime, le encantaba leer manga y evidentemente leer lo que estaba más o menos en boga en lo que es la literatura imaginativa, que es lo que a mí me gusta.

Empiezo a escribir precisamente cuando me quedo sin trabajo por toda la crisis de Venezuela del 2016 y 2017. Necesitaba canalizar la energía creativa que tenía. Y también para no pegarme un tiro. En ese tiempo escribí una novela, terrible, de fantasía. En ese momento, empiezo a ver que escribir me está ayudando a entender. No a entender el contexto social ni el contexto país, eso es una cosa aparte. Sino, cuál es mi lugar en el mundo respecto a mis propias inquietudes. Al fin y al cabo, uno escribe porque tiene unas propias inquietudes y se tiene mucha estima a sí mismo. Un escritor que te diga que no se tenga mucha estima a sí mismo se está cayendo mentira.

Me interesaba ver adónde me conducía la escritura respecto a otras artes. La música es un medio de representación y siempre va a estar cambiando cómo tú lo percibes, cómo lo perciben los demás, igual que la escritura, ¿no? Entonces, los medios de representación donde yo soy más o menos ducho son la música y la escritura. En los últimos años, me he inclinado más a la escritura porque es un contacto mucho más directo: hablar y escribir. La música es una cuestión abstracta: hay una notación musical, una forma de ver el fenómeno estético de una manera más sensible, pero que al fin y al cabo no comunica nada porque no es lenguaje. O sea, te puede dar sensaciones porque te recuerdan a algo, te despiertan la memoria; pero si la música no tiene letra, muy difícilmente podemos llegar a un consenso de que esta música es triste o esta música es alegre. Es muy difícil.

Con la literatura, ese rango de ambigüedad baja muchísimo. Si tú escribiste que la casa es rosada, todos podemos llegar a un consenso de que la casa es rosa. Entonces más o menos por eso puede ser que escribo, para darle una rienda suelta a mis propias inquietudes, a mis propias intuiciones. No una explicación, más bien una exploración. Porque, al fin y al cabo, buscar es explorar. Sin ánimo de encontrar nada, porque al fin y al cabo capaz no encuentras nada. Tú llegas al final del túnel y no llegas a nada, no encuentras nada. El abismo es una cosa muy profunda. Escribir es precisamente dialogar con tus propios abismos y con los abismos de los demás.

Hay un montón de gente escribiendo y todos estamos viendo nuestros abismos. Ahí es que empiezas a dialogar y te empiezas a alimentar de eso. A mí me parece que es un proceso muy nutritivo para el que quiera ser artista dentro de un contexto en el que, por lo general, el artista es un tipo bastante marginado y bastante fuera del foco de lo que es el mach media.

Esta es una opinión muy personal. Creo que para ser artista tienes que estar muy en contra de algo: de tu mamá, de tu papá, del quiosquero de la esquina, del gobierno, da igual. Una escritura o una intención estética o una convicción estética que no está en conflicto con algo me parece una intención estética bastante banal. O sea, antes de escribir algo así es preferible que se vayan a sacar los mocos al Sambil. Entonces, básicamente, mi escritura es eso: una resistencia y una comunicación con las cosas que me molestan o me interesan.

¿Dejaste de ejercer la música?

Como carrera, sí. Dejé de ejercer la música precisamente porque, bueno, yo trabajé muchos años en el Sistema de orquestas y por cuestiones ideológicas no seguí haciendo eso. O sea, me parecía inaudito. Yo soy muy extremista en eso, quizás por mi pasado o por mi convicción con la música que escucho: el punk. Uno tiene que tener convicciones, que pueden estar equivocadas, cómo no, de eso se trata.

Dejé la música a nivel laboral. Sigo tocando, sigo componiendo a veces cosas para mí, pero nada para mostrar. Me he dedicado más que todo a la literatura. Quién sabe, quizá dentro cinco o siete años ya la literatura se haya agotado dentro de mis intereses y empiece a pintar, a hacer collages. Porque yo dejé precisamente la música por la literatura como una cuestión bastante puntual, para no pegarme un tiro. Entonces, quién sabe qué otra cuestión pueda llegar por allí.

Básicamente dejaste la música porque estabas deprimido y fue como una suerte de terapia o de sublimación. Hoy día, ¿de qué vives y de qué quieres vivir?

Yo soy un romántico en pleno, o sea, yo quiero vivir de escribir. E irónicamente cuando yo empiezo a escribir, empiezo a trabajar en cosas a destajo: artículos de copywriting, artículos SEO y cosas así. Irónicamente me pagaban mucho más de lo que me estaban pagando cuando trabajaba en el Sistema, en la época de Venezuela en la que con cinco dólares podía vivir dos meses.

Hoy en día, me interesa la edición, me interesan los movimientos culturales, los movimientos literarios como músculo, como unión. Este tema también de que unidos somos más, podemos mostrar cosas. Porque la literatura solo le interesa a la gente que está dentro de la literatura. Es muy difícil que a alguien que no tenga contacto con la literatura de una manera muy normalizada le interesen estos temas. Es verdad que escribiendo uno puede llegar a las masas, pero yo no me caigo a mentiras. A mí me gusta mucho leer a mis amigos, me gusta que mis amigos me lean. Y me gusta leer a gente que está también en esa misma tónica.

A nivel económico, yo trabajo es a destajo. Pero eso no es un trabajo creativo como tal. Mi trabajo creativo como artista, o sea, mi convicción estética, es escribir ficción. Y hacerlo con una estética que está bastante separada de otras cuestiones, que es la literatura imaginativa: la literatura de fantasía, la literatura de ciencia ficción, o lo fantástico netamente dicho. Son como mi núcleo. Yo abracé eso como mi norte. Evidentemente, puedo apreciar otras cosas fuera de eso, pero yo soy muy fiebrúo con mis cosas.

Estoy muy en contra de esa idea de que uno tiene que salir de su zona de confort. Yo me siento muy bien en mi zona, porque pienso que aquí está todo. Y que si hay algo fuera de eso mi zona de confort me conducirá allá. Confío demasiado en mi zona de confort estética.

Dices que la literatura interesa poco a quienes están fuera de ella. Sin embargo, los géneros que te interesan a ti son los que más se venden a nivel mundial. O sea, son en teoría con los que tendrías más posibilidades, dentro del rango de la ficción, de tocar más cantidad de personas.

Es una ironía porque esto es hablando dentro del mercado anglosajón. Cuando ya tú vas a observar cómo es el trato de literatura imaginativa dentro de Hispanoamérica, no se le trata con el mismo afán o con la misma emoción. He notado siempre un desdén y eso lo notas también dentro del plano académico. No se investiga mucho, ni los tipos que hay de literatura de fantasía ni las autoras que están resonando.

Sí tengo que decir que en los últimos años ha habido un boom muy importante dentro de Hispanoamérica, llevado por mujeres: hablamos de Liliana Colanzi, Mónica Ojada… que tú lees sus libros de cuentos y están dentro de todo ese rango de lo imaginativo.

Pero eso es de diez años para acá. Antes de eso ha habido mucho desdén, porque a la literatura imaginativa siempre se la ha visto como un mercado para niños, como una literatura infantilizada, formulaica, muy formulaica, que no tiene nada que decir al respecto de las inquietudes universales del hombre y estas cuestiones…

La gente cree que la gran literatura te habla de “los grandes temas”. Para mí la gran literatura sí te habla de los grandes temas, pero los grandes temas van cambiando con el tiempo. Las ideas no son lo inestable, lo inestable son los medios de representación. Hoy en día la representación más potente de lo que es el miedo, el horror, lo puedes encontrar en Nuestra parte de noche.

En Hispanoamérica es muy difícil encontrar literatura de fantasía, también por una cuestión historiográfica. Nosotros no tuvimos Edad Media. Nosotros fuimos pueblos originarios y saltamos de una vez al barroco. Entonces, es muy difícil escribir imaginativamente cuestiones mitológicas o fantasiosas, por ponerlo de una manera, desde el español, desde la lengua del colonizador. Esto a diferencia del anglosajón, que evolucionó su imaginario colectivo con sus vikingos, sus elfos, sus dragones… todo desde su propio lenguaje.

Por ejemplo, estás leyendo una obra en español y de repente te meten una palabra indígena. Eso te corta el flujo de lenguaje porque piensas que no pertenece al mundo semántico y te cuesta precisamente diluir el referente. Es muy difícil hacer literatura de fantasía acá, al menos en el sentido de los héroes haciendo grandes hazañas. A diferencia de los anglosajones, para quienes la palabra dragón es parte de su imaginario, de su cultura, de su ADN.

¿Este invento caribeño que llamaron “realismo mágico” no viene siendo básicamente fantasía?

Sí. Yo soy un defensor del realismo mágico por dos razones. Primero, porque se le dio la vuelta a esta problemática que te comentaba, pero precisamente desde nuestra lengua y desde el lenguaje. La fantasía o la imaginación es el vehículo con que tú animas las inquietudes que no tengan que ver directamente con el mundo real: el mundo de los sueños, el mundo de las ensoñaciones, el mundo del recuerdo. El realismo mágico me gusta mucho porque te permite observar y potenciar el contexto desde una mirada que se permite no representar, sino que se permite imaginar. O sea, la imaginación es el punto de anclaje de tu lenguaje, no la representación. Una silla dentro de un contexto imaginativo podría no llamarse silla, podría, qué sé yo, “el posanalgas”. Y eso ya tiene una carga semántica, una carga lingüística que apropia y le permite al lector y le permite al escritor refractarse, dividirse e iluminar unas zonas que quizás el lenguaje mimético en las obras del realismo no te lo permiten. O lo permiten desde otras perspectivas, tocando otros temas. Yo siempre digo que soy enemigo acérrimo del realismo, pero eso simplemente es una fachada. O quizás no, ¿quién sabe? Estoy muy en contra del realismo que es bastante desdeñoso o formulaico, aunque mala y buena literatura hay dentro del realismo y en todos lados, no nos vamos a caer a paja.

Dentro del realismo mágico se prende precisamente una chispa que permite observar el mundo desde otras ópticas y observar la creación literaria desde otro foco. La imaginación funciona como decía Tolkien, como la luz refractada. ¿Qué le pasa a la luz cuando pasa a través de un cristal o cuando pasa a través de un vaso lleno de agua? No se queda atrapada, sino que se refracta, se diluye. Eso posibilita un montón de mecanismos creativos que si el escritor es ducho y si tiene la suficiente sensibilidad lo va a captar.

A ver, dijiste hace rato que eres un romántico y que aspirabas vivir de la escritura. ¿Cómo es vivir de la escritura en la Venezuela de 2024 y para un autor emergente nacido en 1989?

Bueno, para muchos yo soy un boomer. Simplemente que me veo mucho más joven y siempre estoy como en contacto con lo que están haciendo los más jóvenes. Yo me siento muy joven siempre, en la línea de lo que se está haciendo: yo veo Netflix, siempre estoy como leyendo las cosas que están saliendo nuevas.

Bróder, que eres del 89, no del 60. Tú eres millennial y tienes apenas 35 años, no 70. “¡Yo veo Netflix!”. ¡Claro, todos ven Netflix: incluyendo los señores de más de 70 años!

Bueno, pero por lo menos no uso TikTok y no estoy muy en boga de lo que es ser hoy día booktuber.

Los booktuber son de tu generación. Los de los centennials son los booktokers.

Okey. A lo que voy es que es rarísimo eso. Vivir de la escritura precisamente es entregarte también al tema de que hay un trabajo de por medio que siempre va a ser cuesta arriba. El artista siempre ha tenido una cuestión que no acepta que esto es darse un puñal uno mismo, es ponerse la soga al cuello. Ser artista precisamente es luchar contra un sistema el cual no le da importancia al arte desde lo capital y desde lo social, incluso dentro de tus propios círculos más cercanos siempre estás recluido a tu propia convicción.

Yo, escribiendo ficción propia mía, no te puedo decir que facturo mucho de eso. Yo vivo de hacer otras cosas. Vivo de escribir, evidentemente. A través de lo que llamamos matar tigritos. Ojalá pudiésemos tener plataformas o músculos suficientes para que haya una industria editorial muy sólida. A mí me parece inaudito que las pocas editoriales que existen acá, por ejemplo, no tengan la recepción de manuscritos abiertas para tanta gente que está escribiendo. Pero también lo entiendo porque es un problema también de infraestructura, un problema también de plataforma, un problema de metodología. En Venezuela no hay una perspectiva de edición. Todos los que editan hoy en día o los que están dentro de la edición es por una cosa empírica, que aprenden precisamente por haber leído algo y por ensayo y error. No es que hay una escuela que diga “el oficio de editor es esto”.

Para el que escribe eso no lo va a detener, pero es cuesta arriba. Buscar siempre afuera, mandar textos afuera, ver cómo están los mercados organizados e intentar precisamente crearte tu propia carrera con los amigos que te quieran acompañar, con los enemigos que también te quieran acompañar, porque eso también es lo divertido.

El artista debe de ser muy consciente de que mientras con más seriedad se tome esto, va a ser mucho más fácil encontrar las maneras de facturar; y más allá de facturar, sentirse pleno. Porque al fin y al cabo, si yo me siento muy feliz con lo que estoy haciendo, eso ya lo paga todo.

¿Incluyendo el mercado?

Sí, sí. Si escribí un cuento y me lo publican en una revista y no me pagan, okey, ya doy el mes por servido, porque ya también he hecho otras cosas que me dieron dinero: qué sé yo, mil artículos SEO diciendo cómo tengo que regar las matas en verano o en invierno. Yo he trabajado haciendo descripciones para programas de Directv o Simpletv, pero eso no me llena a mí.

Si yo fallo en la literatura, no va a ser culpa de nadie, solo mía. Puedo echarle la culpa a la situación del país o a lo que sea, pero en el fondo será mi culpa; porque, sabiendo eso, me lancé este barranco. Yo estudié música. Dejé la música y me metí a estudiar Letras. Creo que no soy el mejor ejemplo de tomar buenas decisiones [risas]. Pero es que yo me considero artista plenamente, porque no entiendo otra forma de vivir. No me imagino en una oficina todos los días, encorbatado, siguiendo los lineamientos de un jefe. No puedo, me asfixiaría.

Yo pienso que expresar las inquietudes que tocan mi sensibilidad siempre van a ser mi punto de anclaje. Dejar la escritura es muy fácil, dejar de ser artista es muy fácil. Empiezas a meter currículos por ahí y algo saldrá: empaquetando bolsas de un supermercado, siendo cajeros, estando en un banco. Yo cuando era músico mi sueño era girar alrededor del mundo con una banda de metal. Una banda de metal en Venezuela, de paso. Y en su momento la banda llegó a estar bastante consolidada. Llegamos a tener la Plaza La Castellana llena para escucharnos. Pero bueno, la Nación del Fuego atacó, vino el 2016 y el 2017, y todo se fue al garete. Entonces, es como una cuestión de “yo tengo que hacer cosas”. No puedo quedarme quieto. Hay que molestarse y hacer cosas.

Para ir cerrando, teniendo en cuenta todo el contexto que dices de la literatura imaginativa en Latinoamérica, ¿te has sentido un poco raro dentro de la literatura venezolana?

Siempre. A mí cuando me invitan a hablar en estos encuentros de autores o para presentar un libro, yo me siento rarísimo porque no tengo nada en común con los otros autores que están allí. Los conozco, son panas, nos hemos caído a birra, pero mis intereses son mis intereses.

Yo tengo una visión de hacer literatura muy distinta. No me interesa representar absolutamente nada del país, no me interesa representar absolutamente nada de la situación social. No porque no me interese a nivel sensible. Aquí cito a Tolkien: la realidad que a nosotros nos asfixia nos lleva a querer evadirla o a querer escapar. Si tú estás preso, ¿cuál es el primer pensamiento de alguien que está preso? Escapar, es sencillo.

La fantasía es el vehículo primigenio de la literatura. Porque las primeras manifestaciones de lo que conocemos como literatura hoy en día son cantos épicos, contactos con entidades divinas, viajes imposibles donde el héroe tiene que hacer un montón de cuestiones, cuestionamientos precisamente de su propio lugar en el mundo. Y eso lo vemos desde la Odisea hasta el Gilgamesh, que fue primero. O podemos verlo también en El cantar del Roldán.

Imaginar no es algo raro. Yo me siento como, salvando mucha distancia, me imagino que se sintió Julio Garmendia en su momento. Porque Julio Garmendia escribió literatura fantástica. Es un autor que fue bastante contracultural.

Cuando me invitan a eventos, yo me siento halagado, pero me siento extrañado también. Porque yo tampoco me considero un escritor muy ducho, muy estético. Soy muy rústico. Trato de encontrar siempre como que la belleza en la metáfora, en la metonimia, o la belleza en el símil. No creo que lo haga muy bien como autoras como Andrea Leal o Natasha Rangel, que yo respeto mucho, porque son muy duchas con el lenguaje. Yo leo muy mal, escribo también muy mal. Soy muy holgazán. Pero uno tiene que ser fiel con las cosas que le interesan. Porque si tú escribes para fingir que escribes, no estás haciendo nada.

El año pasado extrañamente salí seleccionado en el Premio de Cuentos Julio Garmendia de la Política Metropolitana y yo escribí un cuento de fantasmas. Rarísimo. Halagado precisamente. Pero pienso que ese va a ser siempre mi norte: sentirme raro. Y mi recomendación para la persona que quiera empezar a escribir es mantente genuino. Si tú eres un artista de verdad, si el arte de verdad te jala, tienes que morir en ese colina. No te vas a cambiar de bando. En términos futbolísticos, si eres del Caracas FC no te vas a cambiar al [Deportivo] Táchira.

[Risas] Ojo, los fanáticos, porque los futbolistas y entrenadores van de uno a otro equipo sin ningún problema.

Claro, claro. Yo respeto y estimo en mis contemporáneos que de verdad están haciendo su cuestión. Que defienden su rollo, sea cual sea. Ese es el punto de encuentro donde a mí me va a interesar conversar contigo. Yo no me considero ni siquiera un exponente de la literatura imaginativa, simplemente me gusta mucho hablar de ella. Fastidio a mucha gente con eso.

La obra imaginativa de Fedosy Santaella es increíble. En sueños matarás me parece la novela del fantástico gótico más importante que se ha escrito en este país. Me parece increíble. Y no se habla mucho de ella, no se investiga mucho. Yo siempre lo digo. La trilogía de Santiago se va, de José Uriola, es la obra ciencia ficcional venezolana más importante que hemos tenido. Hay que agarrarnos de allí. Allí están los cultores. Porque la tradición está. Julio Garmendia, Roberto Echeto… O sea, hay unos tipos. Yo solo soy un recién llegado que les da tarima.

 

*Si llegaste hasta aquí, probablemente te ineterese el taller El mundo literario venezolano, hoy, con Ricardo Ramírez Requena

1 Comentario

  1. Tito

    Excelente entrevista. M. M. J. Miguel es un entusiasta de lo imaginativo que logra entusiasmar.

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