Ficción
Los Joker: 4 visiones de nuestro mal desde la psicología arquetipal
Por Luis Bond
*Imagen creada por el generador de imágenes de Bing.
Hace unos cuantos años, el gran Jean-Claude Carrière (guionista de clásicos como El discreto encanto de la burguesía y Ese oscuro objeto del deseo) declaró que la filmografía de un país era el reflejo de su sociedad. Parafraseándolo, me atrevería a ir más lejos y asegurar que las historias que consumimos en la actualidad –y la forma en la que lo hacemos– son un reflejo de nuestra época.
Vivimos en tiempos “líquidos” (como lo explica el filósofo moderno Zygmunt Bauman), donde nos diluimos por completo en el colectivo y, en paralelo, nos hacemos más narcisistas: el caldo de cultivo ideal para que florezca la psicopatía. La opinión pública se polariza en discursos estériles gracias a la corrección política, víctimas y victimarios intercambian roles al hacerse portadores de la verdad y propician cacerías de brujas por doquier. En un mundo sumido en el caos, no es de extrañarnos que un personaje capaz de hacer y decir lo que muchos callan –pero que nadie se atreve a admitir– genere una fascinación tan grande hasta el punto de volverse un icono de la cultura pop. Por supuesto, me refiero al Joker.
Creado en 1940 (aunque desarrollado a profundidad a partir de los años 50), el Joker es el antagonista por antonomasia de Batman. Mientras que el primero encarna la locura y el caos, el segundo intenta imponer la racionalidad y el orden; parece imposible hablar de uno sin tener en cuenta al otro. En sus múltiples versiones, el Joker se ha esforzado en sumir a todos en su demencia, logrando quebrar en más de una ocasión a Batman. A pesar de tener más de 70 años de existencia, en la actualidad este terrorífico payaso nos sigue sorprendiendo más y más en cada encarnación, transformándose en un emblema de la sombra del hombre moderno (caos, locura, violencia, humor retorcido y vacío existencial).
He decidido revisar 4 versiones en la pantalla grande de este personaje. Desde la psicología arquetipal, intentaré establecer las diferencias que han hecho de cada encarnación algo especial, usando como hilo conductor el pilar que le da cuerpo a este emblemático payaso: su locura y la cara oculta que refleja de la modernidad.
El ciclo de la violencia: Zeus y el complejo del poder
Nuestra primera parada comienza con la caracterización del laureado Jack Nicholson de la mano del director de culto Tim Burton en Batman (1989). Esta versión representa uno de los miedos del colectivo de la época: la indefensión frente al poder de la mafia y la corrupción. Esta es una de las pocas encarnaciones donde conocemos el origen del Joker, incluyendo su nombre real. En esta historia, Jack Napier asesina a los padres de Bruce Wayne a sangre fría, hecho que –como ya es harto conocido– marca el nacimiento de Batman. Tiempo después, Jack es interceptado por su Némesis durante un robo y termina cayendo en un tanque lleno de químicos. Gracias a esto –y una mala praxis– quedó desfigurado y con la cara pintada como payaso para siempre, transformándose en el Joker (y perdiendo la escasa cordura que le quedaba).
Más allá de la excelente interpretación de Nicholson (que parece haber nacido para el papel, por su histrionismo y risa perenne), este Joker se aleja de su predecesor (Cesar Romero) al encarnar a un psicópata obsesionado con ser el dueño y señor de Ciudad Gótica. Un setting que le hace constelizar características oscuras del arquetipo de Zeus que se manifiestan desde su complejo del poder (“Grupo de ideas emocionalmente intensas asociadas con un actitud que trata de subordinar todas las influencias y experiencias a la supremacía del ego personal”[1]).
En la mitología griega, Zeus es el dueño y señor del Olimpo. Se enfrentó a los titanes (que lo superaban con creces), haciendo alianzas estratégicas con sus “tíos” rechazados. Una vez alcanzada la paz, estableció el patriarcado, distribuyó con sus hermanos mayores el mundo, quedándose con lo que hay entre cielo y tierra para mandar a sus anchas. Tuvo una serie de hijos y matrimonios para tener el control sobre muchas fuerzas primordiales. Al igual que su padre Cronos, cuando supo que un hijo podría destronarlo tomó medidas al respecto: devoró a su esposa (Metis) mientras gestaba su embarazo. Tiene la habilidad de metamorfosearse para engañar a cualquiera y obtener lo que desea. Poderoso y temido, Zeus siempre impone su justicia y fulmina con su rayo a aquel que lo desobedece. Está acostumbrado a gobernar y no está dispuesto a doblegarse ante nadie.
Motivado por su resentimiento, este Joker desea deformar a toda Ciudad Gótica y mandar sobre ella. Por su ingenio y ausencia total de escrúpulos, rápidamente se erige como el jefe criminal más temido del lugar y pone en aprietos a Batman. Tomado por el complejo del poder, este Joker nos permite acercarnos al concepto del psicópata del tipo paranoide con “necesidades de dominio y sujeción. Desconfiado y suspicaz acude a la manipulación y al engaño, a la persuasión, la intriga y el cálculo para lograr sus propósitos (…) en la psicopatía hay una incapacidad moral para sentir culpa, por lo cual se presenta la seguridad y confianza en sí mismo. Una inflación titánica del ego”[2]. Gracias a esta patología, la soberbia nubló su juicio, haciéndole perder función de realidad en su confrontación final contra Batman, costándole la vida (curiosamente, cayendo desde lo alto de una catedral, metáfora de esa Némesis que le deparó su ego inflado y alienado).
La destrucción del status quo: el anarquista y el juego especular de Hermes
Hablar del Joker que personificó Heath Ledger en The Dark Knight (2008) es una tarea complicada por toda la leyenda que gira alrededor de él. Más allá de representar el cenit de la trilogía de Batman de Christopher Nolan (uno de los cineastas contemporáneos más aclamados por el público), su interpretación –que dejó a todos boquiabiertos– le terminó costando la vida. Oscar póstumo y demás honores lo ensalzaron en la cultura popular como “el mejor Joker de la historia”.
Marcando una distancia enorme con el histrionismo de Nicholson, Ledger le da vida a un antagonista más real. Este Joker se aleja muchísimo del tono “caricaturesco” de sus predecesores cambiando los “químicos fantasiosos” por maquillaje resquebrajado que el personaje se coloca para tapar una aterradoras cicatrices cuyo origen jamás descubrimos. Mientras que Nicholson o Romero trabajaban con varios secuaces bajo su mando y con objetivos definidos, Ledger trabaja solo, sembrando la destrucción por doquier, encarnando uno de los mayores miedos del mundo moderno: el terrorismo.
Lo que más nos cautiva de este Joker es su inteligencia y perversidad. Al no tener orígenes definidos, representa un misterio que nos atrapa. Parece hijo del mismo caos que encarna: sin fecha de comienzo ni fin, acechando en cada esquina.
Curiosamente, este Joker no busca matar a Batman, solo desea quebrarlo psíquica y moralmente para demostrarle que ambos son dos caras de la misma moneda. Sumiendo en la anarquía a Ciudad Gótica, pero generando una fascinación inexplicable en el público, este personaje nos sirve para ilustrar el concepto de la zona de inferioridad psicopática. La psiquiatra y analista Jungiana Magaly Villalobos define esta área como “un sector oscuro y desconocido de la personalidad en el que el alma no funciona a pesar de las muchas otras virtudes y cualidades positivas que puedan tener las personas o colectividades, una especie de vacío o falta que produce un estado de posesión cuando entramos bajo su influjo”[3].
Es así como las artimañas e inteligencia de un psicópata como el Joker nos obnubilan hasta el punto de admirarlo en algunos momentos de la historia.
Evadiendo el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con Batman, con un verbo incendiario y una capacidad casi oracular para predecir los movimientos de sus enemigos, este Joker consteliza características del arquetipo de Hermes. En la mitología este Dios es venerado como la deidad de los ladrones y comerciantes, mostrándose como ambiguo, amigable y amoral. Es rápido en sus movimientos y pensamientos, evasivo e inclasificable: no tiene centro, está en todos lados y al mismo tiempo. Encantador y cínico, maestro del engaño y las ilusiones. Es escurridizo y mentiroso, maneja la retórica a su antojo. En su boca, la verdad y la mentira se desdibujan, puede seducir a cualquiera para embaucarlo y salirse con la suya. Es imposible adivinar sus planes ni conocer sus motivaciones. Para él no hay verdades absolutas, la realidad es maleable en sus manos. Genera conexiones e intercambios que parecen imposibles. Cada vez que corre peligro, le da la vuelta a la situación para salir bien librado, es imposible de atrapar.
Gracias a su configuración arquetipal, este Joker establece una dinámica casi lúdica con Batman: jugando al gato y al ratón, colocándole trampas y pruebas para engañarlo en todo momento. De hecho, toda la trama de la película es conducida por él gracias a los dilemas perversos que crea y las vueltas de tuerca que se desprenden de ellos. Desde el robo que nos lo presenta en la historia, las ejecuciones públicas para que Bruce revele su identidad secreta, el secuestro de Rachel y Harvey Dent (e intercambiarlos de sitio cuando Batman eligiera a quien iba a salvar), el setting de colocar a los civiles y presos a juzgarse entre ellos, hasta “crear” a Dos Caras al manipular la psique resquebrajada de su propia víctima. Todos estos elementos que revelan su naturaleza titánica: “Una mentalidad que debe ser calificada, incuestionablemente, como titánica implica toda clase de estratagemas, desde la mentira hasta la ideación de las más geniales invenciones, aun cuando estas siempre denotan una carencia en el modo de vida del embaucador”[4].
A diferencia de sus antecesores, este Joker no persigue un fin último, posee un gran vacío, carente de alma y fantasías, solo funciona como imagen especular de Batman y en función a él. Al final, termina de cabeza, capturado por su Némesis y trastocando la visión del mundo de todos. Como cualquier titán –imposible de frenar–, logra su cometido al destruir la imagen pública del hombre murciélago, asesinando a su amor platónico y al hombre que podía reconstruir Ciudad Gótica, sumiendo a Bruce en una profunda depresión que lo llevó a colgar la capa durante años.
El vampiro psíquico: el rapto de Core, Narciso y su Eco
De toda la lista, sin duda alguna, el bemol es el Joker de Jared Leto en la fallida Suicide Squad (2016). Para ser justos, debemos ponerlo en contexto. Dejando a un lado las expectativas del público al enfrentarse a la leyenda de Ledger (lo cual no representa un problema, al ser Leto un grandioso actor), el talón de Aquiles de esta versión fue el poco desarrollo de su personaje en pantalla y las expectativas que se generaron alrededor de él (vendiéndolo en los trailers como pieza clave de la película). Hasta la fecha, en todos los largometrajes de Batman donde el Joker aparecía como antagonista este era el único al que se enfrentaba el hombre murciélago, dándole a los guionistas la posibilidad de explorarlo a fondo. Por si fuera poco, Leto encarna a un Joker que es un personaje secundario y que termina completamente opacado por Harley Quinn (la verdadera protagonista de la historia junto con Deadshot).
A pesar de su breve aparición, este Joker nos permite entrever en su dinámica con su pareja características arquetipales bastante interesantes. Al principio, se nos presenta a Harley Quinn como la psiquiatra del Joker, constelizando características del arquetipo de Core (la doncella, carente de malicia, fácilmente manipulable y con un completo desconocimiento de lo oscuro). Frente a ella, su paciente funge como una suerte de Hades (Dios del inframundo, misterioso, violento y deseoso de raptarla para transformarla en su esposa oscura). Es gracias a esta “simetría” que la psiquiatra se deja manipular por su paciente, enamorándose perdidamente de él, seducida por su sombra y entregándose a una relación prohibida con una pasión intensa (donde la inminencia de una tragedia los une, una dinámica que es experimentada por Harley Quinn como las fuerzas Eros-Thanatos).
Omitiendo sus evidentes desequilibrios mentales, esta versión de Joker se muestra como un narcisista que establece una relación patológica con Harley Quinn. Según los mitos griegos, Narciso era un joven tan apuesto que era cortejado por todo el mundo, pero nadie conseguía conquistarlo. La ninfa Eco se enamoró perdidamente de él y llamó su atención repitiendo –como una caja de resonancia– todo lo que el joven decía. Narciso se entregó a la delicia de escucharse, pero al descubrir que era la ninfa quien replicaba su voz la despreció. Eco se marchitó y quedó condenada a ser un “eco” mientras que Narciso, tiempo después, se descubrió en el reflejo del agua, enamorándose perdidamente de sí mismo, hasta el punto de caer en el río y morir ahogado.
Como nos lo muestra el mito, este Joker representa bastante bien lo que podríamos llamar una personalidad narcisista (alguien con una sobrevaloración tan alta de sí mismo que se desconecta por completo del otro). Este tipo de egos tan inflados atraen a egos débiles haciendo que sus parejas constelicen a una “Eco” que vive en función de alabarlos.
En Suicide Squad lo vemos claramente cuando el Joker le exige a Harley Quinn que debe transformarse en una versión femenina de él. Es así como la joven accede a ser sometida a electroshocks y que la arrojen a los químicos que crearon al Joker para así transformarse en una copia fidedigna de su amado. Como lo dice la doctora Villalobos: “un rasgo narcisista es la imposibilidad de sentir algo que les sea ajeno (…). El narcisismo no tiene alma. El alma se reduce a un eco de nuestros pensamientos, Narciso no responde o lo hace distorsionadamente porque tampoco capta lo exterior, vive, para un eros propio, el alma encerrada en sí misma”[5]. Joker y Harley Quinn, ensalzados por la cultura pop como una pareja “cool”, sirven como reflejo de algunas dinámicas “tóxicas” que abundan en la modernidad. Modelos de dependencia cada vez más normalizados por el mundo 2.0, donde “Narcisos y Ecos” parecen sacados del mismo molde física y psíquicamente. Aunque al final de Suicide Squad el Joker y Harley Quinn terminan juntos “para siempre”, sabemos –gracias a Birds of Prey– que la dinámica patológica entre ambos se terminó.
El chivo expiatorio: la sombra del colectivo y Hefesto
El Joker de Phoenix marca un punto y aparte en esta lista. Más allá de lo obvio (no es una película de Batman donde funge como antagonista y es un trabajo inspirado libremente en el personaje de DC) esta encarnación tiene unos orígenes completamente diferentes a sus predecesores. Lejos de ser un tipo brillante, narcisista y titánico, este Joker da vida a uno de los mayores –y más comunes– terrores de la actualidad: el miedo a ser marginado.
Joker (2019) nos presenta a Arthur Fleck. Un cuarentón desaliñado con una serie de patologías que van desde la bipolaridad, pasando por esquizofrenia hasta la “epilepsia gelástica” (condición que le genera episodios de risas incontrolables y dolorosos). Con un trabajo como payaso mal remunerado, abandonado por el sistema de salud y execrado por la sociedad, Arthur vive en condiciones paupérrimas con su madre enferma (física y mentalmente) en una Ciudad Gótica sucia, violenta y corrupta a todo nivel. A pesar de esto, nuestro protagonista sueña con ser un comediante famoso y tener la aprobación del colectivo.
A diferencia de sus predecesores, Arthur pareciera tener capacidad de conectar con otros. De hecho, cada vez que se acerca a alguien lo hace buscando amor: desea salir con su vecina, juguetea con los niños pequeños en el transporte público, quiere hacer feliz a la gente con su trabajo, le demuestra afecto a su compañero enano (el único personaje que le demostró empatía al ser un “freak” y marginado como él) y proyecta su figura paterna ausente en el conductor del Talk Show que ve en las noches –imaginando que recibe cariño y validación de él.
Lastimosamente, las patologías que sufre el protagonista sumado a su incapacidad de socializar y su contexto social transforman sus fantasías en delirios irrealizables.
La historia comienza a avanzar y poco a poco Arthur va perdiendo los pocos vínculos emocionales que poseía, la posibilidad de adquirir medicamentos para su condición y, con todo eso, su función de realidad: lo despiden del trabajo, descubre una espantosa verdad sobre sus orígenes, revive traumas de su niñez, comete un crimen en defensa propia y es rechazado por las pocas personas que lo apreciaban. Esto, sumado a una ciudad a punto de un estallido social azuzado por una lucha de clases y políticas ineficientes, lleva a Arthur por derroteros muy oscuros, arrastrándolo a un espiral de locura y violencia, transformándolo en una encarnación del Joker que, hasta la fecha, ni siquiera podíamos imaginar.
Con su andar encorvado, su actitud introvertida y su deformidad física y psíquica, Arthur Fleck consteliza elementos del arquetipo de Hefesto (Dios de los artesanos y la única deidad fea del Olimpo). Rechazado por su padre Zeus y su madre Hera, es arrojado a la tierra cuando era pequeño, causándole una cojera perenne convirtiéndose en el hazmerreír de todos. Su relación con lo femenino es compleja –técnicamente inexistente–, no sabe lidiar con su anima ni expresar lo que siente de forma fluida. Contiene dentro de sí una gran violencia y sed de venganza, haciéndolo un volcán a punto de estallar. No obstante, Hefesto resarce sus carencias a través de su trabajo en la forja, concediéndole un lugar útil en el panteón griego… ¿qué pasaría si alguien tomado por este arquetipo no tuviese esa capacidad de compensación y contención en la labor que hace? La respuesta nos la da Joker.
Arthur Fleck carece por completo de propósito, deambulando en la historia presa de su locura, pasando de víctima a victimario, desatando a su paso muerte y destrucción sin siquiera tener conciencia de ello. Este Joker se nos presenta como un ser humano dañado: alguien tan real que podríamos conseguirlo en cualquier esquina, un reflejo de nuestra sociedad desalmada, despojando al personaje de cualquier reminiscencia que pudiese tener del mundo del cómic.
Arthur es la viva imagen de la cara oculta del colectivo, exponiendo su sombra: “la experiencia arquetipal del otro, quien por raro o desconocido siempre es sospechoso. Es la necesidad arquetipal de un chivo expiatorio, de alguien a quien culpar y atacar, para así reivindicarnos y justificarnos a nosotros mismos, es la experiencia arquetipal del enemigo, la culpa que siempre se atribuye al otro ya que nosotros estamos bajo la ilusión de autoconocernos y, por lo tanto, de afrontar adecuadamente nuestros problemas. Es decir, que en la medida en que yo tengo que ser “correcto y bueno”, él, ella o ellos se convierten en los portadores de todo lo “malo” que no logro reconocer dentro de mí”[6]
El radicalismo, la verborrea de los políticos, el bombardeo de los medios de comunicación, la ausencia de empatía y el crimen desmedido nos confrontan con nuestro día a día a través de los ojos del Joker. El payaso, lejos de agitar a las masas, nace de ellas, de la demencia y perversión latente en cada esquina, transformándose en el chivo expiatorio de nuestros terrores. Todo esto contado a través de una narración fragmentada donde, al igual que su protagonista, nos perdemos entre la realidad y la fantasía, la locura y la violencia, el caos y la ingenuidad mientras más nos adentramos en la psique de Arthur.
El resultado es ver desnudos en pantalla los miedos del hombre contemporáneo con una crudeza que nos sacude, Joker nos pone frente al “mal” del que nos hablan Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis: “hay algo nuevo en el tipo de maldad que caracteriza nuestro mundo contemporáneo líquido-moderno. El mal se ha vuelto más penetrante, menos visible, se oculta en el tejido mismo de la convivencia humana y en el curso de su rutina y reproducción cotidiana. En su forma presente, el mal es difícil de detectar, desenmascarar y resistir. Nos seduce por su ordinariez y luego salta sin previo aviso, golpeando aparentemente al azar. El resultado es un mundo social que es comparable a un campo minado: sabemos que está lleno de explosivos y que las explosiones ocurrirán tarde o temprano, pero no tenemos ni idea de cuándo ni dónde ocurrirán.[7]”
Este “mal” del que hablamos se materializa en la película como las patologías que sufre su protagonista y la reacción del colectivo frente a ellas. Como bien lo dice Arthur Fleck “la peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieses”, frase dolorosa al ver cómo el personaje se pierde en la locura al no poder “encajar” en la sociedad.
La doctora Villalobos se refiere a la psicopatía como “la viva expresión de algunas personas que no tienen nada por dentro. Todo proviene de afuera, prestado (…) en este mimetismo del mundo exterior, la personalidad psicopática o el componente psicopático se adapta al evento que se le presente. Todo necesitamos cierto grado de mimetismo y quizás por eso la naturaleza nos dotó de él[8]”. Lastimosamente, Arthur ni siquiera puede ser un psicópata funcional, no logra mimetizarse con su entorno ni “aprender” a actuar como alguien “normal”. Los resultados infructíferos de esta búsqueda solo terminan por marginarlo más y más.
Al finalizar la película, el público lo juzgará desde el rechazo o la lástima, pero lo único innegable es que Joker nos confronta con nuestros miedos. Como termina Villalobos el ensayo antes citado: “Hacer contacto con nuestra psicopatía nos fuerza a mirar la ingenuidad de nuestra imagen del ser humano y del progreso, imagen que tiene también una fuerte influencia en la psicología moderna (…); expeler la arrogancia de nuestras expectativas del paraíso nos confronta con el monstruo en y cerca de nosotros. Aceptar esta monstruosidad y la de otros es tal vez una tarea de Eros (conexión)”[9].
El mito de Sísifo y el eterno retorno del payaso a la modernidad
Gracias a sus múltiples encarnaciones, arquetipos y complejos, el Joker será por siempre un espejo donde podremos observar nuestra locura. Vivimos tiempos donde –cada vez más– la sociedad normaliza la patología en la rutina del día a día. Nos hemos acostumbrados a vivir como titanes, desconectados del otro y de nuestra alma. Desde esta ausencia de Eros, no es de extrañarnos que el colectivo sienta tanta afinidad por personajes ególatras y titánicos. Monstruos encantadores e inteligentes que siempre se salen con la suya y que encarnan la fantasía del mundo moderno.
En su ensayo Conciencia de fracaso, Rafael López Pedraza (arquetipalista y profesor de mitología de la UCV) nos habla acerca de la civilización occidental y su obsesión por el éxito: “Demandamos triunfo y esta demanda es tan imperiosa que debe triunfar cueste lo que cueste, saltando las barreras que haya que saltar (…), el triunfo está dispuesto a convertirse en consigna y automatismo psíquico que deviene en complejo autónomo”[10]. Cersei Lannister, Frank Underwood, Walter White, Hannibal Lecter y, por supuesto, el Joker, son algunos de los nombres podemos asociar a esta última frase.
Cada encarnación del Joker desnuda a la sociedad, exponiendo aquello que no desea ver, algo importantísimo pues Lopez nos recuerda que el Titán, a diferencia del Arquetipo, no posee imágenes. “Encadenar al titán equivale a reflexionar sobre nuestra naturaleza titánica. Se trata de una tarea que debe realizarse no solo una vez; el encadenamiento debe ser constante porque es necesario refrenar esa parte aceleradamente titánica de nuestra naturaleza, a la cual es casi imposible conducir hacia la reflexión”[11].
El teórico y script-doctor Robert Mckee, cuando le preguntaron por el futuro del storytelling en la modernidad respondió en una entrevista hace un par de años: “he estado observando que las películas están mirando hacia el lado más oscuro de la vida (…) y, si lo analizamos, nos daremos cuenta que esta es la dirección que sigue el mundo”.
Es por eso que, aunque parezca paradójico, debemos agradecer la labor de los Jokers en pantalla. Ellos nos obligan a mirar al abismo y confrontarnos con él, solo así podremos darle forma a nuestros demonios para integrarlos y tener la posibilidad de llevar luz a nuestras zonas oscuras.
Quisiera terminar este ensayo con una cita de la autobiografía de Jung, esperando que esta resuene con el alma del lector: «Mi propio conocimiento es el único y el máximo tesoro que poseo. Cierto que es infinitamente pequeño y frágil frente al poder de las tinieblas, pero una luz al fin y al cabo, mi propia luz”- Carl Gustav Jung, Recuerdos, sueños y pensamientos.
[1] SHARP, Daryl; Lexicon Junguiano. Editorial Cuatro Vientos. Santiago de Chile (1997). Pag. 39
[2] VILLALOBOS, Magaly; Hilaturas, Hebras Arquetipales 2. Editoral Tiqué. Caracas, Venezuela (2010). Pág. 76
[3] VILLALOBOS, Magaly; Hilaturas, Hebras Arquetipales 2. Editoral Tiqué. Caracas, Venezuela (2010). Pág. 77
[4] KERENYI, Karl; Los dioses griegos. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela (1997). Pág. 37
[5] [5] VILLALOBOS, Magaly; Hilaturas, Hebras Arquetipales 2. Editoral Tiqué. Caracas, Venezuela (2010). Pág. 47
[6] VILLALOBOS, Magaly; La dupla Victima-Victimario. Editoral Tiqué. Caracas, Venezuela (2017)
[7] BAUMAN, Zygmunt – DONSKIS, Leonidas; Maldad líquida. Editorial Paidós. España (2019)
[8] VILLALOBOS, Magaly – El alma desierta. El desalmado. El arquetipo del inválido. Editoral Tiqué. Caracas, Venezuela (2017)
[9] VILLALOBOS, Magaly – El alma desierta. El desalmado. El arquetipo del inválido. Editoral Tiqué. Caracas, Venezuela (2017)
[10] LÓPEZ PEDRAZA, Rafael; Ansiedad Cultural. Editorial Festina Lente. Caracas, Venezuela (2000). Pág. 42
[11] LOPEZ-PEDRAZA, Rafael; Ansiedad cultural. Editorial Festina Lente. Caracas, Venezuela (2000). Pág. 20
*¿De verdad leíste todo hasta aquí? Naaaah, ¿en serio? Ja. Y después dicen que la gente en Internet no lee cosas largas. En fin, si tanto te interesa este tema, deberías hacer el taller Crítica de cine y series. Lo dicta, obvio, Luis Bond.
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Siiii..lo leí completo…interesantísimo como todos respondemos a los arquetipos mitológicos y somos mezclas de ellos…. Me gustó mucho y estoy de acuerdo contigo cuando expones que la sociedad contemporánea avanza al futuro enceguecida, dormida y en las nebulosas….Tiempos de Neptuno en Piscis, ya pronto despertaremos.