Ficción

Toy Story: la nostalgia y la maduración en el universo de Pixar

por | Oct 25, 2023

Por Luis Bond

*Imagen creada por el generador de imágenes de Bing.

Marcel Proust (Francia, 1871-1922), autor de En busca del tiempo perdido –una de las obras más importantes del siglo XX–, escribió una máxima que nos puede ayudar a entender la narrativa que ha inundado nuestros tiempos: “El único paraíso es el paraíso perdido”. Viéndolo desde esta perspectiva, el cine contemporáneo está plagado de historias que ya hemos visto, pero que regresan a la gran pantalla en formas de remakes, reboots, secuelas, precuelas o adaptaciones de cualquier tipo (novelas, cómics, videojuegos, hechos reales, series de televisión, entre otras), como si la originalidad hubiese muerto o ya no fuese rentable apostar a ella.

Más allá del recuerdo de un pasado aparentemente mejor (porque era más sencillo y más humano que nuestro caótico presente), la moneda de cambio de estos tiempos es el endiosamiento de la nostalgia, un elemento que parece estar presente siempre en todo el storytelling que consumimos: a través de referencias, en diálogos sobre la cultura pop, soundtracks, escenarios… el pasado está más presente en la actualidad que el aquí y el ahora. Es por eso que, a pesar de los prejuicios y reticencias frente a nuevas entregas de historias viejas, cuando se anuncia el regreso a las pantallas de alguna de las piedras angulares de la filmografía de nuestra infancia corremos a las salas de cine motivados por nuestra saudade, ansiosos de experimentar una vez más la magia que otrora nos cautivó… No es casualidad que la cartelera de hoy tenga los mismos títulos que en la niñez de muchos: Toy Story, Men in Black, X-Men, Chucky, Godzilla y Aladdin (hecho que podría desconcertar a cualquier viajero en el tiempo desprevenido).

Divididos entre el sempiterno anhelo de un pasado mejor y la avidez de nuevas historias, los espectadores nos paseamos por las salas de proyección ansiosos de conseguirnos con experiencias cinematográficas que nos sacudan emocionalmente y transformen nuestras vidas. Relatos que nos lleven a mundos desconocidos, pero que conecten con esa infancia perdida, características intrínsecas que posee el mejor estudio animado de la actualidad: Pixar.

Aunque para muchos la leyenda de Pixar comienza en 1995 con Toy Story, la historia arranca en 1979 cuando fue bautizada con el nombre de The Graphic Group, parte de Lucas Films. Esta compañía estaba dedicada exclusivamente a la realización de efectos especiales de vanguardia, con miras a dar pasos agigantados en el terreno de la animación. Pocos años después fue comprada por Steve Jobs y, aunque su sueño era producir el primer largometraje animado de la historia, la compañía se dedicó a vender la Pixar Image Computer (un hardware sumamente poderoso para trabajar animaciones con alto rendimiento) y el desarrollo de software de punta. En 1987 estrenaron su primer corto animado, Luxor Jr (que les valió una nominación al Oscar) y en 1988 Tin Toy (que les dio su primer Premio de la Academia a Mejor cortometraje animado). Desde ese momento, Pixar comenzó a tener un flujo de trabajo muy grande, entre comerciales, películas y promociones. En 1991, llegó a negociaciones con Walt Disney para trabajar en la creación de 3 películas animada; el estudio, con un porcentaje desigual de comisión, se encargaría de la realización de los largometrajes y Disney se haría responsable de la producción, distribución y mercadotecnia. Un acuerdo desventajoso para Pixar (y que años después causaría una gran polémica), pero que le permitió tener el impulso suficiente para establecerse como un estudio de animación sólido.

Para 2019 la productora contaba con 21 largometrajes en su haber (valorados con más del 75% en Rotten Tomatoes y alabados en todos los portales de crítica de cine… salvo Cars 2, el único flop del estudio), 9 premios Oscar en la categoría de Mejor película animada (y muchos más en otros renglones como Mejor Cortometraje, Canción original, etc) y millones de dólares de rentabilidad, nos surge una duda… ¿a qué se debe el éxito de Pixar? Dejando a un lado sus avances tecnológicos y sus ingeniosas campañas promocionales, lo que nos engancha de sus producciones es algo mucho más complejo y sencillo que sus animaciones: las historias que narran. Aunque de un vistazo pareciera que ninguna tuviese elementos en común (un superhéroe retirado, una rata cocinera o una joven rebelde), todas se apoyan en 3 pilares que conectan directamente con la fibra de sus espectadores: personajes entrañables, argumentos con doble lectura y conflictos alrededor de la identidad. Temas que, explorados desde la óptica psicoanalítica, nos pueden servir de metáforas sobre el proceso de individuación.

La primera clave del éxito de Pixar gira en torno a sus personajes. Sumado a su diseño adorable, encarnan conflictos profundos y universales que se alejan del maniqueísmo que solemos conseguir en las animaciones clásicas de Disney (como la lucha del bien contra el mal o las moralejas unilaterales). Aunque en todas las películas hay una fuerza antagónica presente, el verdadero conflicto de sus protagonistas reside en su interior, en el choque que ocurre entre aquello que tanto quieren y lo que realmente necesitan e ignoran, dotándolos de paradojas que generan empatía inmediatamente con el público. Por ejemplo, en Finding Nemo Marlin encarna a un padre sobreprotector que necesita entender que su hijo debe vivir  experiencias acordes a su edad; en contraposición, tenemos a un Nemo que quiere escapar del control de su padre, pero que necesita ser más comprensivo con él. Ambos chocan por motivos válidos y conectan con el espectadores en diferentes niveles, humanizándose y ganando complejidad.

El segundo pilar que hace tan atractivo al cine de Pixar es su doble lectura. Algo mágico que poseen todas sus historias es la posibilidad de tener capas narrativas que transcurren en paralelo, una para el público infantil y otra para el adulto. Es así como ambos targets acuden a la sala a ver la misma película y terminan disfrutando de experiencias completamente diferentes. Verbigracia, en Wall-E los niños van a deleitarse con las aventuras de un robot enamorado, mientras que los adultos recibimos una bofetada acerca de los males que invaden la modernidad (dependencia tecnológica, contaminación, obesidad y consumismo). De esta forma, las películas de Pixar rompen el prejuicio de asumir que el cine animado es solo para los más pequeños y abren el abanico a una experiencia “para todo público”. El resultado, al igual que su lectura, es doble: hacer que padres e hijos vayan a las salas de cine ansiosos de ver la misma historia y que cuando los niños crezcan puedan revisitar sus películas favoritas y descubrirlas en otras dimensiones, resignificando su discurso y potenciándolo.

Para finalizar, y no menos importante, tenemos el último bastión del estudio: historias cuyos conflictos giran alrededor de la identidad. Separándose de resoluciones sencillas (al estilo “y vivieron felices por siempre”), la mayoría de los largometrajes de Pixar se enfocan en la maduración de sus personajes y su proceso de búsqueda y creación de una nueva versión de sí mismos. Un tema universal y atemporal que conecta con el público en cualquier momento de su vida. Gracias a esto, los espectadores nos enganchamos con los personajes y la transformación profunda que atraviesan en el proceso de alcanzar sus metas. Dede un Rayo McQueen que pasa de tener un ego inflado a mostrarse vulnerable y tener amigos, hasta un septuagenario que debe viajar a la selva para cumplir el sueño de su difunta esposa y, al mismo tiempo, superar el luto que lo embarga. Transformaciones que, lejos de cerrar su arco dramático, los transforman personajes nuevos abriendo la posibilidad de futuras entregas. Es precisamente este último punto el que ha permitido las secuelas de la saga más exitosa de Pixar: Toy Story.

Dejando a un lado que es el primer largometraje animado por computadora de la historia (con una calidad que, hasta el sol de hoy, sigue siendo bastante decente) y que tiene a dos leyendas como Tom Hanks y Tim Allen dando voz a sus protagonistas, el principal gancho de Toy Story es su fascinante premisa: ¿qué pasaría si nuestros juguetes cobraran vida cada vez que los dejamos solos? Una idea que sirve como excusa para desarrollar un complejo relato acerca del valor de la amistad y el compartir. La narración gira en torno a Woody un vaquero que es el juguete favorito de un niño llamado Andy. Gracias a esto, Woody se erige como el líder de las otras figuras que hacen vida en el cuarto, estableciendo un status quo que se rompe con la llegada de Buzz Lightyear, un muñeco más moderno que se transforma automáticamente en el favorito del niño. Por si fuera poco, este nuevo integrante ni siquiera está consciente de su condición de figura de acción y desencadena una rivalidad con Woody que se traduce en una serie de conflictos que los llevarán a aprender dos valiosas lecciones: la aceptación de su identidad y el valor de lo diferente. Una historia entrañable que se tradujo en una recaudación de 361 millones de dólares a nivel mundial y 3 nominaciones al Oscar.

Luego del éxito de la primera entrega y con otro largometraje de por medio (A Bug´s Life), Pixar apostó por el regreso de sus juguetes en Toy Story 2. Una película que se enfoca en la importancia de conocer nuestros orígenes, el abandono, el libre albedrío y el inexorable paso del tiempo. En ella descubrimos que Woody pertenece a un antiguo show de televisión discontinuado y que posee otros “familiares” mientras que, en paralelo, se va cerniendo sobre nuestros héroes una amenaza imposible de evadir: Andy está creciendo. Más allá de su nominación al Oscar y los 485 millones de dólares que recaudó, el gran acierto de esta entrega fue expandir el universo en el cuál se encuentra (saliendo de la casa de Andy y su vecindario) y profundizar en la psique de sus personajes principales, dotándolos de una complejidad mayor y sembrando la semilla que daría frutos muchos años después en las secuelas.

Pasó una década y Pixar siguió cosechando éxitos con nuevas películas que marcaron por siempre el cine animado: Monster Inc., Finding Nemo, The Incredibles, Cars, Ratatouille, Wall-E y Up (títulos que fueron nominados al Oscar de Mejor película animada y que le valieron la codiciada estatuilla al estudio en 5 ocasiones). Largometrajes que, además de subir la barra en la calidad de su realización, tuvieron guiones impecables y cada vez mejores. Es aquí, en el pico de la era dorada de Pixar que aparece Toy Story 3 (sin lugar a dudas, la mejor película de la franquicia). Contrario a lo que suele suceder con las secuelas (que en cada entrega van perdiendo calidad), esta es la película más sólida, compleja y emocional de todas, explorando temas que conciernen más a los adultos que a los niños: el resentimiento, la resistencia a los cambios y la muerte. Su historia comienza cuando Andy va a la universidad y decide colocar a todos sus juguetes en una caja para que se queden en el ático. Algo que podría ser una suerte de “retiro” se transforma en una pesadilla luego que terminan siendo enviados a una guardería y enfrentándose a Lotso, un osito de peluche rencoroso que los pone en aprietos. Luego de una gran peripecia y escapar de una muerte segura, los juguetes regresan a casa. Allí Andy se los regala a Bonnie, una niña que se hará cargo de ellos augurándoles nuevas aventuras. Dejando a un lado las lágrimas que nos arrancó a todos en la sala, Toy Story 3 ganó el Oscar a Mejor película animada de ese año y estuvo nominada en el renglón de Mejor Guion Adaptado y Mejor Película; por si fuera poco, su recaudación superó los 1000 millones de dólares, transformándose en el largometraje animado más rentable de la historia y entrando en el top de las 10 películas con mayores ingresos.

El final de Toy Story 3 fue tan perfecto y emotivo que todos pensamos que la franquicia llegaría a su fin, hasta que en 2019 nos sorprendió con el regreso de Woody y sus amigos en Toy Story 4. Contrario a lo que creíamos, esta nueva entrega da el cierre perfecto al arco dramático del personaje que ha sido el hilo conductor de toda la saga: Woody. Además, nos presenta una serie de juguetes nuevos que nos sirven para explorar otras aristas pendientes de este fascinante universo. La premisa gira entorno Forky, un juguete con desechos que hace Bonnie. Curiosamente, este experimento se transforma en su favorito y, aunque él se considera basura y detesta tener vida, se vuelve la piedra angular de la infancia de la niña. En paralelo, vemos como Woody pasa a un segundo plano para Bonnie, pero hace todo lo posible para mantener a Forky sano y salvo para ella. En este proceso, nuestro vaquero termina inmerso en una aventura donde se topará con alguien muy importante en su vida: Bo Peep. Sin entrar en spoilers, cada personaje de Toy Story 4 se amplifica cuando se le analiza, abriéndose a diferentes lecturas para niños y adultos. Esta galería está compuesta por Forky (que encarna la reconexión con la creatividad e inocencia… con un toque existencialista), Bo Peep (la imagen de la mujer independiente y fuerte, pero al mismo tiempo emocional), Duke Caboom (la necesidad de superar los traumas del pasado), Bunny y Ducky (el disfrazar la vulnerabilidad con rudeza) y Gabby Gabby (la fragilidad detrás de la obsesión). Por supuesto, el gran protagonista de esta historia y el que atraviesa los cambios más fuertes es Woody. De esta forma, entre risas –y sí, de nuevo, con muchas lágrimas–, Toy Story 4 coloca sobre la mesa temas como el valor de la libertad, la dependencia emocional y el final de ciclos. Tópicos que se quedan dando vueltas en nuestra cabeza hasta el final de la proyección.

Viéndolo objetivamente, la saga de Toy Story nos ha acompañado por 24 años, dándole lecciones sumamente valiosas a varias generaciones. Dejando a un lado el valor sentimental de ver a padres e hijos reunidos en las salas de cine por los mismos juguetes, Toy Story nos regaló con sus personajes e historias maravillosas un mundo lleno de imaginación y varias lecciones que afinaron el compás moral de muchos.

¿Cuál es el hilo conductor que le da cohesión a tantas películas? Me aventuraría a decir que esta tetralogía exploró en cada capítulo 4 temas recurrentes, cada vez con mayor profundidad y tan vitales que conectan con nosotros de inmediato: la importancia del otro, la creación de nuestra identidad, la posibilidad de abrirnos al cambio y el cierre de ciclos. Cuatro pilares que conforman nuestra dinámica psíquica de vida y que bien podrían resumirse en la jerga de la psicología analítica profunda como el proceso de: proyección, introyección, toma de conciencia e individuación. Woody proyecta en otros su miedo a ser abandonado; luego introyecta esa “sombra” y reconoce su valor como juguete/persona independientemente de la atención que recibe; después se da cuenta que su rol, más allá de la valoración externa, es necesaria por el bien de Andy/Bonnie; y, por último, va aceptando poco a poco los cambios, cerrando sus ciclos e integrando nuevos contenidos a su psique. Un proceso que sucede gradualmente en cada película, hasta llegar al cierre de su arco en Toy Story 4 cuando, después de muchos años de servir a otros, Woody decide liberarse, ser fiel a sí mismo y abrirse a una nueva vida. Un acto noble que nos conmueve y confronta con nosotros mismos, haciéndonos ver nuestra vida en retrospectiva, conectándonos con nuestra inocencia infantil –que tanto nos ha robado la modernidad– y haciendo que salgamos de la sala de cine, entre lágrimas y sonrisas, con ganas de perseguir nuestros sueños “al infinito y más allá”.

 

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