Ficción
French exit – tercer lugar del Concurso de Cuentos Narrar la diversidad (2025)
Por Jorge Morales Corona
*La imagen de portada de French exit fue generada por Chat GPT.
Me ha dejado. Como cáscara inhabitada. Como plegaria sin escuchar. Como historia sin suceder. Como un hombre que solo quiso el cielo.
He despertado con una nota sobre la encimera de la cocina. Apenas un par de palabras que dejaron en claro las intenciones que tenía desde el principio. Yo, que en un principio me negaba a aceptar su cariño, terminé envuelto en este vaho enfermo de su despedida.
Todo lo que alguna vez escribí en mi memoria ahora parece haber sido consumido por una lengua voraz de fuego. Dos palabras, pero con el peso suficiente para tirarme al suelo y aplastarme bajo ellas.
«Me fui.»
Releo ese pequeño trozo de papel, arrancado con rabia de mi agenda, y firmado con odio en su tinta y no entiendo. No (me) entiendo. Esta despedida tiene los matices de una sentencia de muerte y no estoy seguro de que pueda volver a amar de la misma forma en que lo hice con él. Antes de su amor, hubo otros ocho hombres en mi vida que ahora son fantasmas, los mismos que se fueron sin razones suficientes para decirme a la cara, sin la cobardía que los signa, que era poco hombre para ellos, o una pérdida de tiempo, o que mi estadía en sus vidas tenía caducidad. Solo dos palabras en un trozo de papel… y no (me) entiendo.
Preparo un café y reviso el móvil. Ha borrado su contacto, eliminó el chat que reunía los mensajes de dos años, desde que nos conocimos en El Raval. También me ha bloqueado de las redes sociales y de cualquier medio de contacto. Y no (me) entiendo. Ayer por la noche cenamos con sus amigos, fuimos al cine y nos tomamos unas cervezas. Estaba cariñoso, como de costumbre, sin ninguna señal de distancia, odio o arrepentimiento. No como la única vez que descubrí su infidelidad con Raúl, su compañero de trabajo. Desde ese incidente todo cambió, es cierto, pero él se había volcado en la relación de una mejor manera.
Tal vez mientras yo miro el techo, desvío las llamadas de mi editor, él estará con Raúl (o con otro) jurándole amor, como lo hacía conmigo. Lo veo abrazándolo, confesándole que se ha cansado de mí, que por fin me ha dejado, que quiere ser feliz y proseguir con la vida. Lo lindo del amor es que se reinventa, consigue otras personas, conecta de manera diferente. Y luego estoy yo, que no he aprendido que el amor también se acaba un día. Como le pasó a mi padre que, luego de treinta años de casado, un día se despertó y dejó a mi madre. Hoy me parezco a ella, aunque nunca lo quisiese aceptar. Ojalá pudiera hablar con ella, pero sería tiempo perdido. Creo que se alegraría de que me hubiera dejado, porque para ella no es natural mi gusto por los hombres.
Mañanas como la de hoy me hacen sentir huérfano de amor. Creo que muchos hombres estamos destinados a ello.
Veo un mensaje de Felipe y le marco. Le pido que venga al piso y me haga compañía un rato, que se encargue un poco de todo el desastre que han dejado esas dos palabras, esa despedida tan severa. Es que no (me) entiendo.
Él llega con un par de cafés y la cara desencajada. Me pregunta el porqué de esta mañana y yo solo digo: «se fue». Asiente en silencio y me abraza. No nos decimos más nada, la sala de mi piso se hace pequeña, pero la sensación de su pecho se expande y me absorbe. Me vuelvo uno con él en ese abrazo.
─¿Te puedes quitar la camiseta?
─¿Para qué? ─pregunta, extrañado.
─Fue algo que le dije un día: «para escuchar el oleaje de tu corazón».
Lo hace sin preguntar más y se descubre esos pectorales salpicados por pelos negros y gruesos. Siento su presencia susurrarme y cosquillear mi oreja, pero más allá de todo, el corazón late tranquilo, como una sinfonía de la vida que se expande por el cuerpo. Paso mis brazos por su abdomen y descanso, dejo de pensar y él respira a través de mí. Nos volvemos un organismo que vive en el silencio.
Yo subo la mirada y me consigo con sus ojos como dos castañas. Me dice: «él me escribió y me dijo…». Pero yo lo callo con un beso. Siento sus labios conformando un romper de olas con los míos. Su lengua descubre rincones de mi boca y mi cuello como nunca antes lo habría sentido y no hay más palabras, sino el sonido intenso de nuestros dedos recorriéndonos el cuerpo. Mi lengua visita sus pezones, tan duros y calientes como lamer la punta de un volcán. Él crea mi cuerpo entero con sus palmas grandes y decididas y me desviste sin contemplación.
Me subo a horcajadas sobre él, tomándole el cuello y sintiendo el mar de leva que se forma entre las piernas. La mañana está habitada por el despecho, nada de lo que ocurra tendrá un sentido porque uno se fue sin dar razones, dejando el vacío físico en todo el piso, pero el emocional en el interior de mi corazón; mientras que el otro llega y me aprisiona entre sus manos, en la dureza de su carne ya despierta, en toda la extensión que el deseo nos permita, hasta quedarnos en un instante eterno dentro de mí. No (me) entiendo, pero tampoco es que tenga muchas ganas de permitir que mi mente le dé más vueltas al asunto, porque mis ojos se pierden en la espesura de mis párpados. Su mirada hambrienta me recorre el cuerpo despojado de toda investidura, y me sé bestia herida al que le clavan una daga que desea y que permite el frenesí de mis carnes sintiendo su profundidad y el dolor que siempre ha gozado.
No quiero que se vaya, no quiero que hable. Solo quiero que exista dentro de mi cuerpo y explote dentro de él. Tal vez luego nos seamos indiferentes, anónimos hasta el más mínimo deseo consumado, pero no ahora. Quiero que la fuerza con la que se expande en mi interior reduzca todo dolor que mi pecho guarda. De mi boca sale su nombre y me calla. No quiere ser consciente de lo que sucede, sino del hambre que sacia con su boca y su deseo en mi interior contraído y expandido conforme su alma entra y sale de mí, lúcida, ensalivada, perfecta para la fricción del banquete que soy para él.
Nuestros corazones rebaten oleajes que están obligados a encontrarse. El poder de sus venas duras las siento expandirse también, como las olas de su corazón se transmiten a mi interior cuando desata ese maremoto blanquecino, puro y fértil por toda esta cáscara que ahora es habitada por las múltiples vidas de él. Me bautiza de la cabeza a los pies con su líquido padre y nuestros cuerpos descansan de la batalla más benévola a la que nos hemos enfrentado.
Los cafés, que ya se han enfriado, nos refrescan por dentro. Y él me habla. Y él derrama un par de lágrimas. Ha recibido un mensaje de tres palabras, pero ninguna despedida. A él también lo han dejado sin razones y somos dos náufragos en medio de un mar de tormentas.
«Hijo de puta.»
Lo invito a la ducha, pero él rechaza la invitación. Me siento pleno y no (me) entiendo. Pasé del dolor al éxtasis, de la carencia a la abundancia, de la soledad a la compañía y esta mañana parece estar habitada por personajes imposibles. Cuando salgo a su encuentro, ha desaparecido. Sobre la encimera reposa la nota, pero otra. Esta vez son cinco palabras remarcadas en negro.
«No me llames nunca más.»
Y no entiendo.
Cuando llamé a Felipe solo quería consuelo. Desde que lo conocí había sido un hombre excepcional. Recién me había enterado de la infidelidad del que ahora es mi ex, y siendo él su mejor amigo, tal vez podría haberme dado razones para entender por qué lo había hecho. Pero (re)conocí el deseo que guardaba para mí, la forma de sus besos como consuelo, la compañía de su cuerpo desnudo y su mirada cuando la soledad y el dolor me habían habitado. Tal vez fue una forma de pagar con la misma moneda, pero más maquiavélica. Tal vez lo hice sin la intención de alguna vez decir lo que habíamos hecho, pero mi vida de pareja se hubiera ido a la mierda sin los orgasmos que me regalaba Felipe, que me hacían soportar la idea de que mi novio me había traicionado. Pero tal vez el mensaje de anoche lo cambió todo. Cuatro de la mañana, bien entrada la madrugada, con unos tragos encima y solo cuatro palabras por parte de él.
«Mi cama te extraña.»
No me entiendo. Tampoco entiendo a Felipe. Mucho menos a mi ex.
…
VEREDICTO
Nosotros, Andrea Leal, Edgar Carrasco, Jaime Yáñez, Melanie Agrinzones, Óscar Medina y Tristán Key, miembros del jurado del Concurso de Cuentos Narrar la diversidad (2025), luego de haber leído, evaluado y discutido los treinta (30) cuentos participantes, hemos decidido otorgar de manera unánime:
El tercer lugar a «French Exit», presentado a concurso bajo el seudónimo de Tobías Lorge, al ser una cautivadora exploración del deseo, sus contradicciones, su fruición y sus consecuencias. Destaca por su lenguaje poético, el tratamiento sublime de las imágenes eróticas y el retrato profundo de los dilemas emocionales, morales y personales. Asimismo, logra con gran maestría, representar la fisicalidad del deseo, permitiéndole al lector vivir una experiencia sensorial capaz de traspasar la página y llegar a la piel.
Caracas, 31 de julio de 2025.
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