Ficción
La habitación en tinieblas
Por Simón Rivero Peña
*La imagen de portada de La habitación en tinieblas fue producida por DALL-E.
Linda no recordaba cuánto tiempo después de mudarse a esa antigua mansión vio al ser por primera vez. Desde el principio, se preguntó si la entidad habitó el lugar antes o luego de que la construcción se levantara. Recordaba el momento exacto en el que la urgencia de encontrar un buen lugar para esconderse de la temible institutriz la hizo toparse de frente con la puerta de esa habitación. No era una cualquiera, sino una de las que explícitamente había recibido la orden de no entrar. Pero el deseo de evitar que sus manos siguieran enrojeciéndose a causa de los ásperos golpes de la madera de ébano vencieron a la voluntad de obedecer.
Dentro, era mucho más oscuro que el corredor del que venía. Es por eso que tardó en ver las alas puntiagudas batiendo con fuerza. Pero sí las escuchó deslizarse contra el aire. También, vio el destello de los múltiples ojos, gracias a la escasa luz que se introducía por la ventana. Eran oscuros como la noche, mirándola fijamente. Gritó de forma tan aguda que le hizo daño a sus propios oídos, hasta que el ser levantó una mano enorme hacia ella, haciendo que callara casi de inmediato. Sus pezuñas se escondían debajo de una gruesa capa de pelo azabache.
Linda no se movió, pero apenas dejó de escuchar el taconeo en el suelo de piedra del corredor salió de allí lo más rápido que pudo, con la respiración y el corazón acelerados.
***
El segundo encuentro solo tardó un par de días en llegar. Cuando Linda, con la frente hinchada y un hilo de sangre recorriendo su rostro, huyó despavorida de la cocina. Se concentró tanto en escaparse de las garras de aquel monstruo con anteojos dorados y mirada severa, que se topó de nuevo con la puerta de caoba desvencijada.
Apenas entró, se sobresaltó cuando lo vio de nuevo. Tenía la boca abierta, que más bien era una especie de hocico deforme, pero no dijo nada. Linda no podía adivinar siquiera si el ser tenía la capacidad de hablar. Más allá de un gruñido bajo y continuo, no escuchó nada más. Aun así, ella no tardó en relajar su respiración, pues estaba segura de que no le haría nada. O quizás es porque en ese momento le temía más a lo que le esperaba fuera de esas paredes.
El tercer encuentro, sin embargo, fue muy distinto a los anteriores. Esta vez no se encontró con aquella puerta, sino que la buscó. Aunque le costó llegar ahí, dado el precario estado en el que estaba. Antes de cerrar la puerta, la callosa mano de la institutriz se interpuso.
Linda soltó un grito desgarrador y se arrastró hasta el fondo de la habitación mientras suplicaba. Pero las palabras que dijo la otra fueron ahogadas por el silbido que se produjo en el aire cuando el ser se abalanzó sobre ella. Primero arrastró sus zarpas por el rostro de la mujer, dejándola sin ninguna expresión visible. Luego abrió su mandíbula y mordió uno de sus brazos, arrancándolo de tajo; la asimetría no duró mucho, porque no tardó en hacer lo mismo con el otro. Ella aún respiraba cuando el ser hundió las garras en su pecho y la sacudió con fuerza, haciendo que la carne caliente y la sangre salpicaran hasta el techo.
Linda miraba aquella escena absorta y aterrada. Pero a pesar de que se sentía culpable por ello, sentía alivio. Y de pronto, cierta sensación de placer.
Segura de sí misma, se acercó al ser, tan confiada como eufórica de que ya nadie se metería con ella y le enseñaría una lección a todo aquel que le pusiera una mano encima. Pensó en cómo sería la venganza contra el hijo del jardinero que le gritaba cosas hirientes; o contra su padre, cuando volviera de aquel lugar lejano. Dejándose llevar por el envión de adrenalina, cruzó la habitación y puso su mano sobre la espalda robusta de su nuevo amigo, quien había terminado de devorar a la mujer y en ese momento se lamía las zarpas.
Al sentir el contacto sobre él, se estremeció sin poder evitarlo y se levantó sobre sus patas traseras. En esa posición, Linda reparó en que era mucho más humano de lo que pensaba al principio. Al menos en apariencia.
Durante varios largos segundos, se quedó mirando los ojos del ser, que, hasta donde pudo contar, eran más de una decena. Y la boca, o al menos lo que tenía como una, comenzó a tensarse y formó lo que a ella le pareció una sonrisa, sin ninguna forma ni gracia, pero sonrisa al fin y al cabo.
De allí aún goteaba la sangre de la institutriz cuando la mandíbula se fue abriendo más y más, dejando ver el interior de su garganta, donde ahora se asomaba lo que en algún momento era la cabeza de la mujer que osó meterse con ella. Y entonces pasó: la mandíbula se cerró sobre la cabeza de Linda, la cual, tras un par de segundos de presión, terminó cediendo y reventó.
Los ojos cayeron al suelo, dando un golpe silencioso sobre la alfombra, y los sesos no solo llenaron el interior de la boca del ser, cuyas papilas gustativas parecían explotar de placer, sino también las paredes de aquella habitación en penumbra. Linda había olvidado algo, y es que aquel también era un monstruo.
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