Ficción
La mano
Por Álvaro Marquina
*La imagen de portada de La mano fue producida por Copilot.
Ernesto toca la puerta y lo atiende una señora de avanzada edad.
—Buenos días. Disculpe, soy el detective Salgado. Estoy investigando la desaparición de su vecino –le muestra una placa con una identificación–. ¿Me puede decir su nombre?
—Sí, sí, adelante. ¿Desea algo de tomar? ¿Un café, tal vez? –la señora ignora la pregunta.
—No, gracias, estoy bien. Desearía ir al grano. ¿Usted le conocía? ¿Eran cercanos?
—UFF. Sí, señor, desde hace años que vive ahí. Mi hijo era amigo de él, hasta que se murió, ¿sabe?
—Lo siento mucho, señora, ¿hace mucho de eso?
—Unos pocos años, apenas. Mi hijo tenía un espectáculo semanal en el teatro Flamingo. Ay, eso pagaba las cuentas, ¿sabe? Ahora que no está todo es más difícil. Cada vez más difícil.
Ernesto asiente y frunce un poco los labios.
—¡Ay, mis modales! ¿Ya le ofrecí café? Preparé mucho y no quiero que se desperdicie. Es un café muy bueno que descubrí hace poco en el supermercado a muy buen precio, ¿sabe? Siempre hay que buscar la economía.
—Sí, ya me ofreció, muchas gracias, pero no…
—Vamos, tome un poco –la señora lo interrumpe– ¡No acepto un “no” por respuesta! ¡Ya vengo!
Va a la cocina y regresa con dos tazas de café. Le extiende una al detective.
—Oh… no era necesario, en serio. Muchas gracias de todos modos.
La señora toma un sorbo y a continuación se sienta en un sillón de la sala. El detective también bebe un poco, pero se queda de pie.
—Dígame, ¿vio alguna persona visitando al señor Alberto últimamente? ¿Algo que le pareciera fuera de lugar?
—¿Sabe?, mi hijo era muy bueno en su trabajo. Hasta ganó premios.
—Excelente, la felicito. Pero volviendo al tema…
—Y yo lo ayudaba. Sé todo al respecto de la preparación de sus espectáculos.
Ernesto toma un poco más de café mientras asiente.
—Disculpe, es que no tengo mucho tiem… ¡Cof! ¡Cof! –tose fuertemente un par de veces, tratando de respirar sin lograrlo– ¿Qué…? –vuelve a toser varias veces hasta que pierde el conocimiento.
Cuando despierta, la habitación está a oscuras. Un foco tenue ilumina a una persona sentada al frente de él. Al mismo tiempo, una luz le apunta a la cara. Lo recuerda, ha visto su foto. Es el señor Alberto. Se ve en un estado catatónico. Nota que lo mira fijamente sin mostrar ninguna expresión. De repente, Alberto frunce el ceño.
—¿No te han enseñado tus padres que es de mala educación mirar fijo a los demás?
Su voz… es caricaturesca, como si alguien estuviese burlándose. ¿Suena, tal vez, como uno se imagina la voz de un payaso? Sus labios solo se mueven de arriba a abajo, sin ninguna gesticulación al hablar. Los ojos están por completo abiertos y miran con fijeza hacia Ernesto. La frente tiene una expresión exagerada, como alguien que hace una mueca de estar molesto.
Ernesto trata de responder, pero no puede moverse. Su boca no responde. Quiere ver alrededor, pero los ojos no se mueven. Quiere levantarse, pero no siente las piernas. Le duele la espalda como si estuviese en una mala postura desde hace mucho.
Nota que una silueta detrás de Alberto se mueve y empieza a caminar hacia el detective. Es la señora. Tiene la mano derecha ensangrentada, hasta más allá del codo. La señora desaparece de su vista a medida que se acerca con una sonrisa en los labios.
Ernesto siente cómo una mano le va atravesando la espalda y el dolor se intensifica. La mano pasa por el estómago; luego por el corazón, haciendo a un lado los pulmones. Le cuesta respirar. Siente cómo el codo entra en su espalda. Va sintiendo la manera en que la mano recorre el pecho, haciéndose espacio hasta su garganta. Siente cómo le revuelven las cuerdas vocales, siente cómo le llega la mano hasta el conducto nasal.
Su frente se arruga de manera exagerada y la mandíbula se mueve de arriba abajo de manera involuntaria.
Una voz muy caricaturesca detrás de él dice:
—¡Cállate! Que yo no estoy viendo tu fea cara. Solo vine por un café.
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