Ficción

Reflejo Perdido – mención especial del Concurso de Cuentos Narrar la diversidad (2025)

por | Nov 18, 2025

Por Víctor Delce

*La imagen de portada de Reflejo Perdido fue generada por Chat GPT.

Olvidé cómo se veía mi rostro.

Una mañana desperté y al mirarme en el espejo no pude encontrar mi reflejo. Era como si aquella cara que durante años había cambiado junto con mi edad se hubiese esfumado. No veía ni siquiera una forma oscura que me recordara que estaba allí, de pie, solo… No había nada, como si alguien me hubiera robado mi imagen.

Al principio, creí que el espejo estaba roto, como si las cosas no se descompusieran todo el tiempo. Probé todos los espejos de la casa, tocaba mi cara, me movía frente a ellos, acomodaba mi cabello largo en todos los peinados que alguna vez mi madre me enseñó. Probé cada falda, cada vestido, cada prenda con la que alguna vez recibí un halago… esperando que, de alguna manera, mi reflejo volviese… pero no regresaba.

Con el tiempo olvidé cómo se veía mi rostro, incluso cuando me enseñaban fotos o videos no podía encontrarme en la imagen. Pasaba junto a los espejos, grandes cristaleras, siempre buscando verme, reflejarme, sentirme ahí… Muchas veces bromeaba con mis amigos diciendo que me había vuelto un vampiro; a veces se reían de mis chistes, al menos hasta que las lágrimas me invadían, y lo único que podían hacer era consolarme, diciendo que no importaba cómo me veía o si la ropa me lucía bien mientras yo estuviera feliz… Pero, ¿realmente era feliz?

Con el tiempo ya no fue solo mi reflejo; mi sombra también se esfumó. Mi voz se hizo tan baja que a veces ni siquiera yo podía oír lo que decía. La gente a mi alrededor no parecía notarlo, como si mi ropa y cabello fuesen lo único visible, lo único que importaba. Los halagos no faltaban; mi gran sentido de la moda parecía ser el tema principal. ¿Por qué nadie parecía preocuparse de mi reflejo, de mi sombra o de mi voz? ¿Acaso ahora no era solo un vampiro? ¿Era un fantasma?

En la universidad era mejor estar aparte. Cuando las personas no notaban mi presencia era mejor volver a casa y sentarme frente al espejo, esperando que un día mi imagen regresara, volviendo a probar toda la ropa de mi armario, como si eso pudiera contentar a mi reflejo y hacer que volviera por su cuenta…

Lo peor llegó poco después, alguien trató de llamarme por mi nombre y sonó como un extraño e ininteligible ruido. ¿Ahora también estaba perdiendo la capacidad de oír a los demás? No importaba cuántas veces lo repitieran, me era imposible realmente saber a quién se referían hasta que alguien trataba de llamar mi atención tocando mi hombro… Aun si pudiera darle forma a ese ruido, no podría visibilizar qué cara tendría dicho nombre… Pero ahora incluso empiezo a dudar que fuese la mía.

Con el paso de los días me volví completamente invisible para todos. Solo se daban cuenta de mi presencia cuando levantaba la voz lo más que podía, e incluso a veces ni siquiera eso era suficiente. Ahora, ni siquiera mis amigos parecían verme, dejándome poco a poco atrás… ¿Estaba pagando algún castigo? ¿Era acaso alguna broma que no entendía?

Mis padres no lo notaban; se veían tranquilos, animándome y consiguiendo más ropa, siendo los únicos que parecían verme y pensar que todo estaba bien, estaban seguros de que solo diciendo que todo me quedaba bien era suficiente, repitiendo una y otra vez que solo era cuestión de que encontrase mi estilo y que, eventualmente, mi reflejo volvería, junto a todo lo demás.

Todo cambió una tarde fuera de la universidad. En una cafetería un rostro resaltó entre la multitud: cabello corto, sonrisa radiante que parecía iluminar el lugar. Su seguridad y felicidad eran tan contagiosas que me hicieron sentarme correctamente en mi silla y levantar la vista, era como si hubiera visto al protagonista de una película entrar a resolver su siguiente misión. Antes de que me diera cuenta, aquel radiante ser se sentó frente a mí, compartiendo la mesa más despejada del lugar, cuestionando de forma cómica todo lo que había en el menú y, de alguna manera, haciéndome reír… Por primera vez en mucho tiempo alguien me hacía reír, pero, algo más importante, alguien después de tanto tiempo me veía.

Aquel chico de radiante sonrisa se llamaba Vincent y, desde ese día, jamás se separó de mí. Íbamos a clases diferentes, pero como si fuera una rutina nos veíamos siempre en ese café. Él me hablaba de su arte, yo le contaba sobre las fotografías que tomaba para mis clases. Era alguien bueno, capaz de oírme a pesar de que mi voz era baja, como un superhéroe…

Cuando preguntó por mi nombre solo repetí ese extraño sonido que oía a todos balbucear cuando se referían a mí. Él no parecía convencido con esa respuesta, pero, si alguna vez preguntaba por mí en otro lugar, al menos sabría a quién se refería.

“Te dibujé para una de mis clases, quería enseñártelo antes de entregarlo”, me explicó mientras levantaba una de sus libretas. Pero… aquella página para mí estaba vacía. Él sonreía con orgullo, como si fuera uno de sus mejores trabajos. Yo ni siquiera sabía cómo reaccionar. Creí que él me veía, pero…

Le regresé su libreta con las manos temblorosas, contándole toda la historia, explicándole cómo una mañana alguien había robado mi reflejo y que, aunque quisiera, no podría decirle si era un buen trabajo porque ni siquiera recordaba mi rostro. Su expresión me hizo sentir un nudo en el estómago; no era algo que hubiese visto antes, apretaba sus labios como si estuviera enojado. Tal vez lo había ofendido, tal vez creía que solo estaba jugando y que no apreciaba su esfuerzo, este era el final igual que el resto de mis amistades… Pero, contrario a todo lo que pensaba, me tomó de la mano y me llevó lejos de la cafetería, rumbo a su casa.

Su habitación era impresionante: un montón de pinturas y esculturas que parecían estar en proceso, juegos, discos de música, un pequeño desorden ordenado que reflejaba su vibra. Al fondo, una brillante bandera de colores vibrantes, como si hubiera embotellado un arcoíris y lo hubiera liberado en su habitación. Pero no me dio la oportunidad de detallar más; fue hacia un espejo largo y lo colocó frente a ambos. Apoyó sus manos en mis hombros. “¿Qué ves?”, preguntó con curiosidad y seriedad. Aunque hubiera querido darle otra respuesta, solo podía verlo a él, sujetando la nada, solo mi ropa flotando como si una fuerza paranormal se encargara del trabajo.

Soltó un largo y triste suspiro, cubriendo mis ojos con sus manos mientras preguntaba con voz dulce: “Antes de perder tu reflejo, ¿recuerdas la última vez que lo viste?”. Su pregunta vino acompañada de una sensación cálida y chispeante que parecía venir de su presencia… Cerré los ojos, tratando de recordar cuándo había sido la última vez que mi reflejo me había acompañado en un espejo… Por un breve instante vino a mí, una noche, mientras mis antiguas amigas y yo vestíamos trajes viejos que el padre de una de ellas iba a tirar, reíamos… Por un breve instante me miré al espejo y ahí estaba, esa camisa de botones blanca acompañada de un saco que eliminaba rastros de una figura femenina, los pantalones que iban contrario a mis usuales faldas, la gorra que había usado para ocultar mi cabello largo y parecer más estereotípicamente un chico… ¿Era yo?

Vincent se separó de mí, regresándome a la realidad, mirándome como si hubiera tenido una idea. No perdió el tiempo y comenzó a sacar mucha ropa de su armario, tratando de combinar su estilo de ropa con los colores que vagamente él recordaba que eran mis favoritos. Cuando creyó dar con la combinación ganadora la dejó sobre la cama y tomó el espejo. “Avísame cuando te hayas cambiado”. Salió de la habitación, dejándome algo de privacidad mientras veía sin palabras la ropa que había dejado sobre la cama. Por un momento reí, no solo porque sentí que me quedaría mal aquella combinación, también porque había probado con mil y un prendas, nada me devolvería mi reflejo… Pero Vincent se esforzó tanto que no pensaba rechazar su idea.

Cambié toda mi ropa por la que dejó sobre la cama. Cuando le avisé que había terminado él entró de nuevo, mirándome diferente, sorprendido, pestañeando como si comprobase que era alguien real, no podía ser que me viera tan diferente, ¿no?

Situó el espejo a mis espaldas y antes de que me voltease me detuvo, acomodando mi cabello con delicadeza dentro de una gorra que iba a juego con el resto de la ropa. “Confía en mí, si esto no trae de regreso tu reflejo encontraremos algo que sí lo haga”, me explicó de forma optimista mientras tomaba mis mejillas entre sus manos. “Así podré dibujar al verdadero tú”.

Con incredulidad asentí y me giré a ver el espejo. Mis piernas temblaron mientras mis ojos comenzaban a picar… Esa nariz, esos ojos… Llevé mis manos a mi rostro, tocándolo solo para comprobar que aquello frente a mí realmente estaba pasando… Mi reflejo había vuelto… “Ahí estoy”, murmuré sin poder creer lo que tenía en frente, recibiendo un abrazo confortante de Vincent. “Ahora solo debemos cuidar que no se vaya, ¿cierto?”, murmuró en un tono dulce, cálido… “Te ves muy bien”, dijo mientras apoyaba sus manos en mis hombros… Por primera vez en mucho tiempo esas palabras tenían algo de sentido para mí.

Esa misma semana todo mi armario se redujo a 0. Vincent me ayudó a reinventar todo mi guardarropa, era todo un estilo nuevo, un cambio tan radical que cuando mis padres lo vieron se quedaron sin palabras. La única condición que puse desde ese momento fue: “solo comprar lo que me deje ver mi reflejo”, y sorprendentemente funcionaba con todo, con mi ropa, con mi cabello… Y, con el tiempo, volvió todo lo demás, mi sombra, mi voz, mi presencia. Ya no era un fantasma o un vampiro, era de nuevo yo.

“¿Qué harás con tu nombre?”, preguntó Vincent, concentrado en dibujarme mientras pasábamos el tiempo en su casa, era el único detalle que aún no había podido arreglar, aun ese molesto e inentendible ruido aparecía cuando se referían a mí. Levanté los hombros sin saber muy bien qué decir cuando él repentinamente giró su libreta enseñándome un dibujo de mi rostro, uno que ahora sí podía ver, uno que reconocía como mío. “¿Qué nombre le pondrías?”.

Miré el dibujo unos segundos, pensando en qué nombre podría acompañar ese rostro, uno que ahora no solo reconocía, si no que a través de la visión de Vincent podía ver que tenía unos ojos soñadores, llenos de vida, esperanzas, sueños. “Alex me parece apropiado”, comenté, consiguiendo de su parte una sonrisa igual de radiante que el día que nos conocimos.

Ahora caminaba por la universidad y por las calles con la misma gracia, energía y felicidad que alguna vez me contagió Vincent, portando Alex no solo como mi nombre, sino como la prueba de que había encontrado el reflejo que tanto estuve buscando.

Cuando iba a mi reunión diaria con Vincent vi a alguien más, mirándose fijamente en el escaparate de una tienda, tocando su rostro mientras tenía una mirada triste y un ambiente frío era lo único que lo acompañaba. Me acerqué para preguntarle si estaba bien y me miró con un sentimiento que conozco bien, el mismo que alguna vez me hizo sentir Vincent cuando me hizo sentir visto, escuchado.

“Hola, soy Alex”, me presenté mientras marcaba una sonrisa en mi rostro. “¿Estás buscando algo?”

 

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