Ficción
Los recuerdos de Matilde
Por Yorman Guaje
*La imagen de portada de Los recuerdos de Matilde corresponde a El Diario.
Gritos, casas cayendo y el ensordecedor ruido del rio Mocotíes desbordado que arrastraba a su paso rocas, escombros y cuanto estuviera en su camino. Era un monstruo desenfrenado que arrasaba con todo a su paso sin advertencia alguna. Era de madrugada, en medio de la noche oscura, gente corriendo a cualquier lado en busca de resguardar a sus familias y a sí mismos. Corrían hacia lo más alto de la montaña, hasta allá probablemente no llegaría el rio, el más veloz con suerte lograría sobrevivir al desastre natural. A algunos desprevenidos, en cambio, les costaría reaccionar. Durante las siguientes horas el Valle se convertiría en una playa de dormidos que no despertarían más.
8 horas habían transcurrido desde que una intensa lluvia caía sobre el Valle del Mocotíes; eran las 3 de la tarde cuando las precipitaciones iniciaron en el municipio Tovar. Lo que comenzaría como una lluvia efímera se convertiría en una larga y desesperante noche. Hoy día es un recuerdo imposible de olvidar para Matilde Cárdenas.
El 11 de febrero del 2005 parecía ser el mismo día de los tantos que había vivido Matilde a sus 53 años, su casa familiar se ubicaba al lado del rio, en un ambiente de campo que la separaba del pueblo; allí se encontraba junto a su madre, Berta Cárdenas, sus dos hijas Rubi y Alejandra, su sobrina Odelia, su esposo Cheo y su nieta de dos años.
Ella tenía la sensación de que sucedería algo, no precisaba qué era. Cumpliendo sus horas diarias de guardia en el hospital como enfermera, de un momento a otro una compañera le comentó que iba haber una vaguada. Matilde no prestó suficiente atención, no sabía a lo que se referían esas palabras desconocidas hasta ese momento.
Las nubes densas y bajas arropaban las montañas verdes que rodean la ciudad, una lluvia tenue y constante creaba una atmosfera de incertidumbre sobre lo que sucedería.
Pasaban las horas, en cada minuto la lluvia era más intensa, parecía que el cielo iba a caer sobre el pueblo en cualquier momento. Anocheció, pero la lluvia no cesó y cada vez la preocupación aumentaba más. Matilde y su familia se sentaron en la sala de la casa ansiosos, se asomaron desde la puerta y observaron el rio Mocotíes cuando fueron sorprendido por un colchón que flotaba en medio de la corriente y un vecino angustiado que les dijo que dos casas más arriba habían sido derrumbadas por el agua.
Ya el portentoso caudal que inicia en el Páramo Viriguaca del municipio Rivas Dávila había dejado huella desde lo alto del Valle del Mocotíes. En ese punto el desbordamiento se convirtió en vaguada: el pueblo se había hundido bajo el diluvio, las ramas de los árboles se movían de lado a lado producto del fuerte viento que azotaba las casas, la gotas se dibujaban directamente desde el cielo gris y se sentían como una lanza que atravesaba hasta el alma de los lugareños, que corrían desesperados sin dirección alguna.
Para la familia Cárdenas, el panorama cambió de inmediato: ahora debían correr para salvar sus vidas. No podían ver nada porque el rio había cambiado todo lo que un día conocieron. El poste de luz que se hallaba pasos más arriba ya no se encontraba, lo que se podía observar era a través de los rayos que alumbraban la noche a cada minuto. El objetivo era cruzar hacia el otro lado, atravesar el puente que pasa sobre el rio que conecta con el pueblo hacia la avenida Cipriano Castro.
De un momento a otro, en las aguas turbias flotaban muebles, ropa y carros que a los pocos minutos desparecían por la corriente que lo arrastraba todo. Para Matilde, la única opción de poder sobrevivir ante esta situación desconocida era arriesgarse y cruzar el puente, tomada de la mano con su madre.
Ambas sintieron durante horas, que parecían eternas, el frio de la muerte rondando por el lugar y asechando sus propias vidas. Nada se mostraba seguro para ellas. El rio cambió de color, ahora tenía un marrón oscuro mezclado y su olor es inolvidable: a muerto. Una vez más de las múltiples veces de aquella madrugada, el estruendo de una casa hundida en lo profundo del agua retumbaba a lo lejos y una voz consternada gritaba desesperadamente.
En el momento en que Matilde cruzó el puente junto a su madre, este se partió en dos, desvaneciéndose en los sedimentos del rio. Una vez del lado del pueblo, mojadas, con la respiración agitada y una visión borrosa, corrieron hacia el Matadero, que a suerte de paradoja prometía resguardar a su madre, pues estaba ubicado en la barriada Brisas del Mocotíes, donde una vecina desde lejos observaba los estragos ocasionados.
La noche sonaba a rugidos de leones hambrientos, incluyendo los truenos en aquel terreno convertido en escombros. Aquellos que conservaban la vida seguían huyendo… O eso intentaba para no hundirse. Se escuchaban gritos, de esos que van con todas las fuerzas, en plena oscuridad, buscando a alguien a lo lejos.
Resguardada su madre, ahora era momento de buscar al resto de su familia, que se habían quedado atrás: en algún momento se perdieron, ninguno se había dado cuenta. Matilde recuerda que eran las 3 de la mañana cuando partió a buscar a sus hijas y nieta, moviendo las manos como si intentase decir dónde fue el lugar exactamente donde las perdió. Logró encontrarlas y ponerlas a salvo en una casa.
Sentados en la habitación, la familia Cárdenas comenzó a rezar, las manos entrelazadas y los rostros inclinados, pedían por su vida y por las personas que se quedaron atrapadas en la montaña que seguían luchando por mantenerse a salvo. El silencio reinaba en ese lugar, solo era interrumpido por el ruido de las rocas que se golpeaban entre sí y las casas que se derrumbaban.
La Vaguada del 2005 dejó personas fallecidas y desaparecidos, que hoy no cuentan su historia de la tragedia que 20 años después permanece viva en la memoria de quienes lograron sobrevivir. A sus 73 años, sentada en la sala de su casa materna, Matilde Cárdenas recuerda cada segundo de esa noche.
Aunque ella ya no vive allí, sigue visitándola cada fin de semana. De su madre conserva una fotografía colgada en la pared, la única que adorna la sala junto a un pesebre. Con el sonido de un calmo Mocotíes de fondo, Matilde rememora cada segundo “Lo recuerdo como si fuera ayer”, repite.
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Inolvidable para el pueblo tovareño, el día que la naturaleza decidió ahuyentar por horas la paz que perennemente reina en el Valle del Mocotíes. Excelente relato que se amalgama de manera perfecta, a los recuerdos, a la memoria histórica de aquella semana de febrero donde muchos descubrieron la fuerza y los estragos que puede causar la Pachamama.