La primera vez que escuché su nombre estuvo vinculada al inicio de una nueva vida. Adela, la señora que trabajaba en mi casa, llegó muy conmocionada porque su hija Daisy de 14 años había salido embarazada. El culpable era un tal Gordo Danilo, sólo un año mayor que la muchacha y quien, por fortuna, asumió su responsabilidad y hasta matrimonio hubo. Lo llamaban gordo, porque fue un niño con sobrepeso, que luego rebajó y tenía una contextura adecuada para su tamaño.

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