Ficción
Andrea Leal y los obstáculos para los narradores
Por Lizandro Samuel
*La imagen de Andrea Leal es de cortesía.
Que Andrea Leal estudió Letras es imposible de ocultar: desde allí parte la forma en la que observa la literatura y su propio quehacer artístico, tanto en las cosas que le gustan como en las que no.
En efecto, es licenciada de la Universidad Central de Venezuela; además, ha venido haciendo un trabajo como promotora cultural que hoy día canaliza a través de la iniciativa Gato Negro. Fue finalista en el Premio de Cuento Julio Garmendia y en el Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas. Ha sido publicada en las compilaciones Feroces (2023) y Los Novisimos (2023).
Esta es la segunda entrega en Círculo Amarillo de la serie de conversaciones con autores emergentes.
[Lee el capítulo 1 aquí: José Migue Mota y la literatura imaginativa]Te escuché una vez decir que te daba miedo saber si, como autora, ibas a estar a la altura del canon literario nacional. ¿Ese temor sigue vigente?
Mira, en parte sí, en parte no. O sea, yo creo que con el tiempo uno empieza a aceptar la individualidad de uno, ¿no? Uno dice como que, bueno, yo hago lo que a mí me gusta, trato de ser lo más oficiosa posible, y al final uno llega al público que uno tiene que llegar. Entonces creo que en este momento estoy como más en paz que antes con el hecho de que al menos lo que estoy produciendo me genera placer, me genera satisfacción personal. Y creo que con eso es suficiente. Ya si los otros lo consideran bueno o lo consideran parte del canon o no, ya lo veo como algo más del otro. Yo antes me lo tomaba más como algo mío.
Y además creo que el mismo hecho de compartir tanto con los jóvenes autores… el hecho de que cada grupo de autores esté como generando su lugar desde donde hablar… Por ejemplo, tú estás en Círculo Amarillo; José Miguel [Mota] es muy vocal respecto a su interés sobre la fantasía, y bueno él también tiene como sus proyectos editoriales; Gabriela [Vignati] está por ejemplo en la revista Pasillo, pero también estamos en Gato Negro… O sea, el hecho de que se hayan creado estos frentes de trabajo te hace como darte cuenta de que estás como en sintonía con un grupo.
Entonces de repente no entro totalmente en el canon de lo que se venía escribiendo, pero sí siento que entro en el canon de mi generación, ¿no? Yo siento que lo que yo escribo resuena muchísimo con varias personas de mi generación, que aunque tengan su propia escritura y tengan sus propios temas, al final hay lugares comunes, hay cosas generales que nos gusta explorar a todos. Entonces creo que sí, ese miedo se ha ido superando.
Dijiste que tratas de ser bastante oficiosa. ¿Qué significa eso?
Diría que hay dos tipos de escritores. Están para quienes la escritura es un oficio. Donde la escritura es todos los días sentarse a leer, trabajar, escribir y mejorar el texto; y en cualquier momento pueden escribir algo. Y luego están los bichos raros, que no propiamente son oficiosos, más bien parecen como una marea: a veces les va bien, a veces les va mal, a veces les va catastrófico. Y yo siento que yo entro en la categoría de bicho raro. Quisiera ser oficioso, quisiera ser ese autor que se toma en serio la literatura, que todos los días escribe y todos los días mejora. A mí más bien la literatura me viene como por oleadas. Tengo temporadas de estupenda sequía, espantosa, atormentada; y tengo temporadas en donde siento como una euforia de escribir.
Intento ser lo más oficiosa posible. Por ejemplo, en los periodos donde estoy huyéndole a la escritura y a la lectura, me obligo a leer por lo menos algo. Y trato de leer aquello que me conecte de nuevo.
Tengo algunos escritores cuya obra siempre siento que me jalan hacia la literatura, una es Clarice Lispector y el otro es Gabriel García Márquez. Siento que los dos tienen como esa cosa tan rica de narrar que a ti te provoca escribir. Entonces de nuevo como que me jala el hilo de la escritura.
Nunca he podido ser ese tipo de autor que se sienta todos los días a trabajar. Que yo siento además que es el autor que realmente se vive la literatura como oficio; o sea, es el que puede vivir de la literatura; es el que tiene más obra, porque también es el que más escribe, el que más dedica tiempo a la escritura. Y al final la escritura no es simplemente musa, tiene una gran parte de saber leer, de saber escribir y de saber también contenerte: saber cuáles son las piedras que tienes en el camino y de las patas en las que cojeas.
Por eso digo que intento ser lo más oficiosa posible, por más que me siento más de los bichos raros que escriben de vez en cuando.
Dijiste hace rato que hay grupos de escritores de tu generación generando espacios desde los cuales hablar, desde los cuales relacionarse. ¿Sientes que esto tiene un poco que ver con el hecho de que ya no hay tantos lugares consolidados a los cuales integrarse? Hace unos 20 años quizá lo normal hubiese sido que cada uno pasase a formar parte de un movimiento, una editorial, una institución, algo; y a partir de ahí se desarrollase.
Sí, sí totalmente. Sobre todo los narradores, ojo. Yo siento que los poetas tienen un poco más de suerte allí.
Aquí vengo yo, la antipática narradora siempre a echarle carrilla a los poetas [risas]. Pero no, sinceramente es algo que incluso puede venir un poco de la envidia de que nosotros no tenemos una gran plataforma para desarrollarnos, o la estamos empezando a tener y la hemos tenido que tejer nosotros mismos. Pero es muy chévere que los poetas sí hayan tenido un lugar en donde ser recibidos y en donde ser apoyados, que por ejemplo ha sido La Poeteca. La Poeteca como iniciativa es una cosa bellísima y es una cosa que ha funcionado muchísimo.
Yo creo que con los narradores eso germinó por Revista Ojo, cuando retomó la Semana de la Narrativa. Yo siento que los narradores que estábamos intentando ahí más o menos publicar algo no sabíamos cuán solos estábamos. Yo me sentía la única narradora. Y además me daba miedo siquiera decir que era narradora. Porque además no me sentía merecedora de ese título.
Cuando llegué a la Semana de la Narrativa me impresionó ver tantas personas, personas que además yo conocía. Eran gente con la que yo había hablado, pero que tenían esta intimidad de “yo sí escribo, pero no lo digo”. Y resulta que escribían cosas de muy buena calidad.
Empezó a germinar esta necesidad de hablar con otra gente, de organizarnos. Al final, algunas personas fueron por su lado, otras fuimos por otro camino. Pero sí hubo como esa conexión de hay un lugar en donde trabajar.
Era algo también que le comentaba a Verónica [Flórez], con quien, junto con Gabriela [Vignati], tengo la iniciativa Gato Negro. Nosotras buscamos tratar de generar espacios para que los jóvenes lean. Y es por el mismo hecho de que para nosotras la semana narrativa fue tan importante, eso de sentir que el otro te escucha, que hay un lugar en donde lo que tú haces llega… porque también es el tema de que escribir es muy solitario. Yo parezco a veces una loquita, porque yo me río de mis propios chistes, y me voy emocionando de mi propia historia, y, claro, es muy divino, pero hay un momento cuando terminas y dices: ¿y ahora qué?
Contar historias es un gran oficio social. Nosotros contamos historias porque queremos que eso llegue a la otra persona. Pero no solamente porque queremos que llegue a la otra persona a nivel de información, sino porque queremos embelesar a la otra persona; queremos hacerla también reír, como nosotros nos reímos de nuestras ocurrencias; queremos aterrorizarlos, o conmoverlos. Y yo creo que la Semana de la Narrativa fue el momento de la cristalización de eso. Entender que yo todo este tiempo lo que había estado buscando era no solamente entretenerme a mí misma con estas historias que se me ocurrían, sino ver las posibilidades que mi palabra tiene en el otro, ¿sabes? Cómo la palabra que viene de mí puede mover al otro. Eso es bellísimo.
Entonces, nosotros nos empezamos a encaprichar con el hecho de nosotros queremos que otros autores sientan lo mismo. Y la única manera de que los otros autores sientan lo mismo es creando un lugar. Creando un lugar que no hay, que no existe todavía. Y que no existe porque no hay editoriales. Y porque los escritores grandes, los escritores consumados, no están en el país, están afuera haciendo sus vidas, como por ejemplo [Alberto] Barrera [Tyszka], que también se la ha tenido que currar, ¿sabes? O sea, se le ha tenido que sudar para poder ser reconocido. Gente como Jocelyn [Goncalves], que está fuera del país, y literal se le ha tenido que sudar para poder tener un lugar en donde la lean. Y no tienen realmente tiempo para generar la plataforma.
De repente esto último sí ha podido ocurrir con los poetas que se han quedado en el país, una mayoría que se ha quedado en Caracas. De repente ya están mayores y están más publicados, ya tienen un prestigio editorial y les es realmente más fácil publicar. Y les queda ese tiempo para ayudar a los otros.
Entonces, nosotros sí nos encaprichamos porque fue un tema de, bueno, “tenemos tiempo libre, vamos a hacerlo aunque nos desgaste”. Porque al final hacerlo hace que otra gente lo haga, que otra gente se contagie.
Yo hace poco estuve de jurado en el primer concurso de la escuela de Letras. La verdad fue un concurso de la [Universidad] Central en general, porque no solamente era la escuela de Letras, sino que podía participar cualquier persona de cualquier escuela. Y bueno, participaron chamitos de todas las escuelas. O sea, hubo varias personas de Medicina, por ejemplo, que uno no se los imagina escribiendo; gente de Derecho… Tenían esa emoción de “sí tengo un lugar para donde llegar”.
Yo a los 19 años, cuando estaba estudiando en Letras, ni siquiera se me hubiese pasado por la mente que podía tener un lugar al que mis textos llegaran.
Voy a hablar particularmente de la Escuela de Letras de la Central, porque es la que conozco más. Creo que se ha ido quitando este chip de “aquí no hay escritores”. Cuando yo estudiaba, había como una especie de desdén, que es raro porque al mismo tiempo es una escuela que estudia a escritores, que estudia poetas… pero al mismo tiempo era una escuela que decía “nosotros no creamos poetas”, como si eso fuese algo ungido, ¿sabes? Y la verdad no, los escritores y los poetas son gente muy normal… son gente. No es algo así como que nazcan de una concha de nácar y sean personas tocadas por Dios. No, no, son personas bastante normales, algunos bastante antipáticos, otros bastante simpáticos.
Había como el desdén de “si tú viniste a la Escuela de Letras a creerte que vas a ser escritor, bájate de esa”. Y no, chamo: está bien ponerlos en perspectiva de que es un medio muy competitivo, pero también motívalos. Y yo siento que eso se ha ido quitando. O sea, los jóvenes empezaron, por ejemplo, a hacer tesis creativas. Ahorita se están produciendo un montón de novelas, de poemarios, diarios, cuentos. Eso a mí me llena de verdad de orgullo y me gustaría que el día de mañana eso se traduzca en publicaciones. Lo que se está produciendo es de muy buena calidad, lo sé porque he tenido el gusto de leer a algunos de los estudiantes, varios hasta han ganado concursos.
Antes eso no ocurría. Cuando empecé me acuerdo que había varios profesores que me dijeron “ni se te ocurra irte por escritura creativa, porque te va a costar, por ejemplo, conseguir una maestría, conseguir una beca”. Se subestimaba a las personas. Aquí hay muchísimo talento, más del que uno se imagina. Y hay gente que puede hacer cosas gigantescas y la escuela como que trataba de más bien decir “no creas que puedes hacerlo”. Cuando sí, sí se puede. Eso es algo que yo he visto que sí ha cambiado y ha cambiado para bien.
¿A qué crees que se deba que los poetas hayan logrado organizarse tan bien, teniendo en cuenta que son el patito feo de la fiesta: escriben lo que menos se vende, lo que menos se lee y es casi imposible que tengan aspiraciones de vivir de escribir poesía? Pese a esto, como tú dices, son los que ahora aquí en Venezuela están mejor acompañados y organizados.
Mira, yo creo que por varias cosas. Uno, nosotros hemos tenido mejores poetas que narradores, debo decirlo con mucho lamento. Venezuela tiene una tradición poética mucho más robusta que su narrativa. También creo que por difusión, ojo, no creo que sea por calidad únicamente; aunque sí creo que a nivel de volumen hay mayor calidad voluminosa en la poesía. Es que si tú hablas de grandes escritores venezolanos, tomando en cuenta que los escritores son tanto narradores como poetas, creo que se nos vienen más nombres de poetas que de narradores.
Esa misma tradición creo que influye en la reputación. Al poeta lo ven como al romántico, ¿sabes? Además, yo sí creo que los poetas tienen esta capacidad de parecer como que sí nacen de una concha de nácar: a veces parecen como una especie de mago, una especie de sacerdote de la palabra. El narrador es más callejero, el narrador es más de tomarse una birra y estar hablando. O sea, siento que el narrador es más arrabalero, el poeta es más ungido.
Pero lo otro también creo que es que quedaron muchos poetas muy buenos en Venezuela, que no migraron. O sea, aquí sigue estando [Rafael] Cadenas, aquí sigue estando Yolanda Pantin, aquí sigue estando Alfredo Chacón y estaba [Armando] Rojas Guardia. Creo que incluso los mejores poetas del país están acá, no están afuera. Al revés de los narradores, yo siento que los mejores narradores del país han logrado más bien publicar afuera, hacer sus cosas afuera. Algunos tal vez se han quedado, como es el caso, por ejemplo, de Héctor Torres. El punto es que sí considero como que el numen de la poesía quedó concentrado acá.
Lo otro también creo es que los poetas tenían una carta que ahora los narradores tenemos, porque nos las hemos ido robando y enamorándola [risas]. Me refiero a Tibisay Guerra. Ella es una excelente gestora cultural, es una cosa de otro mundo. Es una tipa muy movida, que le pone corazón a la cuestión. Y los poetas la tenían para ellos, la tenían acaparada [risas]. Y bueno, por lo menos ahora la estamos logrando raspar para este lado, para que también vea a los narradores.
Y por último, creo que por este tema de reputación y por este tema de tradición hay un amor a la poesía que no siento que hay con la narración. Y siento que se le ha dado como un uso más utilitario a la narración en los últimos años y no tanto artístico. O sea, el poeta sí es un artista, el poeta puede escribir de lo que sea, no importa si escribe sobre las protestas, sobre el país, sobre el desamor, no importa. Él puede escribir lo que le venga, pero parecía como que la narrativa estaba al servicio de la Historia y de la protesta venezolana. Y era como “si tú no hablas del sufrimiento venezolano, ¿para qué sirves? Si tú tienes el numen de la palabra y de las historias, ¿para qué vas a escribir si no vas a escribir de eso?”.
Y al final, sí, eso tiene un sentido, pero también yo siento que trataban de desprenderlo de esta otra parte que es que el narrador también es artista, el narrador no tiene por qué estar al servicio de algo social, el narrador puede escribir lo que le dé la gana. ¿Tú le ibas a decir a Cortázar “todos tus cuentos tienen que ser como Graffiti”? No, o sea, él escribía lo que le daba la gana.
Y creo que eso también demerita. Como estos escritores pueden escribir de esto y vivir de estar constantemente criticando al Gobierno, entonces como que se dejó de lado la mirada más artística hacia los narradores. Y los poetas sí lograron como confabularse, como generar su cofradía. Y claro, las cofradías son una potencia: la gente puede allí guardar energía, y esas energías utilizarlas para crear cosas.
Entonces yo creo que los narradores estaban muchísimo más desarticulados, juntados con el hecho de que muchos emigraron y están haciendo sus cosas afuera. Entonces, ¿cómo tú haces el enganche? El enganche incluso se empezó a hacer no solamente con la Semana de la Narrativa, sino que, por ejemplo, en el caso de Feroces, fue también por los talleres de Jacobo [Villalobos].
Creo que la pandemia hizo que muchos se cuestionaran cosas y recordaran que querían escribir. Eso hizo que se generaran como estos grupitos en donde las personas que realmente querían llevar esto a una cuestión oficiosa se juntaran y empezaran a confabular entre ellos. Entonces creo que al final nosotros de manera más tardía hicimos lo mismo que los poetas. O sea, ellos confabulados ahí entre ellos, con la idea de “no podemos vivir de esto, pero queremos seguir haciéndolo”. Al final los narradores también se vieron en la misma situación.
Yo creo que eso cada día se ve más, por ejemplo, con las editoriales independientes, que es lo que está haciendo Ricardo [Ramírez Requena] y está haciendo Libros del Fuego. Es un poco eso de juntar fuerzas, en vista de que uno solo no lo puede hacer, porque no tiene el músculo de dinero, sobre todo, que es lo más importante.
Pareciera que el escritor venezolano promedio fuera del país no interesa a los mercados ni a los lectores, más allá de algunos espacios académicos y de crítica especializada. Salvo que, eventualmente, tengan algo que decir sobre la crisis de Venezuela, en las temporadas en las que es mainstream hablar de eso. ¿Coincides con esta percepción? Y, si es así, ¿cómo ves este drama?
Sí, sí, yo sí coincido. Sí creo que las generaciones jóvenes se están deslastrando y creo que también los viejos se están cansando de estar obligados a escribir sobre eso. Porque no hay cosa peor que te obliguen a tener que escribir sobre algo. Y yo siento que hubo un momento en donde se volvió una obligación, en vez de convertirse en algo de lo que realmente queríamos hablar, porque es una realidad que vivimos y es muy trágica, hemos vivido de verdad vainas chimbas.
A mí no me gusta mucho Mario Vargas Llosa como crítico y persona pública, pero como escritor sí me parece un genial. Hay algo que él dijo que a mí me quedó resonando mucho: que el próximo Dostoyevski iba a nacer en Venezuela. Y que el próximo Crimen y castigo iba a ser venezolano. Y él sobre todo lo decía por el numen, lo trágico que es todo lo que pasa en Venezuela.
En el momento en que él lo dijo, yo pensé: “Sí, claro, pero va a ser después de que pase esto, o tal vez después de que asimilemos todo lo que nos ha pasado”. Que no sé si realmente lo vamos a poder asimilar porque además nos siguen pasando cosas. O sea, como que Venezuela no nos deja digerir lo que vivimos. Yo creo que yo apenas estoy empezando a darme cuenta de que hubo alguna vez un apagón en el 2019 donde nos quedamos ciegos por completo y parecía como que el mundo se iba a acabar; y luego el mundo se acabó el año siguiente con el coronavirus.
Siento que lo realmente trágico de toda esta historia, a nivel artístico, es que en los concursos y a nivel editorial, parecía como que el venezolano solo sirve para contar las desgracias del país. Y entonces, si tú querías siquiera ranquear en un concurso nacional, tú sabías que tenías que mandar de repente no tu mejor cuento, pero si el cuento que hablase sobre cuánto tú sufres. Entonces, eso conmovía a la gente, porque también el jurado o estaba fuera y había tenido que emigrar exactamente por el hecho de lo que es el país, o estaba dentro y vivía eso todos los días.
Pero estás hablando de concursos nacionales, ¿cierto?
Sí, sí, claro. Concursos nacionales.
Mi pregunta va más por lo que pasa fuera del país, por la percepción que se tiene de la literatura venezolana a nivel mundial.
Sí, sí. También. Claro, yo lo veo mucho desde mi experiencia: yo siempre mandé a concursos nacionales. Todavía no tengo la fuerza para mandar algo a nivel internacional. Pero, por ejemplo, me pasaba que yo siempre mandaba cosas que no me gustaban, pero hablaban del país. Y lo hacía con la idea de que tal vez tuviera chance y alguien me leyese, y después yo pudiera de repente publicar lo que a mí sí me gusta.
Yo no creo que Patria o muerte sea la mejor novela de Alberto Barrera Tyszka, pero fue la más sonada. Todo el mundo hablaba de Patria o muerte. Cónchale, la verdad a mí me parece mil veces mejor La enfermedad. No es una mala novela, es una buena novela que habla de la cuestión del país, pero también es una novela cliché, que a la gente le gusta consumir afuera. Y creo que también es lo mismo que pasa, por ejemplo, con la película Simón. A mí no me gustó, porque siento que toca de manera superficial un drama que ya todos vivimos. Pero eso es porque yo lo viví, afuera me imagino que ven esa película y se impresionan. Porque ellos no lo vivieron, para ellos es como una película de Hollywood.
Sí, esa es la vida de nosotros, pero supeditar el arte a solamente eso me parece muy triste. Y yo creo que la narrativa se ha ido despegando de esa idea. Creo que tenemos mucho chance, porque también hay ahorita una movida literaria internacional, que lo veo bastante en mujeres latinoamericanas, que es lo de lo wiered. O sea, el terror extraño, como Mariana Enríquez, como Mónica Ojeda, que están hablando desde lo que parece un realismo mágico sucio, que le da permiso a los autores a explorar sus propias tradiciones culturales y sus propias tradiciones religiosas de cada país, pero también su individualidad extraña.
Yo creo que hasta que algún autor venezolano la pegue y logre darle a entender a los demás que nosotros tenemos más cosas que decir que únicamente lo que nos pasa en el país, al final las editoriales no lo van a entender. Yo creo que adentro lo están entendiendo, dentro del país. Y lo veo en los concursos. Y yo lo estoy tomando como un buen aliciente, porque siento que lo de adentro luego va a resonar afuera. O sea, el hecho de que ya de por sí adentro estemos logrando darle espacio a gente que habla de cosas distintas, a gente que se permite experimentar con el lenguaje, a gente que no siempre… o que de repente sí habla del país, porque yo también digo: los autores jóvenes de mi generación sí hablan del país, el país está ahí, porque el país es parte de nosotros, o sea esta tragedia la vivimos todos y al final se regurgita en lo que uno escribe. Pero no es el centro, no es el corazón del texto, el corazón del texto es otra cosa.
Y yo creo que incluso el corazón del texto es el intento de crear fuera de lo trágico que nos ha tocado vivir, fuera de aquello que nosotros no decidimos elegir, porque somos una generación que no estábamos votando por Chávez ni por Maduro. La primera vez que yo voté fue cuando nos quitaron la Asamblea Nacional. Entonces, yo me siento un poco presa de lo que me tocó vivir, pero por el mismo tiempo de que estoy presa de lo que me tocó vivir me ha tocado también echar para adelante. Y crear mi propia realidad en esta realidad que no me gusta. Y creo que eso también se traduce en mi obra.
Mi obra es una obra que está oscura, que muchas veces su entorno es ruin. Y lo veo también en muchos autores jóvenes, en cuya obra hay mucha violencia. Pero que el hecho central de la obra es algo que irrumpe esa situación. O que el personaje tiene intenciones de salirse de esa situación. Y creo que el día de mañana, cuando cada vez sean más las editoriales de afuera que permitan dar el espacio para que estos temas se aborden, se van a dar cuenta de que hay una calidad literaria que no está en aquello que todavía no sabemos contar, no está en las tragedias que nos han pasado, está en lo que hemos podido digerir, hemos podido convertir en otra cosa.
Por ejemplo, yo le estoy apostando al nuevo libro de Natasha [Rangel], Estorninos negros. Que se lo va a publicar una editorial de venezolanos en Chile. Me parece que ese es uno de los primeros visos de editoriales externas que están apostando por textos que no son lo que normalmente uno diría que es la literatura venezolana.
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