Ficción

Eduardo Sánchez Rugeles: “No paso un mes sin revisar alguna obra de literatura venezolana”

por | Nov 10, 2023

Por Lizandro Samuel

Imagen de Lisbet Salas

Eduardo Sánchez Rugeles es uno de los escritores venezolanos más destacados de lo que va de siglo. En la novela, se ha erigido como uno de los narradores más solventes y reconocidos de la actualidad. Todo lo que necesiten saber de él, pueden hacerlo viendo su perfil aquí.

Dicho esto, conversé con Sánchez Rugeles sobre la literatura, el desarraigo, su vida en España, el cine y construir la patria a través de los libros. 

¿Te sientes más cerca de Venezuela viviendo en España?

No lo sé, no lo tengo claro. Ya hace más de 15 años desde que salí de Caracas y sin duda en este proceso ha habido etapas. He pasado por distintas etapas que me han hecho confrontar esa pregunta y la respuesta siempre es la misma: no lo sé. En todo ese lapso, hay muchas dudas, hay momentos de cercanía, de distanciamiento.

Desde que resido en España yo me convertí como profesional en escritor, porque yo publico mi primera novela viviendo aquí. También me convertí en guionista, porque el primer guion que escribo lo escribí aquí. Eso en el aspecto profesional. Como ciudadano me convierto en español, obtengo la ciudadanía española. También me convierto en padre: mi hijo es español, todavía no tiene pasaporte venezolano.

Hay distintos procesos, facetas de la vida social profesional y emocional, que se revuelven mucho a la hora de enfrentarse a esa pregunta. Por supuesto, en Venezuela siguen mis familiares: mis padres y tíos. Es todo un entorno afectivo muy importante, muy muy querido. Mucha memoria. Gran parte de la formación académica, parte de mi vida profesional ocurrió en Venezuela. Y las historias que invento, mis ficciones por narrar en las que estoy trabajando, están todas muy ligadas a Venezuela. Entonces, está esa cercanía.

En alguna entrevista te escuché decir que desde que migraste conectaste más aún con la música y la literatura venezolana. De hecho, en un espacio dijiste que podías pasar semanas sin abrir El País de España pero que no pasas más de un día sin revisar un medio venezolano. ¿Podría ser que vivir fuera del país te llevó a acercarte más a nuestras manifestaciones culturales? 

Sí, sobre todo a la literatura. Yo fui muy mal lector de literatura venezolana mientras vivía en Venezuela. Cuando ingresé en Letras en la UCAB, yo había leído muy poquita literatura venezolana.

Por una parte había algo de rebeldía juvenil y de tontería tipo “no, yo leo a Dostoyevski, Nietzsche, Tolstói; pero no leo a Pocaterra porque no me interesa”. Eso fue lo que ocurrió, pero también creo que en la Universidad Católica en aquel momento, a excepción de Carlos Sandoval –que fue nuestro profesor de Literatura Venezolana y al que estimo muchísimo–, la manera cómo se trabajaba la literatura venezolana tampoco era muy estimulante.

Yo no tuve particularmente mucha conexión con mis docentes del área de venezolana y eso reforzó el desinterés. Por supuesto que sí había leído algunas cosas. Había algunas cosas que me interesaban. Eduardo Liendo, por ejemplo, siempre fue un autor con el que yo conecté y que lo leí porque un día uno de sus libros apareció en mi casa: El round del olvido. Después lo conocí en la universidad, asistí a su taller de literatura… Entonces, siempre fue un autor que estuvo allí.

Siempre me hace mucha gracia porque hoy día aprecio muchísimo la novelística de Arturo Uslar Pietri: me emociona, me atrapa, significa mucho en mi formación actual. Pero cuando en el año 2010 a mí me dan el Premio Arturo Uslar Pietri, por Blue Label/Etiqueta azul, yo no había leído a Uslar Pietri. Había leído dos cuentos y por exigencia académica.

Fue esa vergüenza de tener un reconocimiento con el nombre de ese señor, y no haberlo leído, que me senté a leer Las lanzas coloradas con mucho desdén, pensando que me iba a encontrar una literatura patriotera de estas cosas de rasgarse las vestiduras por la nacionalidad. Y fue una cura de humildad y una enseñanza tremenda, fue el darme cuenta de que estaba equivocado muy duro, muy fuerte.

Me cautivó por completo la novela. Y luego fue el salto a La isla de Robinson, El camino de El Dorado. Me leí una biografía del autor. Y de ahí fue una cosa tras otra. Ese acercamiento me abrió una puerta para acercarme a otros autores como Manuel Díaz Rodríguez, a Pocaterra… ya fue una cosa muy apasionada. Ya Teresa de la Parra estaba también en mi grupo de autores predilectos previo a este movimiento. A Teresa sí la había leído con pasión e interés. Me gusta mucho su prosa, su narrativa. Pero más allá de ella y quizás otro par de nombres conocía muy poco.

Ahora, en los últimos seis años, no paso un mes sin revisar alguna obra de literatura venezolana.

¿Y qué pasa con la literatura venezolana actual? ¿Estás pendiente? ¿Estás consumiéndola? 

Mira, estoy informado, pero he leído poco. También porque así como tengo esa disciplina de lectura con esa literatura del pasado que no leía en su momento, también hay otros compromisos de trabajo de escritura con los guiones y de lecturas actuales que no me han permitido ponerme al día. Pero sí te manejo como los nombres, las referencias, sé quién está trabajando, quién está haciendo qué. Aquí en España, por ejemplo, los amigos muy queridos como Karina Sainz Borgo y Rodrigo Blanco Calderón han tenido una presencia importante en las editoriales.

Me decías hace rato que tu hijo es español. Tus personajes, la mayoría de los que están en tus novelas, quieren irse, tienen una fuerte sensación de desarraigo. De alguna manera, tú también: por eso acabaste en Madrid. ¿Cuál crees que será el futuro de tu hijo? ¿Qué crees que querrá ser él de más grande? 

Mira, no lo sé, no tengo idea, porque es muy paradójico: esa sensación que podemos llamar de desconexión, de no sentirte parte de, yo no solo lo viví con Venezuela, con la Venezuela de la que me fui en su momento –porque sin duda el país ha cambiado, el país es otro; más allá de que permanecen ahí ciertas sombras, hay otros giros que están allí en la sociedad que tienen que ser muy diferentes a lo que yo dejé atrás–, sino que esto no significa que yo conecté con España.

Yo nunca conecté con España. Tengo más de 15 años aquí, pero me oyes hablar y quizás cuestiones de vocabulario por supervivencia que las tengo incorporadas, pero desde el punto de vista lingüístico, cultural y social sigo hablando como venezolano.

Yo hay cosas con España que todavía no entiendo. Hay cosas que acepto, que me gustan, que disfruto. Pero hay algo en la vida social con lo que yo todavía no conecto. Esto no habla mal de España, para nada. El del problema soy yo. Y siempre tengo la sensación de que si me hubiera ido a Rusia, Alemania, Australia, tendría esa misma sensación de no encajar. Hay algo allí con el entorno que me cuesta desarrollar, expresar.

Soy un tipo muy solitario. Profundamente solitario, con trabajo sedentario, muy en mi mundo, muy encerrado. Y en ese sentido, con respecto a la ciudad, soy un superviviente.

¿Cómo verá mi hijo en el futuro su ciudadanía? Bueno, supongo que dependerá también de su temperamento, de sus búsquedas.

Él tiene, sin duda, una educación literaria, musical y de lingüística muy venezolana. Sabe que tiene su familia en Venezuela, sabe que sus padres vienen de Venezuela. Conoce la música de Serenata Guayanesa, por ejemplo. Escucha aguinaldos venezolanos. Tiene su pequeña biblioteca con los libros de Ekaré. Tiene todos esos referentes y los ha ido alimentando. Pero también está en una escuela donde el 99% de sus compañeritos son españoles y él habla español de España. Entonces tendrá allí su conflicto identitario que lo gestionará según su temperamento, su forma de ser.

Él tiene un tío que vive en Costa Rica, otro tío que vive en Perú, la tía que vive en Miami, los abuelos que viven en Caracas. Vive también en un mundo ya nativo digital, 2.0, donde todos nos comunicamos y nos hablamos. Entonces me imagino que tendrá sus desafíos, pero ya será su propia vida la que dirá qué decisiones tomará y cómo asimilará todas esas memorias.

Le dijiste a Héctor Torres, una semblanza que te hizo para Clímax, que tuviste la desventura de tener una infancia feliz. Y luego has repetido esa frase varias veces en distintos contextos. Bueno, según lo que estamos hablando parece que tuviste una infancia en la que estabas muy contento en el entorno familiar, pero da la sensación de que sentías que no pertenecías a los entornos físicos en los que te movías

Puede ser, sí. Claro, esa frase tiene trampa. Casi que se la tomé prestada, para decirlo de una manera más o menos elegante, a Pessoa. Me parece, no sé si es en el libro El desasosiego, que decía que sí, que su infancia fue feliz, a diferencia de otros escritores trágicos que uno admira y que uno sigue, que uno lee con pasión, cuyas vidas fueron una absoluta desgracia desde el momento en que nacieron. No es mi caso.

O sea, mi infancia hasta mi adolescencia, todo fue como muy sano, muy correcto, con mucho amor, casero, todo funcionaba.

Pero ya una vez que yo decido, digamos, hacer una carrera creativa de Letras… El tema del cine siempre me apasionó y me gustó, pero jamás pensé que podía llegar al cine como sí he llegado por una vereda paralela. No lo tenía como objetivo, fue algo con lo que me encontré. El caso es que en aquella Caracas, estoy hablando de entre 2005 y 2007, ya en ese momento estaba dando clases en bachillerato, una cosa que a mí me agobiaba mucho, era el tema de la violencia y la inseguridad. La ciudad era profundamente peligrosa y eso era algo que a mí me generaba profundo desasosiego.

No poder caminar tranquilo, tenerle miedo a la noche, esa cosa de “llámame si llegaste”, “¿estás bien?”, que venga un motorizado y te asustes. Vivir con miedo era algo que yo no quería.

Pesaba más que el discurso político agresivo y feroz de Hugo Chávez en su momento, que la atención política, que la falta de oportunidades, de empleo; que bueno, yo tenía mi trabajo como docente, pagaba mal, pero es verdad que no había muchas oportunidades en muchas vías. Viéndolo a distancia, lo que a mí más me agobiaba de mi situación en Caracas en aquel momento era la inseguridad. Conocidos que habían sido asesinados, robados, asaltados, el miedo a la noche.

Una de las cosas que yo más disfruté cuando salí de Venezuela era poder caminar de noche por la ciudad tranquilo.

Yo no sé si eso cambió, yo no sé qué giro dio la vida nocturna, la sociedad venezolana: ojalá no sea igual, pero en aquel momento era muy agresivo, era muy invasivo, me generaba mucho estrés. Eso coincidió con la oportunidad de hacer un máster acá, en estudios latinoamericanos, que luego lo completé con otro en estudios literarios en la Universidad Complutense. Esa fue como la excusa.

No sé si respondí a tu pregunta o me desvié.

¿Superaste el trauma del ruido de las motos?

Sí, sí, esa parte la tengo como muy cubierta.

Y es muy sano también, paradójicamente, haber vivido ese estrés cotidiano, social, el miedo, porque te cuidas mucho. Aquí, por ejemplo, en Madrid, tú no tienes cifras de asesinatos, es muy raro; sí ocurre eventualmente una situación súper trágica, pero bueno, eso tiene un seguimiento policial, y pasa algo, se investiga. Pero hay muchos carteristas en el metro y en las zonas turísticas. Y el venezolano, el latino por lo general, viene preparado. Roban al noruego, al danés, al finlandés, al holandés que está ahí como distraído. El latino tiene la mano en el bolsillo y está muy atento.

Quiero abordar más el tema de tu infancia. ¿De niño tú te sentías identificado con Venezuela? ¿Te imaginabas haciendo vida ahí? ¿O había una sensación de incomodidad en los entornos físicos que frecuentabas?

No, en la niñez para nada, en la niñez era plenitud absoluta y felicidad absoluta, imaginarme que eso iba a ser así para siempre. Que toda la vida iba a transcurrir entre Santa Mónica, en Los Chaguaramos y Bello Monte, en Caracas; Tacarigua, Mamporal en el estado Miranda; y Anaco en Anzoátegui. Eso era la vida, eso era todo. Se veía Margarita de vez en cuando, Mérida de vez en cuando con un viaje familiar. Y ahí no había, estoy hablando quizás hasta mis 12 o 13 años, conciencia crítica, conciencia de país, malestar. Ahí lo que había era pura energía y ganas de disfrutar con los primos.

Una cosa que yo arrastro, que conservo y que me gusta mucho es mi relación con mis primos. Mis primos son quizás mis amigos más cercanos, mi gente así súper más querida y todo eso cuajó en la infancia. Hay una comunión que alimentaron mucho las abuelas. Nos criaron muchas viejas. Somos muchos, somos como 20 primos regados por el mundo.

Recuerdo mi infancia con mucha emoción, mucha vivacidad, intensidad; y no recuerdo, honestamente, sentirme mal en Caracas, en Venezuela, en América Latina. No, para nada. Es que ni siquiera manejaba esas categorías.

Creo que todos estos tormentos comenzaron en la adolescencia, puede ser.

¿Y tiene que ver directamente con el deterioro del país o con alguna otra cosa previamente?

Sí, puede que tenga que ver con el deterioro del país.

Yo me gradué de bachillera en 1995. Entré a la UCAB a Filosofía en el 96 y creo que sí, ya estaba por ahí un ambiente de que la cosa no va bien. Es inminente ahí más o menos el triunfo de Hugo Chávez y todo lo que viene. Los primeros cinco años del siglo fueron un caos absoluto. 2002 y 2004, fue como mucho incendio.

Y sí recuerdo que en algún momento yo tenía como la curiosidad por salir a estudiar y volver. Vi muchas cosas en México. Tenía como la ilusión de hacer algo en la Universidad de las Américas de Puebla, que estuve allí y recuerdo que busqué algunos folletos. Pero siempre con la idea de volver. Era algo como que me hubiera gustado tener la experiencia de haber estudiado afuera. Pero después las cosas se dieron de otra manera.

También esos primeros años de este siglo fueron muy conflictivos en lo político, la inestabilidad laboral también, todo esto que te decía antes de la inseguridad. Y bueno, se dio el plan así de salir.

Tienes más de 40 años. Y desde los 12 más o menos empieza a tejerse una suerte de sensación de desarraigo. No te sientes a gusto, o sea, no te sientes identificado del todo con Venezuela. Llegas a España y tampoco es que conectes demasiado con España. Es decir, tienes más de 30 años sintiéndote extranjero

Sí, un enajenado absoluto. Y fíjate que son categorías como muy grandes también: Venezuela, España, Caracas. Es mentira. Viéndolo a la distancia, ya estando acá, me di cuenta de que yo conocí muy poco Venezuela. Yo conocí algunos lugares de Caracas, algunas ciudades de Venezuela, pero nunca tuve una experiencia completa de país.

Igualmente en España. Yo conozco algunas zonas de Madrid, pero Madrid es enorme. Hay zonas de Madrid que desconozco. Y hay ciudades de España y lugares de España que no he visitado. Entonces mi experiencia es muy limitada. Por eso la generalización me asusta un poco.

Me preguntan: “¿En tu novela retratas la venezolanidad?”. ¡Mentira!, yo no retrato ninguna venezolanidad. Retrato un cierto sector de cosas que vi, cosas que escuché. Y bueno, que me pongo a experimentar con personajes en ciertos contextos, pero no manejo esa información, esas tesis, esos conjuntos, esos colectivos humanos son espacios muy complejos y a los que te acercas desde tu propia experiencia.

Por ejemplo, hay un circuito por el que yo siento mucho afecto y creo que lo he retratado en mis trabajos: Los Chaguaramos, Bello Monte y Santa Mónica. Esa es mi Caracas. Los Rosales, Las Acacias, ahí, todo lo que lo bordea. Quizás una parte de El Valle lo llegué a conocer muy bien.

De resto, Lizandro, yo Caracas la conozco muy poco. O sea, sí, por supuesto que visité Montalbán, La Urbina, al otro lado y tal. Pero la Caracas que yo caminé, recorrí, conocí, donde me identificaba con los espacios, los sitios, es esta que te describo, que es pequeñita. Es mínima. Entonces, generalizar sobre Caracas, mira, no lo sé, no me atrevo, me da mucho miedo.

¿Escribir es para ti una forma de encontrar o de construirte tu propia patria?

Puede ser, sí. Siempre estás allí buscándola. Me gusta mucho hacerlo a través de personajes, construir personajes que no tienen nada que ver conmigo, pero que se identifiquen con un sistema de valores, con un espacio, con algo, con cosas, con música.

Ahorita hay herramientas que te permiten hacerlo. Por ejemplo, si yo quiero que mi personaje viva en, qué sé yo, en La Urbina, para decir algo, que es una zona que yo conocí un poco porque tenía familia de ahí, iba muy de vez en cuando. Ahora meto La Urbina en Google y lo veo en Google Maps, y veo blogs de blogueros de vecinos de la zona y leo la gente que tiene la parte de comercio.

Entonces, como creador, como autor, esos insumos me van dando mucho para darle una visión de mundo a ese personaje que sin duda estoy documentando con todo este material, que hace 20 años esa información no estaba ahí. Era muy difícil darle quizás verosimilitud, que sea orgánico, que funcione. Entonces, sí, cada vez que abordo un nuevo proyecto literario, trato de que los personajes, por más distintos que sean a mí, me ayuden a comprenderme un poco mejor desde lo psicológico, desde lo social, desde lo idiosincrático, desde lo ciudadano. Efectivamente, eso es parte del oficio.

Hablemos de la ironía que significa el hecho de que no querías permanecer en Venezuela, no consumías demasiado de nuestras manifestaciones literarias, emigras a España, te radicas en Madrid, pero tu éxito artístico es principalmente en Venezuela. Creo que en ningún lado has tenido tanto éxito entre los lectores, incluso en el cine y…

No, no, es que es que en otro lugar no existo. O sea, solo en Venezuela me conocen.

Sí, es curioso, es paradójico, es súper raro. Sobre todo con Blue Label y Liubliana en aquel momento, que fueron las novelas que funcionaron mejor.

Yo pasaba 15 días en Venezuela. Salía desde aquí, desde mi anonimato absoluto y desde mi vida sedentaria y con un nivel de sociabilidad muy bajo, y era llegar a Caracas y tenía hasta agenda de medios: radio, entrevistas de televisión, foros. Y yo: “¿Qué es esto, no entiendo nada? ¿qué está pasando?”. Y sí, efectivamente, eso ocurrió. Con esas dos novelas fue muy fuerte y la respuesta del público lector fue en ese momento significativa.

Y a pesar de que las novelas han desaparecido, porque, bueno, desde que se fue Ediciones B del país no han vuelto a editarse, hasta el día de hoy honestamente yo recibo correos de lectores. Tanto por Liubliana como por Blue Label, más que todo. Correos de gente que conectó con la obra, que les gustó mucho, que significó algo importante para ellos las lecturas y sigue siendo muy estimulante, eso lo aprecio muchísimo, ese acompañamiento, tanto por las novelas, como ahora más recientemente con el cine.

Muchas veces me preguntan, como dentro de ciertas preguntas hechas que se le suelen hacer a los escritores, ¿qué es lo más difícil de ser escritor? Creo que en el momento en que me la formuló algún periodista dije cualquier tontería. Pero, pensándolo en frío, en lo personal, por mi forma de ser, por mi temperamento, yo creo que lo más difícil y sobre todo en Venezuela, fue la vida pública.

Para mí fue muy sano vivir en otro lugar, tener esta vida bastante anodina, en el mejor de los sentidos; como muy tranquila, sin ningún tipo de estímulo de este tipo. En Venezuela yo llegaba y había que ir a una radio y hablar con César Miguel Rondón, y hablar con Ana María Simón. Te estoy hablando de años atrás, cuando ellos estaban en Venezuela, hasta a Aló, ciudadano fui yo alguna vez, cuando Aló, ciudadano era un programa de comunidad (…).

Esa parte de comprender que mi opinión importa fue algo como muy… me reseteaba muchísimo. Asimilar eso, aprender a cuidarme cuando conversaba con un periodista. Porque a veces siendo espontáneo tú dices cualquier cosa, y algunos periodistas eligen como la mayor tontería que dijiste y te la ponen en negritas de encabezado.

Me tocó aprender a conversar con un periodista, ¿qué debes decir?, ¿cómo lo debes decir?, ¿qué no debes decir? Con cuidado, respeto, siempre proyectar una imagen. Aprender ese comportamiento público fue extenuante.

Entonces, creo que fue muy sano para mí que eso ocurriera en Venezuela. Siempre procuré tener un comportamiento y una actitud respetuosa con mis interlocutores, fuesen periodistas, estudiantes, colegas, y ya hoy día creo que lo domino un poco mejor. Entonces, si me toca lidiar en otras arenas, en otros países, en otros contextos, con entrevistas, con medios y tal, con el gremio y su competitividad y su gente y su mundillo, creo que tengo herramientas para hacerlo mejor. Y fueron herramientas que aprendí por ese proceso de tener un éxito en Venezuela, viviendo afuera de Venezuela.

Tú llegaste a comentar que te costó mucho publicar. Te fuiste a España y lo lograste cuando Blue Label ganó el Premio Arturo Uslar Pietri. Y a partir de ahí te hiciste famoso en Venezuela por ser multitudinario: mucha gente te leía, recomendaba tus libros con fervor. Además, tuviste mucho público joven 

Sí, eso sí, fue muy emocionante, muy estimulante. Te repito, los correos más hermosos que yo he recibido con respecto a mi obra son de gente muy joven: chamos de 12; 13; 14 años.

Por supuesto, esto genera malestar en el sector, eso que ahora llaman haters. Hay gente que le cae muy mal.

Yo en ningún momento concebí Blue Label para que fuera una novela exitosa, es que ni se me pasaba por la cabeza que la iba a poder publicar; pero funcionó, conectó con el público lector en aquel momento, le fue bien.

Y bueno, eso me ganó algunos adversarios, por no decir enemigos. Y recuerdo una bonita defensa que hizo a mi trabajo Gisela Kosak en algún momento, donde no sé qué grupo de intelectuales estaba así como defenestrando mi trabajo, y salió Gisela y les dijo: “Este pana puso a leer a la gente joven en este país, eso tiene un mérito, así que se callen”. Ella me lo contó después y me hizo gracia.

Y sí, esa conexión con el público lector joven es algo a lo que le doy mucho valor, sin duda tiene mucho significado, más que a veces la opinión de un crítico, un entendido, alguien que sabe mucho, esta gente que es muy culta, este periodista es muy sabio… Le doy más valor al comentario del lector honesto, que me dice: “Tu novela significó algo importante para mí”. Eso, como dicen por acá, chapó.

Bueno, tocaste la otra cara de lo que representa que se exponga tu trabajo y que tenga cierto grado de proyección, no solamente los periodistas buscando hablar contigo y los lectores, sino también las críticas, que es inevitable, y todos las reciben. ¿Te ha fastidiado un poco eso? ¿Hoy día todavía siguen llegando algunos de los comentarios?

Honestamente no. Yo creo que lo peor que puede hacer un artista en general, y no solo en literatura, es procurar gustarle a todo el mundo; creo que si tu obra le gusta a todo el mundo es que algo no está bien. Me parece sano que la obra funcione en algunos contextos, que haya gente que le guste, que haya gente que no le guste.

Yo siempre he sentido respeto entre los colegas venezolanos, la gente que se dedica a la escritura. Esto no quiere decir que a mí me gusta el trabajo de todos los escritores venezolanos, ni que a ellos les tenga que gustar el mío; pero cuando hemos coincidido, cuando nos hemos conocido, la relación ha sido muy cómplice en el mejor de los sentidos: muy respetuosa, muy correcta. No tengo nada malo que decir en contra de mis colegas escritores. Siempre la relación personal y profesional ha sido súper amable.

Sin embargo, fuera del oficio, hay como un grupo de periodistas, por llamarlo así, con cierta aspiración cultural, poetas sin obra, gente que va a presentaciones de libros, que genera cierta matriz de opinión, que sí en algún momento fueron como muy recalcitrantes, muy ofensivos. Pero casos muy puntuales, nada de lo que te diga que me haya generado un malestar profundo. Creo que está bien que haya gente que no le guste tu trabajo y lo diga. Siempre que sea de manera respetuosa, ningún inconveniente. Yo con la crítica no tengo una mala relación.

 Cambiando de tema, ¿llegó a existir ese desarraigo en el tema familiar o en otros espacios de la vida, de la cotidianidad? Por ejemplo, entiendo que tus dos papás son abogados, tu hermano también y tú eres el único literato en tu núcleo, al menos. ¿Llegó a ocurrir la sensación de extranjería a veces en otros términos, más allá de países y de sitios y estas cosas más externas?

No, en el espacio familiar nunca. Te digo, hay mucha comunicación, como te decía antes, con mis primos. Esos son lo que llaman ahora mi zona de confort. Gente con la que me siento muy a gusto y que nos hemos comprendido muy bien en nuestras diferencias, diferencias de oficios, diferencias de gustos, de formas de ser. Ahí no hay choque, ahí no hay desencuentro.

Sí ha ocurrido un desencuentro, por ponerle una palabra, muy curioso con las nuevas generaciones, con los más chamos. Los que son contemporáneos conmigo o mayores que yo tenemos un código de comunicación muy despiadado, muy frontal: nos decimos de todo y nos adoramos y nos queremos y no hay ningún inconveniente.

Pero con los que son de 30 para abajo, y esto lo noto por los grupos de varios familiares, ya están en este mood 2.0: ya tienen esta sensibilidad donde todo lo que tú dices y todo lo que tú opinas es discriminatorio, es ofensivo, es inapropiado. Entonces, comunicarse se ha convertido en algo muy complicado porque siempre va a haber algún doliente. Y eso es raro. O sea, he notado que ocurre. Nada significativo, muy grave. Pero sí hemos notado los mayores que cada vez es más complicado comunicarse con los chamos.

Pero retomando la pregunta principal, con el espacio familiar: no, no, yo nunca sentí ningún tipo de incomodidad, malestar, sensación de extranjería.

Nunca me gustó el Derecho. Yo creo que hubiese sido un abogado nefasto. Me da absolutamente igual si mi representado gana o pierde su caso. Si es inocente o culpable, no sé. Hubiese gestionado muy mal sus intereses. Pero el Derecho es parte de mi casa. Siempre estuvo ahí. La biblioteca de mi casa era la biblioteca de libros de Derecho. Y es parte de mi entorno.

Claro, a mí me educa Hollywood, porque yo lo que hacía era ver películas. Entonces tenía el abogado de mi casa, que mi papá además era un abogado como de cuestiones de familia, bancarias, herencias, divorcios y estas cosas. Y tú cuando ves películas norteamericanas, ves al abogado ahí litigando en el juzgado y todas estas cosas. Le preguntaba a mi papá: “Bueno, ya va, pero tú eres abogado. ¿Cómo es esto? No entiendo”. Tenía como esa confusión en mis años de formación.

Pero no, la casa siempre fue algo muy sólido y muy firme y muy estable, donde siempre me sentí, valga la redundancia, en casa.

¿Y había este interés por la literatura en tu familia o fue un accidente que tú terminaras siendo literato?

A mi mamá le gustaba leer, le gusta leer. Y había una biblioteca de libros de literatura en casa, además de los de Derecho, que fueron para mí como una fuente primaria. Estaban los libros que publicaban en los años 80, la revista Bohemia. Era una colección loquísima, una colección casi sin ningún criterio. De repente te venía, qué sé yo, Los hermanos Karamazov; y el siguiente título era un libro de cocina de una señora de un pueblo de Marina. En serio. Después te venía una ley, Después venía El príncipe, de Maquiavelo. Había de todo. Y ahí yo leí muchas cosas.

Por los Rugeles sí había como ciertos antecedentes vinculados con la literatura, con la cultura, pero yo honestamente nunca… Bueno, creo que él murió antes de que yo naciera o murió siendo yo chiquito: me refiero a mi antiguo abuelo, el poeta Manuel Felipe Rugeles. Sí tuvo relación con mi mamá, por supuesto: era conocido en la casa, pero yo no tuve una relación cercana con ese señor. Te repito, no sé si falleció antes de que yo naciera.

Yo conocí a su hijo y lo conocí tarde, ya quizás adolescente, que es el compositor Alfredo Rugeles, director de orquesta en Venezuela. Y bueno, con Alfredo yo tengo una relación de amistad. Hablamos de vez en cuando. Pero en mi infancia no estuvo tan presente.

Entonces no tenía el estímulo así literario tan fuerte de ese lado.

Por los Sánchez, mi tía Lilian Sánchez era profesora de literatura en un liceo. Y yo era muy mal estudiante y en cuarto año reparé literatura. Y mi profesora de literatura para el examen de reparación fue mi tía. Y con ella leí mucho, leíamos mucho en esas vacaciones, en ese período. Entonces lo recuerdo así como una influencia quizás importante, pero fue algo muy espontáneo.

Como te decía antes, a mí el cine siempre fue algo que me apasionó mucho. Yo creo que el cine en mi formación estuvo primero que la literatura. Yo antes de ponerme a leer, vi muchísimas películas; o sea, demasiado. Pasé demasiado tiempo viendo televisión. Algunas películas las veía muchas veces y las repetía. Y bueno, la curiosidad por la lectura vino más tarde.

¿Reparaste literatura en cuarto año?

Sí, sí, sí.

Y luego decidiste estudiar Letras 

Sí. Pero es que yo era un desastre en bachillerato. Era por flojo, no porque no me gustara ni me interesara, sino porque mi bachillerato fue una cosa muy nefasta. Entonces yo, a ver, si te hago memoria, en séptimo reparo tres. En octavo, una. En octavo me fue muy bien, lo peor fue Matemática nada más. En noveno reparo cuatro y me quedan dos; y repito noveno. Y ahí repitiendo me queda una, que es Física. Y ya después en cuarto, una que era literatura. Y en quinto me gradué.

Bueno, y curiosamente ya en la universidad me fue muy bien. En la universidad yo no tuve ningún tipo de inconveniente académico. Me gustaba lo que hacía y bien, me lo tomé en serio; pero era otra actitud, otra persona.

¿Sigue siendo melancolía tu palabra favorita? 

Me gusta mucho, sí. Está entre ellas.

¿Qué le dirías a la maestra que te regañó a los ocho años y citó el representante por leer a Stephen King?

Le invitaría una cerveza para hablar de eso.

¿Sigues relacionando Caracas con las palabras hogar, locura, caos

Sí, ¿por qué no? Creo que hay una asociación oportuna.

¿Cuáles serían las palabras para Madrid? 

Guau. Hogar está. Madrid es mi hogar. Pero también le pondría como… ¿Cuál puede ser? No sé, me agarró fuera de base. Tengo como la sensación, la emoción, pero no consigo la palabra, porque tiene que ver como con un distanciamiento, como un hogar donde sí, estoy bien, estoy tranquilo, pero falta algo allí. Un hogar solitario puede ser como la imagen.

¿Te escandalizaría si tu hijo estuviera leyendo Stephen King a los 8 o 9 años? 

No, para nada. Para nada, absolutamente. Más bien me generaría mucha curiosidad, lo acompañaría, le haría preguntas, le preguntaría qué te llama la atención, qué le interesa.

Ve la entrevista completa a Eduardo Sánchez Rugeles:

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