Ficción
Tus huellas en la web
Por Becky Plaza
*La imagen de Tus huellas en la web fue creada por el generador de imágenes de Bing.
La despertó el súbito golpe en la parte de arriba de la casa, un golpe seco y violento que estremeció sus huesos, fue como los que Diego les daba a las paredes cuando estaba molesto.
La angustia se acrecentó cuando sintió los pesados pasos en la escalera y el golpeteo detrás de su puerta. “Amor, sé que estás allí, no te escondas más, siempre te voy a encontrar, siempre. No puedes huir de mi”. Era la pastosa voz con la que la llamaba cuando estaba ebrio.
El sobresalto de la pesadilla la hizo volar de la cama y arrinconarse en el lado más oscuro de la pieza. A su alrededor solo había calma y silencio. Con el estremecimiento aun en el cuerpo, agudizó el oído para percatase de que nada sucedía. Solo había sido una pesadilla, la tercera en esa noche. Se asomó por la rejilla de falso respiradero y sólo observó un cielo estrellado que velaba el sueño de sus cuidadores. Se sentó en el suelo a respirar hasta calmarse y repasó cada uno de sus pasos antes de encerrarse en aquel lugar:
1) Compró una escapada de fin de semana en autobús hacia Chascomús en la página de booking. Pagó con la tarjeta de crédito desde su laptop.
2) Preparó una maleta y se fue a la terminal. Chequeó su reserva y se subió al bus.
3) Se bajó cuando el bus estaba a punto de tomar la autopista, con la excusa de que había recibido un mensaje que la obligaba a quedarse en Buenos Aires.
4) Dejó su maleta y el celular encendido en el espacio entre la ventana y el asiento.
5) Entró a la primera peluquería que encontró y se cortó y tiñó el cabello de oscuro. Pagó en efectivo.
6) Entró a una feria americana y eligió ropa que nunca usaría, se la llevó puesta y vendió la que llevaba al entrar. Pagó en efectivo.
7) Se subió al Subte y compró una sube nueva. Pagó en efectivo.
8) Viajó hasta la conexión con el tren. Se subió al tren hasta Villa del Parque en donde la esperaba Rut.
9) Los abuelos de Rut la ocultaron en un bunker que habían construido en el sótano de su casa cuando vinieron de Europa. Aún tenían miedo de una guerra mundial.
10) Su paradero solo lo sabían ellas dos y los abuelos.
***
Nadia conoció a Diego en Tinder. Ella nunca usaba esa aplicación, pero el día que se hizo el balayage se sentía tan sexy y salvaje que quería que el mundo la conociera.
El match de Diego Rodríguez fue el primero. En su perfil: Ingeniero de sistemas y lector de CYFY. Le pareció lindo y le regresó el corazón. Hablaron durante toda la tarde y en la noche se vieron en Palermo. Cenaron, bailaron, se besaron y toquetearon en el bar, se fueron a su casa y cogieron. Cogieron tan rico que ella le invitó a quedarse hasta el desayuno que terminó preparando él.
—Fue una linda velada –le dijo Nadia a eso de las once de la mañana–. Pero es hora de que te vayas a casa –estaba cansada y somnolienta; y Diego, divertido ante su desfachatez, la besó y se fue.
A la mañana siguiente le llegaron sus flores favoritas a la oficina. Un pomo de azaleas fucsias con una nota pidiéndole otra linda velada. Nadia valoró el gesto y pasó por alto que no le había dado la dirección de su trabajo. Le escribió para agradecerle las flores y aceptar otra velada.
La segunda vez fueron directo a su apartamento y amanecieron hablando, retozando, jugueteando. Era como si él la conociera desde siempre. Usaba su perfume de hombre favorito: Blue Level de Givenchy. Llevó comida Thai, una lata de bombones y un vinotinto dulce, la bebida casi sacrílega en Argentina pero la favorita de ella.
Era como si él pudiera leer su mente.
Diego hablaba de libros, de viajes, de cultura y política. Descubrieron que los dos amaban a Sacheri, pensaban que Maradona estaba sobrevalorado, eran hinchas del River y no entendían el peronismo.
Reían, se besaban, se toqueteaban, todo con él era orgásmico hasta que llegaban al punto laboral. Diego nunca hablaba de su trabajo, decía que era confidencial y, en son de chiste, que si le contaba lo que hacía tendría que matarla. Tampoco estaba en las redes sociales. Decía que no le gustaban porque eran una pérdida de tiempo.
Nadia comenzó a notar que él parecía saberlo todo de ella y ella sabía muy poco de él: nunca había pisado su departamento. Pensó que era casado y que se lo ocultaba, le dijo que si era así era mejor que se alejara de ella. Pero Diego no estuvo de acuerdo en irse.
Su insistencia, en principio dulce y llena de detalles, fue tornándose invasiva. Aparecía en la facultad y la esperaba hasta que saliera, iba a su edificio borracho y tocaba el intercomunicador con insistencia hasta que ella lo dejaba entrar. Se presentó en su trabajo cuando ella no estaba y dijo que era su novio que iba a dejarle una sorpresa en su escritorio. Con su carisma y rostro bonito, se ganó la confianza de todos sus amigos y compañeros ¡y sólo había pasado poco más mes desde el día del match!
Una mañana Nadia les dijo a sus amigas que se sentía un poco abrumada con las atenciones y la constante presencia de Diego. A todas las pareció que estaba exagerando un poco; además, dijeron, con lo lindo que era él, querían que se obsesionara con ellas. Por primera vez desde que sus papás se fueron a Italia y ella decidió quedarse para terminar la facultad, Nadia se sintió absolutamente sola e incomprendida y rompió a llorar en el salón de clases casi vacío.
Rut, su compañera judía con la que apenas hablaba, se le acercó y le dijo:
—Nadia, te escuché. Quiero que sepas que yo te creo y te voy a ayudar, pero resiste un poco.
Rut le hablo de sacarla del país, de cambiar de identidad y de hacerse una nueva vida. A Nadia todo eso le parecía una exageración, quizás ella misma había sido muy dramática y Diego solo estaba enamorado.
Esa noche él fue a su departamento y le reclamó la conversación con sus amigas.
No sabía cómo se había enterado de eso, pero estaba al tanto. Y era otro Diego, uno violento y ofendido que alzaba la voz y la arrinconaba. Ya no había trato dulce ni deseos de coger en toda la casa, solo una rabia que descargaba contra la pared una y otra vez. La pared en donde estaba ella arrinconada, el puño que caía una y otra vez junto a su cara.
Nadia no supo por qué, pero le pidió perdón. Se arrodilló y le imploró perdón vez tras vez hasta que él la levantó jalándola por las muñecas y la abrazó, la besó, la toqueteó, la llevó a la cama y la embistió con fuerza, con rabia y se fue. Derrotada y sintiéndose sucia se quedó llorando en la cama. No tuvo el valor de escribirle a Rut.
A las nueve de la mañana la despertó el intercomunicador, era su único día libre en la semana y quería descansar, pensar en cómo se había metido en todo esto, y sobre todo en cómo saldría. El intercomunicador sonaba con insistencia y supuso que allí estaba él de regreso. El mensajero entregó un paquete de 40 rosas rojas, la cantidad de días que habían pasado desde el match, con una nota que decía perdóname, te amo.
Nadia se espantó y por un momento quiso romper las rosas en pedazos y gritar que lo odiaba, que se fuera de su vida.
Subió al departamento y lanzó las rosas en la mesa. Un pequeño sobre negro voló del paquete. Lo tomó intrigada y extrajo una elegante tarjeta de presentación.
Diego Rodríguez
Gerente regional de seguridad de la Información
Google Latinoamérica
En la parte trasera de la tarjeta, impreso en una letra gris casi ilegible, una nota para ella:
Estimada nadiafernandez21@gmail.com
Estás en 99 de las 130 búsquedas de Diego de las últimas 24 horas. Como asistente de seguridad de Google, me veo en la obligación de informarte que este patrón de conducta concuerda con una patología psicológica mayor. Según sus registros médicos preempleo, Diego tiene tendencia a la obsesión y la violencia cuando fracasa. Te sugerimos alejarte de él y buscar ayuda cuanto antes.
PDT: No uses tu celular como herramienta para buscar ayuda
Atte. Alexa.
Rut tenía razón: necesitaba salir del país.
Llamó a Rut desde el teléfono de línea y quedaron en verse esa misma tarde para hacer un plan de acción. El plan incluía una compleja red de despistaje y la decisión firme de dejar todo a medias. Ahora, diez dias después, pasaba la última noche en casa de los abuelos de Rut antes de subirse al avión que la sacaría de la Argentina
***
Rut llegó muy temprano a la casa de sus abuelos y conversó con ellos de forma natural. Se aseguró de que nadie la siguiera y evitó hacer conjeturas y comentarios cuando todos hablaban sobre la sorpresiva desaparición de Nadia. Tampoco le contó a Nadia que la facultad estaba empapelada con su rostro y que Diego iba todos los dias a buscarla, y había hecho un altar para rezar por ella y su pronta aparición.
Rut bajó al bunker y le entregó su nuevo pasaporte y DNI. Ya no era Nadia, ahora era Candela Filipino y tenía un boleto para Málaga, en donde la recibirá la hermana de Rut.
—¿Por qué me ayudaste y me creíste? –interpeló Nadia a Rut.
—Porque mi hermana mayor vivió algo similar. Sólo que ella se casó con su agresor por miedo. La sacamos del país en un avión ambulancia, luego de que él casi la mata a los golpes. Ahora solo sabemos de ella cuando entra en contacto con nosotros.
Nadia la abrazó con fuerza y le agradeció el apoyo de ella y sus abuelos. El abuelo las interrumpió y les dijo que era hora de salir.
Nadia, Rut y los viejos se subieron a la camioneta. Ellos iban sentados y Nadia, acostada sobre las piernas de Rut, lloraba y temblaba. Rut la consolaba, le dijo que sus padres ya sabían que ella estaba bien, que la contactarían cuando estuviera en Málaga.
Se despidieron en la sala de abordaje de Ezeiza. La abuela, conmovida, le dijo una frase que Nadia jamás olvidaría: “Hija, cuida lo que vas dejando en Internet. Esas huellas no las borran las arenas del tiempo”.
*Esta historia fue producida en el Club de escritura, moderado por Lizandro Samuel.
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