Ficción

Tras los pasos de Shena

por | May 14, 2025

Por Lizandro Samuel

*La imagen de Tras los pasos de Shena corresponde a… ya se enterarán.

 

Hoy voy a violar tres de mis principios éticos. El primero, y menos relevante, es en realidad artístico. Luego de años escribiendo perfiles, he aprendido a borrar los zurcidos con los que los construyo, a convertirme en un fantasma si la historia lo requiere (y casi siempre lo requiere): me gusta la idea de crear un universo que parezca de ficción por lo coherente, aunque yo solo haya tomado elementos de la realidad para darle sentido. Aquí abajo verán como la historia no será solo sobre María Helena Hidalgo, sino también, para pesar de mi familia, sobre mí.

Debí haber reculado cuando recibí el siguiente mensaje de texto: “Sé lo que estás haciendo. Detente. Deja de investigar sobre Shena”. Mi respiración adquirió ritmos de corredor de 100 metros planos. Solo mi novia sabía sobre mis planes. Mi smartphone se limitó a anunciar: “Número desconocido o bloqueado”.

WTF.

Y ese es justo el segundo principio que voy a violar hoy: el de darle tribuna al hater, al imbécil. No porque vaya a hacer mejor esta historia, sino porque aprendí por las malas que la manera más eficaz de exorcizar los miedos es hacerlos públicos.

Tenía tiempo queriendo escribir sobre Éxigo, la banda venezolana más exitosa de todos los tiempos y uno de los proyectos hispanos con más hitos en la historia del arte. Tras vender más de 50 millones de discos, todos los críticos del mundo les besaron los pies. Incluso aquellos que creían que la arepa era colombiana (hermanos colombianos, abstenerse).

Me hubiese gustado hacer una novela de no ficción, pero me enteré de que Eduardo Sánchez Rugeles ya estaba en eso. Me propuse entonces hacer un perfil. ¿Sobre quién? Daniella Morandi, que poco a poco parecía retomar su carrera como solista, no me parecía una buena opción: eran públicos sus problemas psicológicos, de drogas y personales. No quería ser otro zamuro en su vida. Frank era un preso político. Escribí sobre él desde otra perspectiva, no tan narrativa. Willie, considerado por muchos un genio, era una buena idea. Y también estaba Shena.

Coincidió esto con el hecho de que el periodista Humberto Sánchez Amaya tenía tiempo insistiéndome con la idea de visitar un antro cutre en el Centro de Caracas, donde una chica, quizá en sus veintipocos, se presentaba como la nueva Shena.

—No me interesa ver otra imitadora más, Humberto.

—Chamo, es distinto. Te lo juro. Tienes que verla. Quiero que tú saques tus propias conclusiones.

Sobre una tarima chiquita, esta chama mostró su andar reptiliano, con mirada de cobra y un afro envidiable. Si los risos rojos de Shena fueron parte de su marca, supuse que esta imitadora querría hacer lo mismo pero dejando su impronta personal.

—Buenas noches, cuchuras, mi nombre es Chena con CH y mi misión en esta vida es llevar a un nuevo Éxigo adonde los integrantes originales no pudieron –volteó hacia un celular que la estaba grabando–. Shena, perra, voy a tomar lo que debió ser tuyo. Te dedico esta canción.

Y cantó “Alma azul”.

La presentación fue un popurrí de canciones de Éxigo (“Delirio”, “Esclavos del juego”, “No me preguntes”, “Camino a la perdición”), grandes hits del rock latinoamericano y covers de bandas españolas. Durante un intermedio, la busqué en Google. Vi un par de clips suyos, mal grabados, en YouTube. Revisé su Instagram. No era una simple imitadora, tampoco era escandalosa. Lo suyo distaba, por ejemplo, de aquel chico que, ridículamente, se hacía llamar la reencarnación de Canserbero, aunque había nacido solo siete años después del mítico rapero. En su momento, Mcklopedia le dedicó una declaración pública y nunca más se supo nada del joven.

Chena con CH era otra cosa, me daba la impresión de que, con más inteligencia de la que se podría suponer, estaba tratando de generar una situación –al más puro estilo del beef del hip hop, pero con tintes performáticos de una actriz de método– que la impulsara a algún lado. Pero, ¿adónde?

Esa noche intercambié unas palabras con ella; no obstante, eso lo contaré en otra ocasión. El hecho es que llegué a casa con una idea: quería escribir sobre Shena. El perfil podía iniciarse en Caracas, con esta admiradora/rival; y concluir, si todo salía bien, en Madrid, donde sabía que vivía María Helena Hidalgo.

Yo crecí escuchando Éxigo, por lo que disfruté los días siguientes de la investigación. Ver la audición de Daniella, que está en YouTube y en la que todos se ven muy adolescentes; leer entrevistas, ensayos, crónicas, ¡hasta fanfics conseguí! En Wattpad, por ejemplo, hay una ficción, con 685 mil lecturas, en la que todo el viaje de la banda por carreterra hasta Chile es solo una excusa para que Frank y Willie consumen su amor mutuo y asuman su homosexualidad. La novela, titulada Latacunga (como la canción de “Doble vía”) de calidad cuestionable, tiene más escenas de sexo que argumento. No obstante ahí está, como una prueba más de que el legado de esos cuatro artistas sigue vigente.

Compré un boleto para Puerto La Cruz, donde creció Shena. Mi intención era buscar los lugares que la prensa amarillista hizo célebres y tratar de dar con rastros genuinos de la infancia de María Helena. Dos días antes de salir, me llegó el susodicho mensaje: “Se lo que estás haciendo. Detente. Deja de investigar sobre Shena”.

Es obvio que lo que debía haber hecho es renunciar a mis planes (pero sin estupidez no hay literatura), denunciar (pero estaba en Venezuela), compartir mi inquietud con amigos (eso sí lo hice) y quizá escuchar a mi novia, que me suplicó que pensara bien lo que iba a hacer.

Y sí lo pensé bien, solo que no tomé la decisión que ella hubiese querido.

II

En Puerto La Cruz-Barcelona-Lechería el rastro de Shena es difuso. Es difícil dilucidar qué es real y qué un mito construido a través de los múltiples escándalos de prensa.

Un resumen: sí, es huérfana. De su padre se sabe poco y nada. No es difícil ubicar el lugar donde funcionó el prostíbulo en el que creció junto a su familia adoptiva. Sí, como escandalizaron los peores programas de televisión, hay muchos que alegan que tuvieron relaciones sexuales con Shena cuando “trabajaba” en el lupanar o que conocieron a alguien que lo había hecho; sin embargo, bastan tres preguntas sencillas para que surjan enredos y contradicciones. Es decir, está claro que vivió en ese lugar, que pasó su infancia y parte de su adolescencia allí, al punto de que su mítico apodo es el resultado de la mala pronunciación infantil de su nombre por parte de una de sus hermanas de crianza. Más allá de eso, todo es chisme sin asidero. Hablé con historiadores, periodistas, gente de la escena cultural y de entretenimiento, vecinos y hasta familiares de las mujeres que vivían allí: no hay rastro de Shena prostituyéndose. Fake news desmentido.

En el liceo en el que estudió, el cual prefiero no nombrar, apenas la recuerdan. Una profesora de Castellano la tildó de “rara”, aunque hábil con el leguaje. Una excompañera, que hoy día tiene un restaurante de sushi en el que a cualquiera le gustaría cenar, me dijo que “si se mira con el lente actual, claro que a Hidalgo le hicieron bullying. La trataron horrible. Lo que sucede es que así nos tratábamos entre todos: conversábamos a través de la violencia. Una vez tuvo una pelea muy fuerte con una compañera, no sé el motivo. Yo no era del grupo de la agresora y con Hidalgo apenas había hablado. Para serte sincera, yo estaba más ocupada tratando de no ser una víctima que haciendo amistades”.

Comentarios por el estilo surgen apenas se sacude el panal. Pablo tiene hoy día un bufete de abogado. Me comentó que sí, estudió con María Helena:

—Yo la trataba bien. Y ella a mí. Hasta ahí. Era amigable, a veces. Un poco rara no, MUY rara. Ella después se cambió de liceo. Años después, la vi con Éxigo y quedé superimpresionado. Me hice fan de la banda. Tengo todos los discos. Shena es una genia. Los fui a ver varias veces. Siempre me dio pena tratar de contactarla. Una vez logré saludarla en una firma de autógrafos; sin embargo, creo que no me reconoció.

—Siendo su compañero, ¿sabías dónde vivía? ¿Se hablaba de eso?

—Sí y no. Tú sabes cómo es el liceo. Lo carajitos dicen que se han cogido a medio salón, y no saben ni hacerse la paja. Las carajitas dicen que nunca en su vida han tenido sexo y de repente… en fin, todo es mentira y poses. De Hidalgo se decían cosas, pasa que era muy rara, el liceo muy grande y todo se diluía rápido. Hubo rumores sobre una paliza, una pelea en el patio, pero en ese antro todos los días había alguna coñaza. De resto… –piensa–. Bueno, fíjate, sí, recuerdo que un amigo mío veía clases de guitarra con un tipo. Ese amigo me dijo que la había visto con él. Después, me enteré de que ella se había mudado. En ese entonces, no supe más nada. Claro, años después me enteré por el escándalo. Pero te juro que me llevó mucho tiempo conectar todo esto que te digo.

Luis Miguel Oliveira era un profesor de música en una escuela de Puerto La Cruz. Todas las partes coinciden en que él empezó a darle clases a María Helena e incentivó la aparición de sus primeras canciones.

Spoilert alert sobre este perfil: sí lograré dar con Shena. Le preguntaré al respecto sobre esto y me dirá:

—Luis Miguel y su familia fueron mis padres adoptivos, mi familia adoptiva. Hace unos minutos te dije que no había sido feliz en mi infancia; sin embargo, creo que Luis Miguel y su familia intentaron hacerme feliz. Yo no estaba preparada para eso. Luego, la situación se descontroló un poco. Cuando nos mudamos a Caracas, yo y solo yo tomé muy malas decisiones. Yo era una loquita de 16 o 15 años, no sé. Mis malas decisiones afectaron a esa familia que fue mi familia. Después de eso, perdimos el contacto: los perdí.

Hasta aquí la versión íntima. El mundo, sin embargo, se enteraría de lo que ocurrió después, una demanda a Shena cuando Éxigo estaba en la cúspide:

—La demanda por supuesto plagio de “Alma azul”, que fue mi primera canción y efectivamente la escribí cuando vivía en casa de Oliveira, fue un golpe bajo. Quizá merecido, por alguna de mis insolencias. Pero totalmente falso. Eso hizo que el avispero amarillista hiciera mucho ruido: revisara mi infancia, mi juventud, La China –la mujer que la crio en el lupanar, en el periodo que data entre la muerte de su madre y la mudanza con Oliveira–, mi casa, mi gente querida, mi padre. Fue un momento muy desagradable. Por fortuna la investigación judicial demostró que “Alma azul” es mía, solo mía, que Luis Miguel no hizo nada por esa canción.

¿Y qué pasó después?

—No sé qué fue de Luis Miguel Oliveira ni quiero saberlo. No quiero saber nada de él ni de su familia. Es un tema que me resulta profundamente desagradable.

Otra cosa que pasó mientras ella vivía en esa casa fue la ya mítica llamada a la radio, que años después algún friki de Internet colgó en YouTube y fue parodiada por múltiples programas de comedia. La cosa fue así:

Jonas Martin era un famoso host local, con aires de rock star propios de quienes logran un tímido éxito en los pueblos. Un día anunció el lanzamiento de un nuevo álbum de The Cranberries, la primera –y quizá única– banda que siguió con fervor la joven María Helena. Se creó una dinámica que consistía en llamar a la radio para decir el nombre de los integrantes de la agrupación, pero ella solo conocía el de la vocalista: llamó y perdió. Quien ganó fue un tal Heriberto que decidió, al aire, regalarle el disco a ella. Eso llevaría a los dos adolescentes a conocerse en persona. Años más tarde, Heriberto, un chico al que algunos describen como un tipo con la visión de Steve Jobs y la inseguridad de Chandle Bing, movió los hilos del destino para juntar a los cuatro integrantes de Éxigo y ponerlos en un viaje que cambiaría su vida.

III

Traté de hablar nuevamente con Chena con CH. Estaba ganando seguidores en redes. Algún tiktoker la entrevistó. Esta vez decidió rechazarme sin ambages. “No me interesa, besis”, escribió en un mensaje de WhatsApp. Por lo menos en eso se parecía a la auténtica Shena: no tenía puritos en mandar a otros al carajo.

Poco después de leer esa conversación, la gerente de comunicaciones de Círculo Amarillo –la productora que codirijo– me llamó azorada: alguien había tratado de vulnerar la seguridad de uno de los correos. Había logrado, incluso, pasar la primera barrera de acceso para una de las redes sociales. No hubo daños.

Al día siguiente, llegó un mail a mi correo personal. El remitente era una personalidad pública a la que había perfilado años antes. Lo llamativo es que esa persona tenía por lo menos dos años muerta. ¿Quién estaría usurpando su identidad? Supongo que lo correcto era no abrir el mensaje. Me ganó la curiosidad. Error. El correo contenía unas 15 fotos de los cuatro integrantes de Éxigo. Fotos que, me enteraría luego, eran totalmente inéditas. Aunque ya al verlas lo sospechaba: demasiado íntimas. No me malinterpreten, no era nada sexual –aunque en algunas sí se veía a parte de la banda en ropa interior–, eran más bien discusiones, reuniones con instrumentos, cosas por el estilo.

Me sentí confundido, hasta que unas horas después me escribió por WhatsApp Oscar Medina, mi editor en UB.

Hacía rato que estaba matando tigres en UB Magazine. Hacía entrevistas a músicos. Por ejemplo, Jorge Drexler, Rodrigo Solo, Cultura Profética, Free Convict, Liana Malva. La próxima que tenía pautada era una absoluta bomba: Fifo Rocca, el exproductor de Éxigo. La idea editorial era hablar con él de su vida y de un concierto que estaba por dar Daniella Morandi. Mi idea personal era usar esa entrevista como escalón para seguirme acercando a Shena. El punto es que “Oscar Medina” me escribió lo siguiente: “Te lo advertí. Deja a Éxigo en paz: esa historia es solo mía. No voy a volver a fallar”.

Mientras yo leía ese mensaje, el verdadero Oscar Medina posteaba en su cuenta en X que lo habían hackeado. Honestamente, frente a otras cosas que ocurrieron a través de esa vulneración de su seguridad, el mensaje que me enviaron a mí resultó más bien inocuo. Aunque no por eso menos aterrador.

IV

Es innecesario hablar aquí de lo grande que fue Éxigo. Lo han hecho personalidades muy pesadas. En la música, desde Ca7riel y Paco Amoroso hasta Rosalía. Son dos ya las películas ganadoras de Oscar que tienen en su soundtrack alguna canción de la banda. El escritor venezolano Eduardo Sánchez Rugeles, famoso por Liubliana y Etiqueta Azul, se ha convertido en una especie de exigólogo, lo que, a su vez, lo ha ayudado a romper los límites de la industria literaria local y a consagrarse como una figura de renombre en el mundo hispano. Tanto en la Kings League como en la Queens League, las ligas de fútbol siete organizadas por la empresa de Gerard Piqué, acostumbran poner canciones del MTV Unplugged. Y, claro, cómo olvidar el live que hizo Ibai Llanos en la casa de Lionel Messi, en donde, de fondo, se escucha Parto prematuro.

Mi entrevista con Fifo Rocca salió muy bien. A través del amigo de un amigo, yo había entrado en contacto con María Helena Hidalgo, por lo que había programado un viaje a Madrid para hablar con ella en persona: la exestrella no usaría Zoom, ni nada parecido, ni aunque su vida dependiera de ello. Eso dijo.

Aceptó conversar conmigo con ciertas condiciones. Algunas, como es lógico, no puedo revelarlas. Las otras eran vernos en el Parque El Retiro y que las fotos que acompañarían el perfil me las proporcionaría ella.

Shena no hablaba en público desde que la entrevistara Leonardo Padrón para un episodio extra de Los imposibles. Aquello no había salido bien, no para ella. Tras una sarta de respuestas cargadas de cierto desprecio innecesario hacia cosas, en apariencia, triviales, como el reguetón y algún nombre propio del género, le aparecieron más hater a ella que a Fifo Rocca cuando dijo que el mejor relleno para la arepa era el dulce de leche.

Al final de esa entrevista, Leonardo Padrón le preguntó por qué accedió a hablar con él. Ella respondió:

—Primero, porque no eres periodista. Odio a los periodistas. Segundo, porque tienes tantos haters como yo y me simpatiza la gente incomprendida. Tercero, porque tú le llegas al público que me interesa.

Se refería, claro, a un público que podía solidarizarse con la situación de Frank Mijares.

Debo confesar que cuando la tuve en frente me vi tentado a hacer una pregunta similar:

—[Oh, gran-Diosa-del-rock-en-español-que-iluminó-mi-gusto-musical-durante-mi-adolescencia; cof cof, perdón, quiero decir:] María Helena, ¿por qué aceptaste esta entrevista?

—Me gustó lo que escribiste sobre Frank. Dentro de las cosas que he leído sobre su situación, tu perfil creo que fue bonito: me llegó. Y además me escribiste en un momento en el que leí el correo… Muchos correos no los leo, pero el tuyo lo leí. Me pediste algo poco habitual: una entrevista presencial. Me piden muchas entrevistas por videollamadas y eso no lo hago. Y otra cosa muy importante que también me encargué de revisar es que no eres periodista. Yo no hablo con periodistas, es un principio. Tengo la sensación de que tu enfoque es otro y que tu curiosidad es otra… no lo sé, digamos que me encontraste en un momento en el que no me incomoda hablar. Y siento que debo hacerlo por Frank, más que por Éxigo.

Nunca había visto a Shena en persona. Nunca fui a un concierto de Éxigo (en los inicios de la banda, yo era un niño; luego, un adolescente sin dinero). En todas las grabaciones, Shena transmitía una inmensa furia sobre el escenario. Una suerte de María Lionza, sin las voluptuosidades corporales pero con la misma presencia y sensualidad. En persona, es más bien bajita. Luce frágil. Ya no usaba los risos de fuego que eran la fantasía de mis compañeros en el bachillerato. Y respondía cada pregunta con una calma zen, o quizá una cultivada suspicacia, que contrastaban con la tormenta de su arte.

Callaba, ladeaba la cabeza, pasaban segundos que, a veces, parecían los minutos finales de una final deportiva, y luego disparaba. Estábamos casi solos en El Retiro.

La conversación completa la pueden leer aquí. Solo puedo decir que fue más generosa con sus respuestas de lo que esperaba. Su mirada era una persiana por cuyas rendijas brotaban hilos de tristeza mal curados, heridas hechas queloides que, aunque le causaban cierta picazón, le permitían vivir con más tranquilidad que cuando supuraban sangre y pus. Éxigo fue un pasado del que se mostró orgullosa; el presente, al parecer, le costaba un poco más. La verdad, no sé si hablé con Shena o con María Helena.

—¿Sabías que tienes una imitadora en Caracas?

—No solo en Caracas. Sabía que tenía una en Ciudad de México. Vi alguna foto con la melena roja. Pero esta última de Caracas no la tenía en el radar.

—La chica ha ganado algunos seguidores en redes: dice que va a revivir a Éxigo. Es decir, que va a hacer la versión contemporánea de Éxigo y que lo va a llevar adonde sus cuatro integrantes originales no pudieron. Cosas por el estilo.

—Le deseo mucha suerte. Ahora es más complicado.

—¿Por qué es más complicado?

—Porque todo el talento y el esfuerzo se pierde, el arte pasa desapercibido. Como dice Fifo, todo es viral y no deja huella. Te dejas la piel, el corazón y la inteligencia en producir un EP y no lo escucha nadie. Las canciones viven tres días, con suerte. Hoy día nuestras canciones pasarían desapercibidas. Cuando Daniella quiso estar a la altura del siglo y dejar de hacer lo que hacíamos con Éxigo fracasó. Yo no voy a dejar de pronunciar la r, Lizandro, para que la industria me tome en cuenta. Como dije alguna vez, que sé que cayó muy mal, a mí la gente me amaba, no me daba likes.

Es una señora. No lo digo en el sentido peyorativo. Sino que así es como la percibí: como una señora agradable que va al mercado los domingos en la mañana a comprar frutas. Pensé en mis compañeras de liceo que envidiaban su seguridad, en mis compañeros que soñaban con verla de la forma en la que todavía no habían visto nunca a una mujer. Y pensé también en el inicio de Éxigo: eran muy jóvenes, quizá demasiado. No para una industria que ve en la pubertad dorados signos de dólar, sino para la magnitud de unas canciones cuyo impacto político nadie previó.

¿Qué hubiese hecho yo en el lugar de ellos? ¿Lo hubiese manejado mejor? ¿Quién que a los 20 años aún viviera con sus padres puede atreverse a juzgar las decisiones de jóvenes adultos idolatrados, bañados de fama y dinero?

Un niño, de quizá ocho años, iba patinando y tomando fotos con una curiosa cámara digital. Esas que ya son vintage. Pasó un par de veces frente a nosotros. No le prestamos atención. En un momento dado, pareció tropezarse mientras seguía haciendo clic. Su cuerpo infantil se abalanzó contra Shena, que se cubrió como pudo. Paramos la entrevista, lo ayudamos, se fue. Luego, finalizamos:

—Para cerrar, voy a violar todos mis códigos artísticos para hacerte una pregunta que, más que mía, es de millones de personas en redes sociales: ¿te vas a volver a subir a un escenario con Daniella? O, ya puestos, ¿te vas a volver a subir a un escenario? Punto.

—Como te dije antes: «Puedes preguntarlo todo/ sabes que voy a mentir». No lo sé, si te digo que sí generaré una falsa expectativa, por lo que acumularé nuevos haters.  Si te digo que no, me estaría traicionando. Ahora mismo, no. Hoy no. Honestamente, no quiero hacerlo, pero porque eso me expondrá y me ha costado mucho construir esta vida al margen de la fama, de la prensa, del ruido, de las redes. Si regreso a un escenario, así sea para una canción, perderé mi rutina. No te voy a responder a esa pregunta. Lo que hice con Daniella en los escenarios ya pasó, fue hermoso, pero terminó. Le deseo suerte.

Nos despedimos amablemente. Quedamos en que me haría llegar por correo las fotos para esta historia. Me fui al hotel pensando en lo ocurrido una y otra vez, en cómo sería hacer este mismo ejercicio con Willie. En cómo estará Daniella. En Frank.

Y he aquí la tercera violación a mis principios de la que hablé al comienzo. De Madrid viajé a Buenos Aires por trabajo. Allí recibí un correo con unas fotos, pero la remitente no era Shena. De nuevo, me escribía un desconocido usurpando la identidad de alguien fallecido.

Lo primero que vi al abrir el mail eran las dos fotos que había tomado el niño en El Retiro. “Si lo vas a hacer, hazlo bajo mis términos: publica estas fotos”, decía al final. Ni todo el ibuprofeno del mundo podría haber aplacado mi malestar. Traté de comunicarme con Shena durante semanas y no fue posible. Le conté todo en un detallado correo. No hubo respuesta. Hasta que, un día antes de que esta historia se publicara, apareció: “Haz lo que consideres más prudente. Yo ya no tengo miedo. De nuevo, gracias por amar Éxigo”.

Así que aquí estoy, violando el acuerdo inicial. En vez de usar las fotos que me proporcionaría Shena, le estoy dando tribuna al monstruo. Las autoridades de España y Argentina no supieron ayudar. Con las de Venezuela ni siquiera traté. Quiero que este texto sea una prueba de que algo no anda bien. De que yo no soy el único que andaba tras los pasos de Shena. Y de que, quizá, alguien también anda tras los míos y de todos los que nos involucramos con Éxigo.

Que la música nos proteja.

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