Ficción
Un cuentico púber
Por Juan Manuel Romero
*La imagen de portada de Un cuentico púber fue creada por DALL-E
A Julie no le hizo falta la sílaba ta para ser parte de una tragedia.
Julie (sonaba /yuli/) fue una consecuencia. Una familiar. Un resultado de los genes. Y seguro tenía o iba a tener gastritis.
Cuando tocaba la reja de mi casa con una de sus monedas, invariablemente compraba Pepsi y Chinotto. Eso era como a las cuatro de la tarde. Yo, con algunos pocos años más que ella, siempre era quien le despachaba.
A lo sumo tendría nueve años. A esa edad su cabello ya era una tristeza. Era tan flaca que a uno no le quedaba sino el desconcierto como abreboca para otro sentimiento mayor. Julie creció paralela a su melancolía y trató de enamorarse.
Trató…
Recuerdo aún la incipiente luz de esa mañana cuando iba hacia el liceo y pasé frente a su casa.
A Termómetro (así le decíamos a la mamá de Julie porque nunca nos devolvió uno que le prestamos una noche afiebrada) se la estaban llevando presa.
Termómetro no veía hacia el piso. Pero ¿hacia dónde veía? Estaba esposada.
Su cabello medusiano era la tristeza original. De un mechón le guindaba el odio, de otro las cosas agrias y piches. Iba serena rumbo a la patrulla.
Más tarde, salió de la casa un cuerpo sucinto que representaba a Julie. Así cesó ella, cubierta, bamboleada en una camilla.
Cuentan que dentro del cuarto de Julie había botellas de Pepsi y Chinotto, hojas sucias de papel aluminio, afiches de cantantes, cucarachas, muchas cucarachas. Y un nombre escrito varias veces en el espejo del cuarto. De ese nombre, de ese sonido, Julie, estuvo enamorada.
Esa misma mañana, cuando el profesor de turno pasó la lista en voz alta y fui nombrado, nadie supo el ardor que me produjo mi propia identidad.
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