Ficción
¿Cómo convertirse en escritor?
Por Lizandro Samuel
*La imagen de portada de ¿Cómo convertirse en escritor? la diseñó Copilot.
En los talleres, en las charlas, eventos y hasta por redes sociales me han hecho muchas preguntas relacionadas a cómo hacer de la escritura un oficio, cómo insertarse en la movida cultural, cómo funciona la industria de los libros, etcétera.
Si estás leyendo esto y no me conoces, me presento:
Mi nombre es Lizandro Samuel. Soy lector, escritor, editor; entrenador y analista de fútbol. Fui editor en jefe de Foro Vinotinto y de Revista OJO. Mi trabajo literario ha recibido 13 distinciones y ha sido incluido en seis compilaciones distintas. Además, soy (junto con Blanca Hurtado Nederr) cofundador de Círculo Amarillo Producciones.
¿Qué se necesita para ser escritor?
He aquí algo importante, de lo que pocos escritores –y editores y libreros y críticos y divulgadores y distribuidores e influencers literarios– hablan con formalidad. Si de verdad te interesa hacer vida profesional en este mundo hay tres cosas fundamentales:
1. Contactos.
2. Dinero.
3. Talento/habilidades.
Son tres ingredientes que hay que saber administrar en función de la disponibilidad de cada quien si se quiere ver resultados positivos.
Por supuesto, una vía (la que todos soñamos alguna vez) es que tu talento te abra puertas y te permita cosechar contactos y dinero. Pero también es la vía más infrecuente.
De hecho, muchas personas esperan tener resuelta su vida económicamente hablando antes de ponerse a escribir con disciplina. O, más bien, a buscar qué hacer con esos textos que tienen años trabajando de forma amateur.
En fin, poco a poco iremos profundizando en estas cuestiones. De momento, te puedo decir que indistintamente de cómo administres los tres recursos anteriores, hay un cuarto que, me parece, suele ser necesario tener por toneladas.
¿Cuál?
Fíjense. Una vez, escuché al entrenador de fútbol Pep Guardiola contar que había conocido al entrenador de Roger Federer, quien es considerado el mejor tenista de la historia. Pep le preguntó cuál era el secreto del tenista suizo. Y su interlocutor le respondió, palabras más palabras menos, que era simple: Federer podía, casi en cualquier momento y en cualquier contexto, ponerse a jugar. Si en el hotel conocía a unos niños y estos sacaban unas raquetas, él se ponía a pegarle a la pelota con ellos.
El secreto de Roger, dijo su entrenador, es la pasión.
Y ese es, en verdad, el secreto de la mayoría de las personas que nos dedicamos al arte. La pasión. Sea lo que sea que estés buscando, sean cuales sean tus motivos, sin toneladas de pasión será difícil que logres abrirte paso.
Porque, citando a Eduardo Sacheri, vivir de escribir no es imposible: es lo que viene después de eso.
Okey, quizá no es tan así. Pero, en serio, el mundo del arte y el entretenimiento es un océano inmenso al que muchos saltan.
Y la mayoría se ahoga.
Unos pocos logran flotar, algunos nadan y, mira tú, hasta hay los que logran viajar en yate.
Pero es difícil. Se los digo.
Tanto que hay una inquietud que he visto entre mis talleristas que me parece estéril.
Muchos andan por ahí preguntándose si tienen o no tienen talento.
Amigos, de verdad, eso no es tan importante.
La única pregunta que es indispensable que respondan es la siguiente: ¿cuánto tiempo de sus vidas están dispuestos a dedicar a esto?
¿Son útiles los manuales de escritura?
La palabra manual es odiosa. Porque de verdad no creo que haya ningún manual en arte que funcione.
A ver, entendemos como manual a una lista de pasos que se deben cumplir para lograr algo. El manual, por ejemplo, para armar la cuna de un bebé.
Se parece mucho a los recetarios, ¿no? Pon tantas metáforas, tantos símiles, dos cucharaditas de pasión y, voilá, acabas de escribir una genialidad.
No funciona así, amigos.
Por eso, prefiero los, digamos, ensayos, decálogos, reflexiones. Esos libros en los que autores consagrados ofrecen su visión sobre el quehacer literario.
Esas lecturas sí me han resultado útiles.
Pero no todas.
¿Qué libros buscar?
Lo he dicho antes y lo repito: me parece que es imposible escribir bien sin antes ser un gran lector.
Hay que leer mucho, vamos.
Dicho esto, mi recomendación es que en principio busquen las reflexiones de los escritores que admiran o que hacen cosas parecidas a las que ustedes anhelan crear.
Más que acercarse a esas publicaciones como un feligrés que pone en alto el manto de su Dios, creo que lo más propicio es acercarse con la curiosidad de entender cómo fulanito o fulanita dice hacer eso que le sale tan bien.
Es muy parecido a inscribirse en un taller literario.
Luego, siento que es importante tener presente dos cosas:
1. Probablemente, nada de lo escrito por el escritor o escritora en cuestión es una verdad absoluta.
2. Ustedes pueden tomar lo que les haga falta y desechar lo que no les convenza.
Una de las cosas que para mí son más interesantes, de hecho, es entender el contexto creativo de los escritores.
O sea, en Mientras escribo, de Stephen King, me resultó nutritivo leer sus postulados sobre literatura, pero también cómo hizo para convertirse en quién es hoy día.
Así como la forma en la que él mismo mira su oficio y su industria.
¿Basta con leer este tipo de libros?
¡Por supuesto que no!
Es más, si no tienen mucho tiempo: no los lean. O si quieren, quémenlos.
(Bueno, no los quemen. Eso es de salvajes, pero ustedes entienden el punto).
Lo único que para mí es indispensable es leer mucha literatura y escribir bastante. Ejercitar el músculo de la lectura y el de la escritura.
Estoy convencido de que, solo con eso, que ya es bastante, muchos de ustedes estarán aprendiendo de forma intuitiva un montón de cosas que los harán más creativos y mejores escritores.
Aclarado esto debo decir que, en mi experiencia, estudiar también viene bien.
¿Y a qué me refiero con estudiar?
A mí hay tres cosas que me han ayudado mucho:
1. Hacer talleres literarios.
2. Leer libros sobre escritura.
3. Estudiar la vida de algunos escritores (leer sus obras, escuchar entrevistas sobre ellos, investigar sus vidas).
Aclaratoria: generalmente, en todo lo anterior me refiero a escritores cuyo trabajo admiro.
Es decir, me inscribo en talleres de gente que admiro o respeto.
Leo libros de escritura de autores cuya obra me ha gustado.
Estudio la vida de aquellos que más me han impresionado.
Porque, y esto ha sido clave en mi proceso formativo, no se trata de buscar axiomas irrebatibles ni postulados universales. Se trata de entender cómo esa autora fabulosa hace lo que hace. Cómo ve ella la narrativa.
Así he aprendido yo.
¿Cómo gana dinero un escritor?
Para todo lo concerniente a la creación literaria hay muchos libros, charlas y talleres. Pero todavía no se ha profundizado lo suficiente en cómo se rentabiliza este oficio.
Por el contrario, hay un meme muy extendido según el cual los escritores (y los artistas en general) pasan hambre.
Casi todas las familias del mundo quieren que sus hijos lean, que sean cultos. Pero muy pocas ven con aceptación que sus hijos decidan dedicarse a la literatura: temen por su futuro económico.
Para mí, el dinero siempre ha formado parte de la ecuación. No hago lo que hago exclusivamente por dinero (hay vías tradicionalmente más fáciles para ganarlo), pero sí es fundamental en la organización de mi trabajo entender cuál es mi modelo de negocio: qué me es rentable y qué no.
Un escritor o escritora, por lo general, es alguien autónomo. Sí, puede trabajar en empresas grandes. Sin embargo, rara vez una empresa grande va a permitirle saciar todo ese impulso creativo.
Generalmente, quien se considera a sí mismo como escritor no le basta con hacer guiones publicitarios, pues sino se consideraría a sí mismo publicista y no un escritor que escribe publicidad entre otras cosas. ¿Sí me entienden?
Así que, al final del día, como en casi todas las disciplinas artísticas, este es un oficio en el que si se quiere vivir bien es fundamental saber autogestionarse. Y desarrollar mucha inteligencia financiera.
En mi opinión, hay cuatro grandes rubros mediante los cuales ganamos dinero los escritores: venta directa del trabajo literario, servicios, oficios relacionados con la literatura y relación con marcas.
Venta directa del trabajo literario:
1. Regalías por libros.
2. Honorarios por publicaciones en revistas y periódicos.
3. Premios.
4. Becas.
5. Financiación privada.
6. Adaptaciones.
La cruda verdad es la siguiente: alrededor del 90% de los libros que se publican en el mundo hispano no venden más de 50 ejemplares. Y alrededor del 95% no venderán más de 200. Es decir, quizá solo el 5% de los escritores puede vivir de las regalías de su obra.
En ese sentido, están los que logran tener muchos bestseller y se vuelven millonarios (gente como Stephen King, Carlos Ruiz Zafón, Isabel Allende, J.K Rowling); y otros que logran tener una carrera súper prestigiosa y solvente, en la cual mediante la publicación de varios libros y quizá sin la necesidad de tener un bestseller logran ir acumulando suficientes ventas para tener un buen ingreso por regalías (Martín Caparrós, Juan Villoro, Mariana Enríquez).
Un apartado importante aquí es de la literatura infantil y juvenil, que, por lo general, son las más rentables. Primero, porque el fandom más intenso siempre es el de los niños y adolescentes. Segundo, porque, en el caso de la literatura infantil, quienes compran las obras son los padres, ¿y qué padre o madre no quiere que sus retoños sean lectores?
Tercero, porque si logran incluir alguno de esos libros en un programa de lectura sugerido por el ministerio de educación de cualquier país, pueden hacer el sonidito de la caja registradora: ingresarán mucho dinero con casi total seguridad.
Otra vía muy anhelada para generar ingresos es mediante publicaciones en periódicos y revistas. En el mundo hispano, lamentablemente, hay poco espacio en medios para la literatura.
Ojo, por ahí hay muchas revistas literarias, pero las que pagan son pocas. Y las que pagan realmente bien lo son menos aún.
Lograr regularidad en algunas de las más prestigiosas (que son, salvo algunas excepciones, las que más dinero mueven) es una de las vías más rápidas para lograr reconocimiento y para hacerse apetecibles para las editoriales y los agentes. O al menos para ir cosechando lectores.
¿Y por qué es importante todo esto último? Porque la mayoría de la gente quiere publicar un libro para volverse famoso o reconocido. Y en verdad eso rara vez funciona así. Lo lógico, comercialmente hablando, es ser famoso o reconocido y luego publicar un libro.
En cuanto a las revistas y periódicos, algo que deben tener en cuenta es que el género que menos interés despierta (el menos rentable, el que menos consumen los lectores, el que menos buscan las editoriales) es el cuento. El cuento de ficción, digo.
Las revistas literarias de peso rara vez pagan por la publicación de un cuento y generalmente lo hacen solo con autores ya consagrados y súper prestigiosos internacionalmente. Las editoriales les huyen a los libros de cuentos. Y los lectores de narrativa, en su mayoría, prefieren novelas de ficción o historias reales.
Claro, hay excepciones. Yo solo estoy compartiendo las tendencias del mercado a grandes rasgos.
Los premios y las becas son de las cosas más codiciadas por nuestro gremio. Son vías para ganar buenos montos de dinero. La mayoría de los cuentistas que de verdad ha ingresado algo con su trabajo ha sido través de concursos o de becas.
Sobre los concursos ahondaré más bajo (ver el último capítulo). Sobre las becas, pues dependiendo del perfil de cada quien se puede optar por unas u otras. Muchas, eso sí, están relacionadas a lo académico. Por ende, quienes mejor compiten en este rubro son los escritores que, además de su trabajo artístico, tienen un currículo académico de cierto nivel. Hay excelentes opciones en Europa para ellos.
La financiación privada está muy relacionada con los contactos de cada quien y con que tanto reconocimiento se haya acumulado. Es un rubro para tiburones que se saben mover en el mundo diplomático o entre empresas de renombre. Gente que sabe estrechar manos y que no le incomoda estar rodeada de personas en tacones o con corbatas. Sé de autores que logran sacar adelante proyectos notables por financiación de este tipo.
¿Cómo se consiguen estos contactos? Eso demanda todo un boletín. Solo les puedo decir que si ustedes no tienen las habilidades sociales para nadar esas aguas, les puede ser útil asociarse con alguien que sí. Desde hace décadas, uno de los sistemas que más les funciona a los artistas y creativos en general es aliarse con quienes son especialistas en hacer dinero. Es decir, si ustedes son Stephen Wozniak, una forma de rentablizar su trabajo es conseguir a su propio Steve Jobs.
Por último, están las adaptaciones. Sus libros, historias, ensayos o poemas pueden transformarse (y, de hecho, financieramente hablando, es lo ideal) en películas, series, podcasts, obras de teatro, etcétera. Y, si logran un buen contrato, podrán poner ojitos de dólar: tendrán ingresos suculentos por un buen periodo de tiempo.
Este es el rubro más salvaje e incierto de todos. Y las posibilidades de lograr beneficios por esta vía están supeditadas a muchas variables. Al momento de negociar con una productora una posible adaptación, firmar un buen contrato puede depender de algo tan simple como tener o no un agente literario que negocie por ustedes.
Dejando de lado los malos negocios y las apuestas que fracasan, creo que las adaptaciones pueden generar beneficios en dos caminos: en la difusión del trabajo (capital simbólico) y en el rubro económico.
Algunas (entre las que funcionan, insisto) generan beneficios en ambas direcciones, otras solo en una de las dos.
Por ejemplo, Spotify no es famosa por ofrecerle grandes contratos a sus creadores. A lo mejor logran transformar su libro en una serie en podcast y, si vendieron los derechos, apenas les dan cinco mil u ocho mil dólares; o si por el contrario los contratan a ustedes mismos para que hagan la adaptación (lo cual demanda que tengan esas habilidades), capaz cobren un poco más de dinero pero es a cambio de que trabajen. Ahora bien, un podcast exitoso en Spotify puede abrir muchas más puertas si se saben gestionar.
Por el contrario, a lo mejor lograron que una productora de teatro compre los derechos para adaptar su novela. Ustedes no tendrán que hacer nada. Y, voilá, resulta que la obra es un hit que dura en cartelera años y se monta en salas de más de mil personas. Bueno, si lograron negociar un buen contrato, quizá estén en sus casas cobrando cheques que les basten y sobren para vivir sin hacer nada. Ese fue el caso, por ejemplo, de Hernán Casciari y Más respeto que soy tu madre.
Servicios que presta debido a su experiencia:
1. Escritor fantasma.
2. Talleres.
3. Asesorías literarias.
4. Charlas.
5. Reseñas, presentaciones y columnas.
6. Edición y corrección (en caso de poseer esas competencias).
7. Traducciones (en caso de poseer esas competencias).
8. Scouting para productoras.
Esta es una de las áreas más explotadas. En la mayoría de los casos, la rentabilidad de este cuadrante depende de qué tanto capital simbólico se haya acumulado en el cuadrante anterior.
Me explico:
Más allá del dinero que se puede o no ganar publicando (importante: lo normal es ganar dinero por publicar o vender, no por escribir: parece lo mismo, pero no lo es), dicha actividad literaria suele generar cierto grado de reconocimiento que solo es útil sí se sabe capitalizar en oportunidades.
Al menos para mí, la gloria por la gloria es vanidad pura y dura, nada diferente a ir al gimnasio con la intención de ponerse buenote o buenota o de recurrir al bisturí para el mismo fin. Ojo, me parecen motivaciones súper respetables, humanas y nada desdeñables.
Solo les digo que, desde el punto de vista material, sepan que con reconocimiento no se paga en el supermercado.
Lo que sí se hace, si se tienen estrategias adecuadas (eso es harina de otro boletín), es utilizarlo para potenciar la imagen propia (aka, marca personal) y ofrecer servicios como los señalados en la lista.
Por supuesto, no todos los escritores tienen la capacidad de hacer todo lo anterior. En mi caso, hago labores de escritor fantasma, dicto talleres, doy asesorías literarias, edito y corrijo textos por encargo.
En Venezuela he conocido pocos escritores que cobren por dar charlas, pero sí los hay. Las reseñas y presentaciones de libros de otros colegas suelen cobrarse, pero en mercados grandes: España, Colombia, Argentina y México. Y, créanme, no en todos los casos.
Yo he tenido columnas de opinión, lo cual es un género en sí mismo y es una excelente forma de ingreso fijo que va muy de la mano de tu capacidad para lograr que esa columna sea leída.
Quizá el ámbito en el que hay un flujo de dinero más estable es el de las traducciones, dado que traducir literatura es una habilidad escasa que demanda un dominio de los lenguajes muy alto. Sobre todo si hablamos de traducir poesía, lo cual ya es como jugar en nivel Dios.
Muchos autores súper reconocidos tienen aquí su principal área de ingresos: Julio Cortázar, por ejemplo, tradujo a Edgar Allan Poe al español.
Por supuesto, esto demanda tener buenas relaciones con editoriales competentes y solventes, que son, al final, las que invierten en traducciones.
Por último, de unos años para acá ha cobrado mayor fuerza el oficio de, por decirlo de algún modo, scouting: productoras grandes de streaming, televisión y cine andan cazando historias que puedan ser adaptadas. Por lo general, contratan a un escritor o escritora que se dedique a leer desaforadamente todo lo que pueda y a levantar informes que ayuden a determinar la viabilidad de transformar esa historia en una película, serie o telenovela.
Solo para que lo tengan presente: lo menos importante al momento de pensar en una posible adaptación de un libro es la calidad literaria. Por el contrario, se piensa en libros que ya hayan tenido aceptación del público, o bien en historias que sean fácilmente trasladables a la pantalla o que sirvan de base para ampliar el universo ficcional.
Los que dicen que el libro siempre es mejor que la película es porque no han profundizado en esta industria: no tienen idea de la cantidad de libros deficientes que luego se han convertido en extraordinarias películas/series solo porque la idea original le pareció atractiva a la productora.
Claro, también pasa lo contrario.
Oficios relacionados a la literatura:
1. Guionismo.
2. Clases a nivel universitario.
3. Asesorías de imagen y políticas.
4. Marketing y publicidad.
Este es un caso particular porque es una autopista con dos direcciones. Por un lado, están los escritores que, buscando dinero, se ponen también a escribir guiones, a dar clases a nivel universitario, a asesorar a políticos y empresas, o que dan el salto a la publicidad. Sin embargo, también es común que muchos profesionales de estas áreas tengan el objetivo de ser escritores y, poco a poco, vayan haciendo la transición desde un espacio a otro.
Estados Unidos, por ejemplo, construyó una industria literaria que facilita a los escritores estudiar una carrera universitaria afín a su arte, para luego dedicarse a dar clases (muy bien remuneradas) por medio tiempo y dedicar el resto de las horas a escribir.
Antonio Pérez Ledo escribe para televisión, ha hecho algunos de los mejores podcasts de ficción y escribe novelas. Manuel Bartual se mueve a un ritmo parecido, al que agrega el cómic, las ilustraciones y el diseño gráfico.
Lo que se desprende en caso de que tenga una imagen muy rentable:
1. Relación con marcas.
Pues sí, amigas y amigos, sé lo que están pensando y sí es verdad: el escritor-influencer existe. O si no les gusta esa palabra, pónganle otra. Pero, así como cualquier famoso, un escritor cuyo rostro sea lo suficientemente reconocido puede terminar haciendo match con marcas. Es decir, promocionando productos a cambio de dinero.
AAAAAAAHHH, ya lo veo: están poniendo cara de qué-bicho-le-picó-a-Lizandro.
O más de un prejuicioso se está imaginando a malos poetas de redes sociales, con destreza en el lugar común, monetizando sus post.
Sí, es verdad, esto pasa.
Ahora, también hay escritores como Leonardo Padrón que son extraordinariamente famosos y que interesan a las marcas.
Pero, para zanjar este asunto de una vez por todas, les pondré el ejemplo de uno de los más grandes poetas latinoamericanos de las últimas décadas: Nicanor Parra.
Escribe Leila Guerriero en el perfil que hizo sobre él: “Hace tiempo le propusieron filmar una publicidad de leche y, como Shakira formaba parte del proyecto, pidió cobrar lo mismo que ella. Dizque le pagaron treinta mil dólares por medio minuto de participación y que, desde entonces, repite que su tarifa es de mil dólares por segundo”.
Aquí pueden ver el comercial de Shakira.
Y aquí el de Nicanor Parra.
Nada más que agregar, su señoría.
La importancia de la distribución
Es la historia de siempre, el modelo clásico: uno produce, otro distribuye y un tercero vende.
Casi siempre ha funcionado así. Y en tiempos de bonanza hasta tenía mucho sentido.
Sin embargo, el Internet se popularizó un poco con la idea de acortar el camino entre la audiencia y los creadores.
Los agricultores venezolanos pueden dar fe de ello: por lo general, los productores se quedan con el menor porcentaje de las ganancias.
Por supuesto que el axioma anterior debe llevar un asterisco: la realidad varía según los países y los mercados. No quiero hacer de esto un panfleto revolucionario.
En donde rara vez varía el asunto es en la industria literaria. Y, mira, volvemos a lo mismo: si el libro lo edita Planeta o Alfaguara, y lo distribuye en 30 países, logra la traducción y hace todo por alcanzar miles de ventas, pues, sí, obvio, tiene sentido que las regalías del escritor o escritora oscilen entre 9 y 12%.
Pero esta realidad es exclusiva de un porcentaje muy chiquito de los y las autoras. Digamos, quizá, menos del 10%.
Si no quieres encargarte del negocio, no te quejes
Esto demanda aprender muchas cosas de negocios y distribución. Incluso, de trato con la gente.
No todos los que escriben están dispuestos a hacerlo. Y me parece bien.
Solo tengan presente que si su plan es encerrarse a escribir libros, lo más recomendable es que lo hagan con disciplina, pero siempre como un pasatiempo, al menos hasta que saquen el boleto de lotería que los conduzca a un gran éxito de ventas mediante una editorial grande.
Y, por salud mental, díganse ustedes mismos lo mismo que le dirían a su hijo de 13 años que aspira a ser futbolista profesional estrella del Real Madrid: entrega hasta la última gota de sangre, si quieres; pero, sé consciente de que, estadísticamente, es casi imposible que lo logres.
En consecuencia, asegúrense de tener una vida profesional al margen de ese sueño.
Ahora bien, si su interés es vivir de la industria literaria sin esperar a ser J.K Rowling, tienen que formarse no solo escribiendo, sino también en asuntos de negocios y de la economía de la atención.
Y saber tejer una relación con sus lectores.
Para eso, me parece que es fundamental entender el funcionamiento de lo crossmedia y lo transmedia.
Literatura expandida
En un texto que publiqué en Letras Libres di ejemplos muy concretos.
Piensen no solo en cómo, literalmente, adaptan su crónica a un hilo de X o a un montón de hojas que pegan en la parada del autobús, sino cómo incluso adaptan sus discursos: cómo llevan el núcleo de sus trabajos a los canales o plataformas o espacios en los que se sientan cómodos.
A principios de 2024, Aymara Lorenzo me invitó a su programa, Con el oído en la letra, para hablar de eso. Bueno, con una conversación por el estilo, pero más reposada y más profunda, cerramos la Feria del Libro de Parque Cerro Verde en 2024.
No embriagarse, pero tampoco olvidarse
Por un lado, está la adicción que generan las plataformas digitales, que hace pensar a algunos que hay que publicar todos los días. Que vuelve a los escritores y las escritoras adictos a la dopamina de gente felicitándolos.
Y por el otro está una postura trasnochada de artista del siglo XX que dice que nada importa y hace todo según le da la gana.
Una vez le escuché a un director de cine decir que no puedes construir una relación con la audiencia si publicas una película cada diez años. Su metodología de trabajo implicaba lanzar un nuevo film bianual. La misma frecuencia, si no me equivoco, con la que Mario Vargas Llosa ponía en el mercado un libro.
Esto es extrapolable a todo: es importante tener presencia y construir una relación con los lectores. Y la mejor manera de alimentar esa relación es escribiendo.
Ahora bien, cada quien debe encontrar su propio equilibrio. No hay fórmulas. La frecuencia y el tipo de contenido y experiencia varían.
No todo lo que uno hace es adaptable a diferentes espacios. También es deber de cada quien dar con los mejores canales de distribución de su mensaje y su obra.
Un escritor lo que necesita son lectores, no seguidores
Desde hace un par de años vengo pensando en cómo el mercadeo a la literatura se diluye en otras manifestaciones creativas o artísticas.
Una vez le leí a Jorge Carrión una idea que me quedó dando vueltas: “Tener seguidores está bien, pero un escritor lo que necesita son lectores”.
Sigo repasando esta idea cada tanto. Sobre todo, cuando veo surgir nuevos productos culturales que aspiran a promover la literatura pero terminan, por poner un ejemplo, hablando de series.
Lo primero que hay que entender es que vivimos en un mundo donde el lenguaje escrito, como nunca antes en la historia, es especialmente relevante. Nos comunicamos más por WhatsApp que por llamada telefónica.
En Internet, al menos hasta ahora, hay más texto que video.
El libro –en cualquiera de sus formatos– sigue siendo el eje central de estudio de cualquier cosa; y el lugar más profundo para despertar empatía y compartir información.
Sin embargo, está lejos de ser la estrella de la industria del entretenimiento. Ese puesto lo ocupan las series, los videojuegos y las redes sociales.
Ese cambio de paradigma se produjo hace décadas, con la irrupción de la televisión.
Fue entonces cuando una parte de la población, que leía solo como quien hace sopa de letras en una tarde sin electricidad, saltó a ese aparato que entró en los hogares para no salir nunca más.
En un contexto así es entendible que muchos escritores quieran utilizar sus conocimientos sobre series y videojuegos, o su popularidad en redes sociales, para generar lectores.
Y en cierta forma suena lógico, ¿no?
El problema está en que, en la práctica, la gente que se interesa por las fotos de tu perro o por tu bailecito en TikTok difícilmente esté dispuesta a comprar un libro escrito por ti.
Vamos por parte: ¿qué es lo que quieres hacer?
Lo primero con lo que se va a topar cualquier persona que entre a una red social pensando en usarla para conseguir lectores es que hay mucho ruido. Y la literatura en sí misma no es la estrella de la fiesta.
De hecho, la mayoría de las grandes revistas literarias de Latinoamérica priorizan la discusión exclusivamente política o partidista por encima de hablar de arte o literatura en sí misma.
Y no me refiero al punto obvio de que todo en la vida es política, sino, insisto, a conversaciones y análisis partidistas y coyunturales.
Es decir, dejan de publicar un cuento de ficción para publicar un análisis sobre el nuevo presidente de Argentina.
Además de eso, las conversaciones que más personas aglutinan son las de series y videojuegos. Ni siquiera el cine entra al baile.
Para más inri, siempre está el marketero de turno sugiriendo que lo que más interacciones genera es el contenido personal. Ergo, entienden los escritores incautos, llenen su feed de selfis, fotos de su mascota o de sus hijos. Quizá de sus estupendos viajes.
Y, mira, sí, ¡funciona!
Este es el recetario:
1. Habla de política.
2. De la serie del momento.
3. Si eres millennial o centennial, transmite en Twich para analizar videojuegos.
4. Postea fotos personales.
5. Por último, no olvides nunca la fotito de tu libreta, bolígrafo, café y un libro bonito, para que la gente se acuerde que lo tuyo es la literatura.
Insisto, funciona. Las interacciones suben.
Lo que no sube son las ventas a los libros, o las métricas de lectura de esa historia que publicaste en una revista, o el post largo que adapta una de tus historias.
Así que el siguiente paso que hacen todos es proceder a quejarse de que las redes sociales son superficiales, de que a la gente no le interesa la literatura y de que nadie lee las genialidades que escriben.
O esgrimen la excusa que nunca falla: “El algoritmo me odia”.
Y a llorar para el valle.
Define objetivos
En España, México, Colombia y Argentina hay un poco más de orden. Es más fácil para los interesados en literatura identificarse entre sí y encontrarse.
Pero en el resto de Iberoamérica no solo es un trabajo medio titánico, sino que además hay poco diálogo entre los lectores de diferentes países.
Y a veces, incluso, hay quienes se dan el tupé de propiciar divisiones desestimando la lectura digital, Wattpad o tirándole al autor o autora de moda.
Mientras que en Hollywood se montan casos como el Barbenheimer porque todos están claros de que lo importante es que la industria del cine goce de buena salud.
El punto es que en ese contexto el primer objetivo de todo proyecto literario debería ser articular personas en torno a la lectura.
Y, por favor, no piensen tanto en “generar comunidad”, pues eso es muy difícil y casi imposible hoy día. Es más rentable identificar comunidades y tratar de impactarlas.
¿Cómo hacer que las personas que ya leen el tipo de cosas que escribes se enteren de lo que estás haciendo?
¿Cómo ser un puente entre los lectores de romance fantástico adolescente y los tesistas de las escuelas de Letras?
Defiende tu industria
Se defienden hablando de ellas y promocionándolas en sus códigos naturales.
Si quieres generar lectores hacia tus libros, blog o publicaciones en revistas, debes ser capaz de atraer a la gente que lee literatura. Y, al mismo tiempo, acostumbrar a la gente que te sigue a que lo tuyo es la escritura.
Es verdad, probablemente una foto cuchi con tu pareja y tu gato quizá tenga más interacciones. Pero también menos engagement y generará menos conversiones.
¿Todos recuerdan el famoso caso de la influencer con millones de seguidores que no logró vender más de 100 prendas de ropa de su línea recién creada? Fue un parteaguas en la forma en la que la industria entendió cómo funcionaba la economía de la atención. Y a partir de allí las marcas se replantearon la forma en la que usarían a los influencers.
Lo mismo aplica en literatura.
Es mejor tener 100 seguidores dispuestos a leerte, comprar tu libro o inscribirse en tu taller; que mil seguidores que solo se ríen de tus videos bailando.
Entonces, quizá, se debería invertir menos tiempo en pensar cómo subir de seguidores y más tiempo en reflexionar cómo difundir de forma efectiva el trabajo literario. ¿Cuál es el formato que más agrada a los lectores? ¿Cuáles son los temas que los convocan? ¿Dónde están y cómo llegarles?
Y, en ese mismo camino, tener mucho cuidado de no quemarse uno mismo.
Una vez que la audiencia te pone la etiqueta de “persona que habla de series” o “persona que sabe mucho de política” es difícil que se pasen el suiche y empiecen a verte como artista o como, por decir algo, divulgador o influencer literario.
Recuerda: un escritor, para ser tal, lo que necesita son lectores.
Me importante más la industria literaria que la editorial
Uno de los momentos más relevantes en mi carrera como escritor fue entender, en años recientes, cuál era mi negocio.
Sí, sí, ya sé que están pensando lo obvio: el arte no es negocio, lo importante es mover las emociones, cómo se cuantifica lo que toca el alma.
Ajá, tienen razón, pero esta nota no va sobre el quehacer literario (para eso están los talleres de Círculo Amarillo), sino sobre lo que viene después.
En especial, si quieren vivir de tu arte y no solo para tu arte.
Hace años, hablando con una persona importante dentro del ecosistema literario le hice una pregunta que me corrigió de inmediato: “No existe industria literaria, sino editorial”.
Y me quedó rondando en la cabeza esa idea por mucho tiempo.
Porque, a ver, la industria editorial se refiere a crear productos editoriales. Editores, correctores, imprentas, distribuidores, librerías forman parte de ella, sí.
Pero no es ni remotamente lo mismo una enciclopedia que un ensayo autobiográfico.
Ni un libro de teoría contable que una novela.
Entonces, aquí hay un problema de fondo: el del escritor o escritora que piensa su oficio exclusivamente según los dictámenes de la industria editorial.
Lo que es equivalente a meter en el mismo saco a una película de ficción, un documental de National Geographic, un comercial de champú, un video porno de alta demanda, una cuenta de TikTok de cocina, un vlog de YouTube… al fin y al cabo, todos son productos audiovisuales.
¿Sí ven lo complicado que resulta?
Soy millennial, hijo de la generación que produjo (para bien o para mal) la insurrección digital. Es decir, yo he crecido en un mundo en el que la literatura es una disciplina artística que se desparrama por diversas plataformas y que, me parece, no puede reducirse a una sola tecnología.
Porque el libro en papel, aunque a veces parezcamos olvidarlo, es solo una tecnología más. Ni más ni menos importante que otras similares.
Una tecnología que también contó con muchos detractores en su momento. Según cuenta Irene Vallejo en El infinito en un junco, el súper aclamado Sócrates dijo una vez: “La palabra escrita parece hablar contigo como si fuera inteligente, pero si le preguntas algo, porque deseas saber más, sigue repitiéndote lo mismo una y otra vez. Los libros no son capaces de defenderse”.
Y explica la propia Irene: “Sócrates temía que, por culpa de la escritura, los hombres abandonaran el esfuerzo de la propia reflexión. Sospechaba que, gracias al auxilio de las letras, se confiaría el saber a los textos y, sin el empeño de comprenderlos a fondo, bastaría con tenerlos al alcance de la mano. Y así ya no sería sabiduría propia, incorporada a nosotros e indeleble, parte del bagaje de cada uno, sino un apéndice ajeno”.
Es decir, Sócrates criticaba a los libros lo mismo que tantos siglos después algunos le criticarían a la televisión, al Internet, al ebook, a las redes sociales y a toda nueva tecnología que vendrá.
Ajá, ¿y entonces?
Pues que a mí me gusta pensar en industria literaria.
¿Y cómo se mueve dinero en esa industria? Vayan arriba, al capítulo ¿Cómo gana dinero un escritor?
En todo caso, es una industria en la que hay gente que se dedica a hacer crítica en medios tradicionales, otros que hacen reseñas en TikTok, escritores que se dedican a la fantasía, programas literarios creados por prestigiosas universidades, etcétera.
Una industria en la que nos conviene saber qué rol ocupamos y qué rol queremos ocupar.
Porque, para empezar, la mayor ingenuidad que continúa vigente entre muchos escritores emergentes es creer que el camino más rentable es publicar un libro para volverse famoso.
Eso es muy difícil y estadísticamente improbable (aunque sí puede pasar).
Lo normal y lo lógico, desde el punto de vista financiero, es ser famoso y luego publicar un libro.
Claro, si lo tuyo no es el coaching ni ciencias aplicadas, sino la literatura en sí misma, te conviene acumular reconocimiento en ese rubro.
¿Cómo?
Quizá dando clases, quizá organizando eventos, quizá creando un blog o una cuenta de TikTok o un canal de YouTube o lo que sea, quizá ganando premios, quizá publicando en revistas literarias. En fin, las opciones son muchas.
Aunque el libro en papel sigue siendo el eje fundamental de la industria literaria (y goza de buena salud), ya no puede mantenerse en pie por sí solo. Y me atrevería a relativizar incluso su rol consagratorio.
Vamos con el primer punto.
Hoy día todos los libros se piensan para que sean mínimo tres cosas: papel, digital y audio.
La aspiración de muchos es que eso se convierta además en una película o una serie.
Y puede expandirse en redes sociales, museos… en miles de formatos.
Incluso, es importante tener presente que para que ese libro se venda se necesita difusión.
Y, según el paradigma de comunicación de estos tiempos, la línea entre publicidad/marketing y producto cultural se ha vuelto muy difusa.
Aunque tienen fines y sensibilidades distintas, es tan importante la promoción como el producto en sí mismo.
Todo se engloba en el mismo paquete llamado “experiencia”.
La gente que compra entradas para un concierto de Tylor Swift no lo hace pensando en solamente escuchar buena música, sino en ser parte de toda una movida cultural que empieza desde mucho antes de que se pongan en venta las entradas y que incluye cosas como qué atuendo usar.
Lo mismo pasa en la literatura, sino pregúntenle a los fans de Harry Potter.
O a los de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez: grandes maestros de la literatura cuyo éxito se debió en un 50% a su calidad literaria y en otro 50% a todo lo que se generó alrededor de ellos.
Sé que hay gente a la que esto le molesta o le ofende.
Está bien que así sea, lo respeto y no voy discutir eso. Su frustración puede ser o no justificada, el punto es que así funciona la industria.
A mí no me gustan los bancos, pero forman parte fundamental del sistema bajo el que escogí vivir.
El siguiente punto sobre el rol del libro en papel actual es que me parece que ha dejado de ser un espacio consagratorio. Primero porque las estadísticas son elocuentes. En 2022, durante el XXV Congreso de las Librerías se difundieron los siguientes datos: el 86% de las novedades vende menos de 50 ejemplares y solo el 0,1% de los libros venden más de 3.000 ejemplares.
Es decir, es mucho más fácil publicar un libro en papel que tener lectores.
En su libro Taller de escritura, Brandon Sanderson le sugiere a los escritores considerarse ellos mismos el producto literario. Bueno, no usa estas palabras y no es tan así. Parafraseando, lo que parece querer decir es que tu carrera es el fin en sí mismo y no uno u otro libro.
¿El libro en papel consagra?
Depende. A veces sí, a veces no. Todo varía según el background del autor.
En ocasiones un gran libro te pone el mapa. En otras, se requieren muchos libros.
Lo normal –estadísticamente hablando– es que ni publicando 20 libros te vas a volver relevante dentro de la industria literaria.
Entonces, ¿cómo?
No hay fórmulas. Cada quien debe hacer su camino.
En mi caso, reitero, fue importante darme cuenta de todos los espacios en los que se puede verter la literatura.
Entender que a mí me interesa la industria literaria más que la industria editorial per se.
Que me interesa más contar buenas historias que conmuevan a las personas, que publicar libros impresos que nadie leerá y por los que nadie pagará.
Pero que ojalá uno de los vehículos para que esas historias lleguen a los lectores sea, sí, el papel.
Al final, todos jugamos con las cartas que la vida y la época nos pongan delante.
Sin embargo, para eso hay que estar abierto a jugar. No cerrarse en dogmas o prejuicios.
Y luego, hacerse las preguntas correctas: ¿qué quiero hacer con esto que estoy escribiendo? ¿Para qué quiero publicar? ¿Para qué quiero ser escritor?
¿Cómo ganar concursos literarios?
Esta es una de las cosas que más me han preguntado en el último año y medio. A mis talleristas y a la audiencia de Círculo Amarillo que escribe parecieran interesarle mucho este tema.
Lo primero que voy a decir es que ganar premios es difícil y hay cierto componente de azar.
Hay que tener mucha candidez para esperar que en cualquier galardón artístico se vaya a resaltar objetivamente lo mejor.
Primero, porque la objetividad no existe. Segundo, porque en ese gran degradé que va desde lo objetivo hasta lo subjetivo, hay pocas cosas tan subjetivas como una obra literaria.
Ergo, uno siempre está un poco a merced de los gustos del jurado y de los intereses comerciales de los organizadores del premio.
Hasta ahora, mi trabajo ha recibido 12 distinciones (entre primer lugar, finalista, menciones, podio, etcétera). En lo que va de 2023, han sido cuatro: mi primer premio internacional importante, un tercer lugar y una mención en Venezuela, y una mención en Bogotá.
Hace diez años, sin embargo, nadie –como diríamos en Caracas– me paraba bolas.
¿Qué pasó en ese trayecto?
Mi amigo, el rey de los concursos
Si lo único que les interesa es ganar premios. Si están súper obsesionados con eso, por encima de cualquier otra cosa. Si no les importa tener lectores, publicar en editoriales importantes, explorar en profundidad ciertos temas, quizá la historia de un amigo mío les pueda servir de guía.
Este pana (creo que ya hoy abandonó la actividad literaria) se puso como objetivo sobresalir en la mayor cantidad de concursos que fuera posible.
Se trata de alguien con mucha paciencia y perseverancia (cualidades indispensables para no sufrir en estos ambientes) y con pocos problemas de autoestima (uno de los hándicaps que experimentan quienes compiten es que se toman las resoluciones del jurado de forma personal).
¿Cuál fue su estrategia?
Antes de enviar un texto a un concurso, investigaba al jurado: quiénes eran, qué habían hecho, cuáles eran sus gustos.
Y, por supuesto, se leía sus libros más destacados.
Todo esto en tiempo récord: ya dije que era alguien con mucha paciencia y perseverancia.
Quizá debería agregar que era alguien muy tenaz.
Luego, leía los últimos ganadores del galardón.
A partir de ahí, con toda esa data, se disponía a escribir algo que se adaptara al concurso.
Si el concurso era en Portugal, sus personajes eran lusitanos. Si eran en España, sus personajes hablaban con modismos castillos. Y así.
Se estarán preguntando si esto le dio resultado.
Quizá los más puristas de ustedes, los que crean en el valor absoluto e incorruptible del arte, esperan que diga que no.
Lamento decepcionarlos: por supuesto que le dio resultado. Recibió muchas menciones, fue varias veces finalista, cosechó varios podios y no pocas veces quedó de primer lugar.
Hasta publicó un par de libros.
Con el tiempo, abandonó la literatura por otras actividades más lucrativas.
Lo que a mí siempre me llamó la atención es que, pese a tan incuestionable éxito, su nombre no era muy popular entre los lectores.
¿Para qué sirven los premios literarios?
Esto no es deporte.
Si Serana William quería ser considerada la mejor tenista de todos los tiempos, debía hacer algo ineludible: ganar muchos títulos.
Su trabajo, de hecho, era básicamente ese: competir.
En el deporte de alto rendimiento, los matices son pocos: o ganas o pierdes. Es verdad que el cómo es importante y que el contexto agranda o disminuye las leyendas.
Es decir, que el contexto y las formas impactan en la transcendía social.
Sí, pero al final del día, el que es mejor en su trabajo por lo general gana más títulos que el que no lo es.
Hay poco espacio para la hipocresía.
Te puede caer bien o mal Cristiano Ronaldo, pero cuestionar que es uno de los mejores futbolistas de la historia es ridículo: sus estadísticas y premios hablan por sí solos.
El arte no funciona así.
La obra de Borges no hubiese sido ni mejor ni peor así hubiese ganado el Nobel.
La trascendencia de J. K. Rowling no está en los premios, los millones de lectores de Chimamanda probablemente no conocen su palmarés, Mario Vargas Llosa ya era súper famoso y prestigioso antes de ganar el Nobel.
Entonces, ¿cuál es el sentido de los premios?
Creo que dos: uno, ganar dinero; dos, hacer marketing.
Ganar dinero escribiendo es difícil.
La inmensa mayoría de los escritores reconocidos no ganan suficiente con las regalías de sus libros, por ejemplo. Y hay muy pocas revistas que ofrecen buenos honorarios.
Ganar un premio implica que de entrada eso que escribiste va a recibir una mejor compensación económica.
Por poner un ejemplo: que un escritor gane los más de 100 mil dólares que hoy día significan el Premio Alfaguara (en verdad, creo que el monto es bastante más, pero no lo investigué) significa que va a ingresar por esa novela una cifra mucho más alta que le que podría haber ingresado con regalías.
Sí, ya sé que hay autores que se vuelven millonarios con sus libros. Pero son pocos. Y, si se fijan, un porcentaje importante de ellos ni siquiera ha ganado premios relevantes: no lo necesitan y probablemente no les importe.
Además de esto, un concurso es una extraordinaria oportunidad de hacer marketing.
Es más fácil que le presten atención a tu trabajo (lectores, editores, agentes, prensa) si recibes una distinción.
Los premios son como medallitas que le sugieren a la gente que deberían mirar hacia dónde tú estás.
Fíjense en los Oscar.
Ganan películas que rara vez lideran la taquilla, muchas de ellas ni siquiera se han estrenado en un número significativo de países.
Pero, de repente, muchos espectadores se interesan por ver todas las películas nominadas.
Y los cines aprovechan de estrenarlas.
En teoría, pasa lo mismo con los premios literarios.
Esto no implica que tu obra sea mejor que otras, solo implica que tiene más probabilidades de volverse popular.
Sin embargo, aquí hay un detalle.
La popularidad rara vez es algo que ocurre de forma espontánea.
Hernán Casciari cuenta que una vez él ganó un premio de novela en Europa. Estaba en su veintena. Cuando llegó a Argentina, tras la premiación, un diario había reseñado en la sección cultural que equis escritor argentino había resultado finalista en ese mismo premio.
Hernán se preguntó: ¿por qué el diario no hablaba de él, que era quien había ganado; y sí de su coterráneo, que “solo” había sido finalista?
Entendió que el motivo era que su colega había ido al diario a informar de su premio. Hernán no había hecho lo mismo.
Yo he tenido experiencias similares. A veces, he sido finalista de concursos en los que se hace más ruido con mi nombre en redes que con el de la persona que ganó: porque me conocen más a mí. O al revés.
Y he visto cómo hay gente que ha ganado premios importantísimos y su trabajo sigue siendo muy poco leído, así como su nombre es bastante desconocido.
Hablo de escritores, además, talentosísimos.
Entonces, un premio solo significa más popularidad si quien lo recibe ya viene realizando un buen trabajo de marketing.
Un premio es, sobre todo, gasolina para que crezca la llama que ya estaba encendida.
Si no hay fuego, la gasolina solo mojará el piso en solemne silencio.
Mi experiencia
No me lo tomo personal. Ni me siento mal cuando no seleccionan un trabajo mío. Tampoco me siento súper especial cuando sí lo hacen.
Selecciono los premios en los que quiero competir buscando ganar dinero y que ese eventual reconocimiento sume al trabajo de difusión que ya vengo realizando.
Al principio, me costaba mucho figurar. Es verdad que tuve la fortuna de que la primera vez que participé en algo resulté finalista.
Eso me dio impulso.
Pero también me creó la ilusión de que todo era más fácil de lo que pensaba.
La realidad es que, al menos en mi caso, todo se ha resumido en disparar muchos balones: algunos pegan del poste, otros terminan en la grada y unos pocos se convierten en gol.
Por supuesto, limitarse a disparar balones en los partidos, sin ton ni son, no tiene el más mínimo sentido.
Me he propuesto ir mejorando, participaba en talleres, conversaba con otros escritores, leía mucho, escribía mucho: aprendí a no enamorarme de mis textos.
O sea, en vez de enviar el mismo trabajo a todos los concursos, escribí, escribí, escribí.
En eso sigo, la verdad.
Con los años, mi tasa de efectividad aumentó.
Pero no solo en premios.
Poco a poco, he visto que me lee más gente.
También he ido desarrollando una intuición y he ido aprendiendo a editarme yo mismo: ya puedo saber, más o menos, para qué sirve algo que escribí.
Si puede ser popular, si puede competir por un premio, en qué premios encaja y en cuáles no, si más bien funcionaría en una revista, etcétera.
Insisto, esto es un proceso de años.
Años de escritura, años de mostrar mi trabajo, años de leer literatura todos los días.
Llegué a ganar, por ejemplo, siete premios en tres años.
No es casualidad: eventualmente, las horas de trabajo, la experiencia, te hacen mejor.
Quejarse no sirve de nada.
Auto flagelarse tampoco.
Criticar a los organizadores y jurados, menos.
Si de verdad crees que este es un camino que puede ser provechoso para tu carrera, lo mejor que puedes hacer es prepararte e intentarlo una y otra vez.
Eventualmente, se consiguen resultados positivos.
En el peor de los caso, “solo” se mejora la calidad de la escritura.
Y, al final, de eso se trata, ¿no?: de ser cada vez mejor.
*Aquí hay un taller para que empieces tu viaje:
- Novela: teoría y práctica, dictado por Francisco Suniaga
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