Ficción

Erecto ¿y tú? – ganador del Concurso de Cuentos Narrar la diversidad (2025)

por | Ago 26, 2025

Por Luis José Glod

*La imagen de portada de Erecto ¿y tú? fue producida por Chat GPT.

 

«No puedo retirar mi libido de objetos equivocados

—y siempre equivoco el objeto—»

Alejandro Castro

Me volví mierda las uñas. Era habitual comerme los dedos antes de echarme a un hombre encima. La boca me sabía a sangre. Craqueaba los dientes como quien golpea ansioso un trozo de madera. Y no sé por qué pensaba tanto si no era la primera vez que iba a coger con un desconocido.

Esperaba un taxi en el patio de la residencia, salir al portón podría ser un suicidio. La Avenida Guajira era muy peligrosa. Siempre había riesgo de sufrir un asalto.

El sol se apagaba acrecentando la temperatura en las costas del lago de Maracaibo. Yo sudaba como un caballo. El calor me producía un calor intermitente que, en sus momentos de lucidez, era una sensación interpretable como un subidón libidinoso.

Pasé toda la tarde en Grindr buscando con quién revolcarme. Tres meses sin actividad sexual representaba un récord para mí. Pero el hecho de no tener agua complicaba las cosas. La escasez inhibe hasta las posibilidades de sexo, aunque el deseo permanezca intacto como una fiera muriendo de inanición.

Oliver y Ulises, mis vecinos, salieron de sus habitaciones. Oliver encendió su gravity; un artefacto de marihuanero universitario; el cruce entre un metal caliente y la tapa de una botella de refresco. Todos fumamos.

—Braulio, ¿te bañaste? —me preguntó Oliver conteniendo el humo. Su preocupación por mi ducha era honesta. No se trataba de una exhortación por mal aseo personal. Cada vez que llegaba el agua, corríamos emocionados a avisarnos. Era el momento de olvidarse del tobo y del pote de margarina Mavesa.

En mi cabeza estalló una bomba silenciosa. Hay preguntas que son detonantes. Preguntarle a alguien si se bañó desencadena una reacción casi nuclear. Sin adentrar en el problema de higiene, preguntarle a alguien si se bañó es hacerle pensar si fue capaz de meditar gota a gota sus planes. La ducha es un momento sagrado. El golpeteo del agua sobre la cabeza remoja millones de preguntas. Bañarse implica lavarse. Y lavarse tiene que ver con descubrir la mugre. Me bañé sin meditar esta situación. Ignoré la culpa goteante que corrió por mi espalda. Hice caso omiso a mis pensamientos purgantes. A pesar de estar impregnado en Acqua di Gio, quedé mal bañado.

—Sí, me demoré como una hora —respondí.

Yo no iba a casa de ningún Paolo, como les había dicho. Ni siquiera estaba seguro a dónde iría. Y ellos lo sospechaban. Algunas lagartijas salían a trepar por las paredes sin friso para demostrar que hasta ellas lo sospechaban.

—¿Vienes a dormir? —preguntó Ulises.

Un gato cayó sobre el portón blanco oxidado. A veces el ambiente responde por las personas. Yo buscaba otra mentira entre los trozos de botella sembrados en el concreto de la pared; una muralla que nos protegía de la inseguridad, más no de nosotros mismos.

No quería explicarles que sabía muy poco sobre mi destino. Los amigos suelen juzgarse sin querer. Todo podía resumirse en una sola palabra: Grindr. Un lugar común en estos días. Una interfaz decorada para Halloween, donde se esconden la mayoría de las personas cuir de la ciudad, hambrientos de la libertad que se roban los prejuicios.

La corneta de un automóvil chilló afuera del portón. Nos sobresaltamos. A todos nos ponía nerviosos una locura que solo yo sabía que iba a cometer.

—¿Tienes efectivo para los taxis? —cuestionó Oliver.

—Sí —mentí descaradamente. Para un estudiante común era muy difícil pagar taxis y más con efectivo. El valor del bolívar se triplicaba si necesitabas billete en mano.

La bocina sonó con más estridencia.

Corrí como quien escapa de los problemas, sin dar la espalda, caminando hacia atrás.

Salí apresurado y me subí a un Ford Maverick vuelto mierda. Cerré la puerta y el golpe sonó a desgracia.

—¿Pa’ dónde? —dijo el taxista con la amargura de los transportistas en Maracaibo, el calor los reseca y los convierte en piedra.

—Por los patrulleros —respondí sin saber a dónde iba.

El taxi arrancó.

Sumergí mi cara en la pantalla del celular fingiendo no percibir el par de frases que lanzó el chofer para iniciar una tertulia. No quería hablar de las dieciocho horas sin luz, ni de los tres meses sin agua, ni del alza del dólar, ni de elecciones, ni protestas. Solo quería llegar a echar un polvo y ya.

—En camino, galán —le envié un texto a mi futuro amante. Utilicé el halago como excusa para romper el hielo antes de llegar, pero sí, se veía guapo. O al menos eso mostraban las tres fotos pixeladas que me envió por la aplicación. Lo único que conocía sobre él era su nickname de Grindr: «Erecto ¿y tú?».

Todos intentan venderse en estas aplicaciones, las variadas frases de presentación van desde caracterizar su pene por grosor y tamaño, hasta oraciones simples que pretenden ser atractivas; «solo en casa», «quiero qlo», «dotados», «full pasivo», «quien mama?» …

«Erecto ¿y tú?» respondió —Ok.

Dudé de nuevo. Giré la cabeza hacia atrás para observar cómo me alejaba de mi lugar seguro. Busqué en el celular una de las pocas fotografías que tenía de Erecto; un hombre atractivo, de pectorales definidos, abdomen marcado y velludo como un lobo. También había un par de nudes que no decepcionaban a la vista. Era la carnada perfecta.

—Hay guarimba —dijo el taxista rabioso.

—¿Cómo? —pregunté confundido.

—Que trancaron la calle.

No era el día. No era el momento. Todo se oponía a mi polvo trimestral.

Asomé la cabeza por la ventana. La calle estaba repleta de personas encapuchadas sosteniendo banderas y escudos. Una larga línea de cauchos viejos ardía sobre el paso peatonal. Un muchacho les rociaba gasolina.

—No creo que nos dejen pasar —dijo el taxista acomodándose en la fila de automóviles.

—…Es que allá van a pagar la carrera —respondí asustado.

Por primera vez en el día no estaba mintiendo. No tenía ni un bolívar en el bolsillo, ni un bolívar en la cuenta, ni mucho menos en mi residencia. Erecto se había ofrecido a pagarme el transporte.

El taxista continuó haciendo maromas para pasar entre la protesta. Los encapuchados corrían por la zona con carteles que decían: «Calle sin retorno», «Resistencia», «La salida». Olía a plástico quemado. Se escuchaban detonaciones.

Unos hombres se acercaron al taxi.

—¡Pasá rápido! —gritó uno de ellos como si intentara meterse por la ventana.

El taxista aceleró nervioso. Atravesamos una barricada medio encendida. Un semáforo caído sobre la carretera obstaculizaba el paso. Progresivamente fuimos saliendo de la protesta, la gente y los gritos desaparecían. Todo se veía como recién bombardeado.

—Te bajáis después del elevado —me advirtió el taxista acelerando el cacharro como si piloteara un auto de la fórmula uno.

Asentí con actitud de idiota.

Tomé el teléfono y marqué el número que me dio Erecto.

El dispositivo advirtió batería baja. No pude cargarlo antes. El apagón del día anterior se extendió más de lo habitual.

Marqué de nuevo. No contestó nadie.

Bañado en sudor, marqué otra vez.

—Cuéntame —contestó una voz masculina.

—Ya vamos llegando —interrumpió el taxista.

Repetí la misma frase.

—Avísame cuando estés en la comandancia —indicó Erecto. Su voz era oscura.

El chofer manejaba a una velocidad que el carro no toleraba. Todo temblaba. El asiento temblaba. El retrovisor temblaba. Yo temblaba. No era capaz de producir saliva, y solo sentir la necesidad de hablar me secaba el pensamiento. Atravesamos un elevado gigante que me produjo vértigo.

El teléfono se descargó.

El chofer pisó el freno de un solo coñazo, sonó como el chillido de un gato recién nacido.

—¿Ujum? —dijo estacionando la chatarra.

—¿Llegamos? —pregunté arrancándome otro pedazo de uña.

El sitio era mugriento. Nos estacionamos debajo del elevado, frente a una carnicería. Del otro lado de la calle, estaba la fulana comandancia.

No tenía cómo comunicarme con Erecto. No sabía cuál era su casa.

El taxista volteó el rostro y me miró fijamente. Tenía la cara abarrotada de marcas, una cicatriz en la parte superior del labio y los ojos saltones.

—¿Cuánto es? —pregunté asustado.

—Ciento veinte mil —respondió molesto.

—Ya le pago —me bajé del taxi.

Decidido, comencé a caminar por la calle intentando conseguir pistas de Erecto. Buscaba sin saber qué buscaba, mirando hacia adentro de los locales como quién busca a Dios, nunca sabe cómo es ni donde está.

Frente a la comandancia, había un policía.

La calle estaba oscura y las luces de emergencia del cacharro titilaban como si advirtieran peligro.

El policía comenzó a mirarme con ojos de sospecha.

Las esperanzas de conseguir a Erecto se agotaban.

Me acerqué al taxi.

—Ya viene —le mentí.

—¿Ya viene quién? —preguntó.

Un silbido del otro lado de la calle interrumpió la respuesta que yo no tenía para dar. El policía se acercaba acechante, con el típico gesto de violencia que caracteriza a muchos de los funcionarios de seguridad del estado.

Me subí atemorizado al carro. Quedé inmóvil sobre el asiento.

El policía se acercó a la ventana y le iluminó la cara al taxista. Volteó su rostro y dirigió la luz hacía mí.

—¿Braulio? —preguntó.

El taxista soltó una sonrisa pícara.

El policía hizo una seña para que me bajara del carro, aparentemente él era Erecto. Señaló hacia la comandancia con sus dedos de autoridad. Se me escapó una sonrisa sospechosa.

Crucé como si descendiera borracho, tambaleando con el destino.

Me detuve a examinar a Erecto que le pagaba al taxista. Los encuentros con desconocidos ameritan un escaneo profundo, sobre todo porque después uno lo va a tener encima. Erecto se parecía a Andrés, con los ojos de Franco y la energía de Yonder. No era muy guapo que digamos, pero de acostarse sin comer, es mejor comerse un pancito con mantequilla.

El taxista encendió el automóvil y se despidió con una mirada que escupía sátira.

Erecto no era el erecto de las fotos, o quizá este Erecto no era Erecto.

Se acercó, me tomó del hombro y comenzó a marcarme el camino.

Entramos a la comandancia. Era un cuchitril de paredes pintadas con un azul gastado. Olía a óxido y a orines. En la entrada había una planta eléctrica encendida que suministraba electricidad al recinto. Sonaba peor que el cacharro del taxista.

Un rectángulo desconchado y mal puesto en la pared identificaba el lugar como «Centro de reclusión».

El policía me guío hacia adelante, no dejó que mi pausa pensativa tuviera reacción. Se adelantó para abrir un gran portón que dejó al descubierto dos custodios.

Di varios pasos hacia atrás. No se trataba de una película porno, se trataba de la vida real, o de la muerte real, mejor dicho.

—Pasá al módulo —dijo un custodio.

Caminé hacia adelante. Me pesaban los pies.

Los oficiales cerraron el portón. Todo quedó a oscuras.

Seguí a los hombres y comenzamos a transitar un pasillo largo.

—¿A vos te dijeron pa’ dónde venías? —preguntó el policía percatándose de mi arrepentimiento.

A mitad del pasillo comenzaban a aparecer numerosas celdas vacías. Los barrotes se veían gigantes.

Por momentos me sobaba el cabello, como si me consolara a mí mismo.

Los custodios me miraban con la sonrisa de quien va a cometer un crimen.

La última celda del pasillo tenía una cortina de satén color verde agua detrás de los barrotes. Adentro se escuchaba una radio mal sintonizada que reproducía una salsa erótica.

Todos detuvieron su paso.

Bajé la cabeza, cerré mis ojos y respiré profundo.

Las rejas sonaron con estridencia.

Subí el rostro y la cortina estaba abierta.

Había un hombre recostado a las rejas de la celda. En bóxer, sin camisa. Sus dientes se veían por fuera de los labios. Los pectorales escurridos, el abdomen flácido, y era tan velludo como un chimpancé.

Los custodios comenzaron a abandonar el largo pasillo.

—¿Braulio? —preguntó buscándome la mirada.

Sonó una cerradura.

Forcé el habla para responder

—¿Erecto?

VEREDICTO

Nosotros, Andrea Leal, Edgar Carrasco, Jaime Yáñez, Melanie Agrinzones, Óscar Medina y Tristán Key, miembros del jurado del Concurso de Cuentos Narrar la diversidad (2025), luego de haber leído, evaluado y discutido los treinta (30) cuentos participantes, hemos decidido otorgar de manera unánime:

El primer lugar al cuento titulado «Erecto, ¿y tú?», presentado a concurso bajo el seudónimo de Braulio, al ser una narración osada, divertida e incisiva sobre las formas (o, más bien, deformaciones) del deseo cuando está signado por una realidad monstruosa y un poder invisible cuya moneda de cambio es la precariedad. Consideramos que es un cuento que sabe manejar muy bien la tensión entre la narración y las acciones de los personajes, mientras plasma una realidad política que deja desnuda la soledad, el miedo y la hipocresía machista de una sociedad cegada a la inclusión de todas sus formas de deseo. A su vez, no deja a un lado el tono irónico y sagaz que hace de su lectura un deleite y un cuento significativo para la memoria de la literatura sobre la diversidad sexual y de género del país.

Caracas, 31 de julio de 2025.

 

*Epa, bebé, ¿quieres hacer un taller bueno, bonito y barato que, además, incluye de regalo uno de nuestros libros? Esta es tu última oportunidad.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Historias similares

La mano

La mano

Siente cómo una mano le va atravesando la espalda y el dolor se intensifica. La mano pasa por el estómago; luego por el corazón, haciendo a un lado los pulmones.

leer más
Pelícanos

Pelícanos

Los pelícanos raquíticos se dejaban caer de manera perpendicular. No cazaban nada y su terrible historia tenía que empezar, otra vez.
Ella reanudó la imagen que me tuvo hipnotizado. Frente a nosotros aparecieron tres personas que seguían viendo al mar (ya no eran cuatro). El buque pulía el horizonte.

leer más

Suscríbete a nuestro boletín

Prometido: vamos a enviarte pura información cool, de esa que de seguro te interesa (chismecitos literarios, cosas para reir, tips para tu guion, etcétera). Y, obvio, también te mantendremos al tanto de todas las novedades con respecto a nuestros talleres.

Quiénes somos

Una productora cultural que trabaja en torno a la literatura, el cine, las series y el humor. Nuestra actividad principal es organizar talleres formativos en esas disciplinas.

Contacto

Para información sobre los talleres y nuestros libros:
inscripcionesc.amarillo@gmail.com

Para cualquier otra información:
productorac.amarillo@gmail.com

Síguenos en nuestras redes