Ficción
Verónica Florez y el lugar de la literatura
Por Lizandro Samuel
*La imagen de Verónica Florez es de cortesía.
Basta que empiece a hablar para que a cualquiera le quede claro que a Verónica Florez le apasiona la literatura y la gestión cultural. Ambas cosas las aborda desde el disfrute y el goce creativo. Aunque las frustraciones estén a la orden del día.
Nació en Los Teques, en 1997. Es licenciada en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello. Está incluida en la compilación Feroces (2023) y ha publicado en las revistas en papel Rio Grande Review: Weird Fiction Issue (El Paso, 2023) y Revista Casapaís (2024). Antes de eso, cuando daba sus primeros pasos, fue seleccionada en la Semana de la Narrativa de Revista Ojo y Ficción Breve Venezolana. Actualmente, ejerce la gestión cultural en El Gato Negro.
Esta es la tercera entrega de la serie de conversaciones con escritores emergentes.
[Lee el capítulo 2 aquí: Andrea Leal y los obstáculos para los narradores]¿Hacia dónde imaginas que va tu carrera como escritora?
Siento que lo pienso a futuro, pero tampoco trato de idealizarla mucho. O sea, yo siento que no voy a vivir de la escritura, ¿sabes? No voy a ser como que esta persona que saca y saca libros porque si no, no va a poder pagar la renta. Como Stephen King. O como García Márquez también, que era como que si no saco este libro y no vende, no voy a poder comer. La verdad es que trato de mantenerla, no quiero decir como un hobby, pero sí como eso que me hace feliz y tratar de no explotarla mucho, porque también siento que si la exploto mucho en algún momento me va a dejar de hacer feliz. Como que voy a hacerlo por vender y por ganar y no va a ser por querer escribir algo bonito y disfrutable. Entonces prefiero mantener trabajo y escritura separados.
Ojo, que Stephen King igual es como el antónimo de lo que dijiste, porque él hizo mucha plata desde el primer libro; o sea, él escribe literalmente porque lo apasiona, pues millonario es desde hace rato.
No quiero decir que eso sea un golpe de suerte, pero sí siento que para hacer eso necesitas un talento innato que te permita escribir cualquier cosa y que esa cosa pegue y sea buena. Yo trato de no idealizarla mucho [a la literatura] porque acaba siendo una frustración, uno se cuestiona por qué no puedo escribir tantas cosas que vendan. Entonces, prefiero llevarlo con mucha calma y ser una escritora que realmente disfrute del escribir, sin tener que cumplir con expectativas muy grandes.
Y hablando de decepciones, del 1 al 10 ¿qué tanto te frustran los concursos literarios?
[Risas] 20. Bueno, aquí en Venezuela particularmente porque no hay. Incluso le dije a Héctor Torres ahorita en la feria del libro [Festival del Libro y la Lectura Parque Cerro Verde] que se me pasó por completo el Julio Garmendia. No mandé nada porque se me había olvidado la fecha límite. Y le dije: “Bueno, nada, ahora voy a tener que esperar al año que viene”, porque el otro concurso de cuentos es el Santiago Anzola, que es para estudiantes universitarios, y ya yo no soy estudiante universitario.He aprendido ya que el mundo de los concursos es muy subjetivo: todo va a depender al final siempre de un jurado. Y la verdad no he experimentado en tantos concursos fuera del país. Me gustaría participar en más concursos, pero al mismo tiempo siento que siempre va a estar fuera de mis manos ser seleccionada. Y creo que es igual con las publicaciones, tipo revistas, libros, editoriales: todo al final depende de quién te seleccione.
Además, corrígeme si me equivoco, pero tú te consideras principalmente cuentista, o es lo que más has desarrollado hasta ahora.
Sí, sí, sí. Y creo que no voy a decir que de esa agua nunca beberé, pero siento que yo no podría escribir una novela. Creo que es porque leo tantos cuentos que ya mi cerebro como que funciona en cuentos, ¿sabes? Incluso a veces es como que me gustaría hacer una película, pero siento que no voy a poder hacer una película completa, siento que siempre voy a estar haciendo cortos, porque siempre pienso todo como en escenas.
Eso la verdad es una ventaja, porque siempre va a haber más concursos de cuentos, creo. O sea, creo que el cuento es un formato más amigable que la novela. Siempre va a haber más oportunidades, digo yo.
Ahora, sería junto con la poesía uno de los géneros menos comerciales de la literatura.
Siento que son hacia los que hay más prejuicios. Cuando tú buscas libros de cuentos, lo primero que encuentras son cuentos de niños. Incluso cuando yo daba clases en bachillerato y les decía a mis alumnos que íbamos a leer cuentos, ellos pensaban que les iba a leer la Caperucita roja o los hermanos Gretel [Hansel y Gretel]. Y les tenía que explicar que no, íbamos a leer cuentos escritos por adultos para adultos.
Es muy raro, medio contradictorio también, porque Venezuela tiene una buena tradición cuentista. Pero también como que el canon impuso la novela, tenemos Doña Bárbara, tenemos Peonía… históricamente se ha legitimado que la novela es la OBRA de Venezuela y los cuentos: “Bueno si alguien quiere leerlos, aquí están, pero no importa tanto”.
¿Y cómo sientes que es hoy día y con las nuevas generaciones?
Siento que sí hace falta todavía empujar un poquito más el cuento. Sí creo que hay más talleres y hay concursos, y motivación a que participen en los concursos. En Círculo Amarillo o nosotras en Gato Negro hemos tratado de retomar otra vez el cuento. Pero hace unos años… por ejemplo, cuando yo estaba en bachillerato no leí casi cuentos. Y los pocos que me pusieron eran que si de Edgar Allan Poe. Entonces, lo sientes como muy lejano a ti. Deberíamos empezar a leernos más a nosotros mismos.
Hablaste de Gato Negro. Has estado súper involucrada también en la producción cultural. Cuéntame de esa faceta tuya.
Empezó en la universidad, justamente porque ahí fue cuando empecé a escribir cuentos; y empezó también con Breveléctric, justamente porque José Miguel [Ferrer] estaba buscando a personas que escribieran cuentos para que se leyeran en voz alta. Y eso fue una idea magnífica porque muy poca gente estaba leyendo cuentos en voz alta, había más que todo recitales de poesía. Y este fue como el primer proyecto que realmente le dio esa voz al cuento y a muchos cuentistas que estábamos escondidos entre nosotros.
Incluso para mí como cuentista era un mundo nuevo porque no había conocido a gente de mi generación que escribiera cuentos. Después fue evolucionando, José Miguel se fue del país, entonces también se fue Breveléctric y Gato Negro comenzó a seguir esa tradición.
Eso ha sido súper genial, creo que no hay nada mejor que darle voz a los que están aquí todavía y que lo están intentando. Está, por ejemplo, este chamo Juan Toro, que estudia Medicina y escribe. Él dice que nunca le habían dado el chance de poder participar. Es como que si participas en concursos y no te seleccionan, los cuentos quedan ahí engavetados para siempre. Esto le da una oportunidad a esos textos.
No necesitas ser el mejor cuentista, pero necesitas ser un cuentista bueno y que puedas leer tu cuento y eso tenga un impacto en la audiencia. Siento que Gato Negro es el espacio para hacerlo y tiene que existir.
Sí, te entiendo. Están como desconectados entre sí los jóvenes escritores en Venezuela.
No sé cuál ha sido tu experiencia en Círculo Amarillo, porque a veces pareciera que la literatura corresponde a solo un sector de la población. Como que si de literatura solo puede hablar la escuela de Letras de la UCAB, o solo la escuela de la Central. Y si entonces no eres de ese círculo donde todo el mundo se conoce entre ellos, quedas por fuera. O si no eres publicado, si no eres amigo de un editor, si no eres amigo de una editorial que te haya publicado o si no estás en papel, como que no existes. Entonces, tienes que esperar que tengas 40 o 50 años para que te reconozcan y puedas leer en público.
Eso en los más jóvenes se vuelve un miedo interno. Piensan: “No es que me dé miedo escribir, pero me da miedo decir que soy escritor, porque no estudio Letras o porque no conozco a otros escritores”. Creo que conocerse entre ellos y formar una comunidad donde todos seamos distintos, pero todos hagamos lo mismo, les da más confianza.
Y sí se ha formado ese espacio. En Gato Negro hay un mini círculo de personas que se conocen y que estudian todas carreras distintas, hacen cosas distintas, pero se unen por el cuento.
¿Cómo es el tema de Venezuela como país literario versus Latinoamérica y el mundo hispano en general?
Bueno, no hay mucho que decir sobre la situación editorial venezolana porque ya la conocemos. Sí ha sido desmotivante porque no hay oportunidades de publicación. Y todos al final como que buscan un espacio, ya sea en los blogs, digitalmente, o autopublicarse, autoeditarse y todo esto; pero no sé, también es como mi esperanza medio así de patriota enclosetada el sentir que vienen tiempos mejores. Y los que quedamos aquí como que tratamos de resistir así sea a través de la publicación digital, porque ya sabemos que editorialmente no hay una casa editorial fuerte que te diga “vamos a hacer un proyecto serio de publicación y de difusión”.
Es difícil. Tienes que seguir persistiendo hasta que encuentres la oportunidad. Como yo con Feroces. Seguí en talleres y seguí escribiendo hasta que llegó una oportunidad en un millón de que me dijeran “vamos a imprimir tu cuento”.
¿Conectas con los escritores de tu generación en Latinoamérica?
Yo digo que sí, sobre todo porque… no sé, creo que nunca he buscado como conectar tampoco. ¿Conectada en qué sentido?
¿Sabes lo que están haciendo? ¿Ubicas a tus contemporáneos de otros países? ¿Te sientes parte? ¿Sientes que estás aislada tú o Venezuela de esos movimientos?
Creo que Venezuela está aislada. No es como en Argentina. En Latinoamérica todos conocen a los escritores de Argentina, ya sea esta chama Samanta [Schweblin] y Mónica Ojeda, pero nadie conoce…
Mónica Ojeda es ecuatoriana.
Bueno imagínate, conocemos a alguien de un país que no es como súper famoso, pero nadie conoce a Venezuela. Es justamente también por este cierre editorial. ¿Cuántas editoriales de Venezuela van a ferias internacionales a promocionar a sus propios autores? Entonces es como que siempre es esta cosita aislada. ¿Cuántos autores internacionales vienen para acá? Y lo mismo, ¿cuántos autores de Venezuela van a ferias internacionales?
Obviamente me gustaría estar más conectada, pero siento que mi propia limitación aquí es difícil.
Sin embargo, a principios de siglo venían muchos, de hecho aquí dictaron talleres grandes escritores; la industria editorial estaba mejor. Aun así, había la sensación de que Venezuela seguía aislada en el mundo, como que no le interesaba mucho al movimiento hispanoamericano de literatura.
Sí, es lo que te digo, siento que hay una cosa muy venezolana en el círculo literario de mantenerse en una burbujita. Como que “aquí somos los que estamos en este café literario y nos conocemos nosotros diez y nosotros diez somos la literatura; y bueno, si alguien se quiere meter espero que sea igual a nosotros”.
¿Y cómo te defines tú? Como autora y a tu obra, digo.
Yo diría que soy escritora venezolana, pero es ponerse muy filosófico. ¿Realmente qué es ser escritor venezolano? Hay una cosa muy intensa de que si eres escritor de Venezuela, tienes que escribir sobre Venezuela. Si eres escritor de la ciudad, tienes que escribir de Caracas. Aquí hay una cosa muy fuerte con la crónica, con la escritura política, la escritura histórica. Hay como una presión ahí de que tú hagas lo mismo. Por eso es que escritores de ciencia ficción o fantasía se sienten menospreciados, porque es como que nadie lee eso, nadie publica eso y nadie reconoce eso.
Cuando hice mi tesis sobre los cuentos de Carolina Lozada, los jurados estaban en shock, no solo porque hice una tesis de alguien venezolano, sino porque la hice de alguien venezolano que no escribe cosas así, súper crónicas de ciudad en Caracas. No, no, no, esto eran unos cuentos de esta jeva que son loquísimos, son así medio ficción grotesca rara. Ellos mismos lo agradecieron mucho. “¡Por fin hay alguien que no hace una tesis de Doña Bárbara!”, dijeron.
Incluso hubo un compañero que hizo una tesis sobre la obra de Héctor Torres, que también es súper local, pues. O sea, súper crónica, así, de la ciudad. Entonces, cuando yo me veo como escritora en Venezuela, siento que hay mucha expectativa de lo que tiene que ser mi obra. No sé si la cumplo, pero sí sé que sí hay una influencia de lo qué es Venezuela en mí.
El cuento que me publicaron en Feroces es de la canción esta de Simón Díaz y tiene palabras criollitas: me encantan las palabras criollitas. Históricamente, si ven a mi literatura no tendría problema en que la reconocieran como literatura venezolana. Pero sí siento que hace falta que nuestra generación ya rompa con este ciclo de tener que narrar el país, narrar la ciudad… también es medio romántico y es un poco irreal: ya mi generación no quiere narrar la ciudad ni narrar país, ya estamos hartos de la ciudad y del país. Y también hartos de leer mucho lo mismo. Yo a veces veo los cuentos que quedan en los concursos y cada vez que uno es en Caracas siento que ya, que no quiero saber más nada que pasa en Caracas.
¿Y qué quieres narrar y contar?
Al menos yo quiero narrar estas cosas que no parecieran literatura venezolana. Creo que también porque me inspiro mucho en Carolina Lozada. Ella escribe sus cuentos y no menciona el lugar donde son, no tiene palabras locales, entonces el cuento pudo suceder aquí y en La Patagonia.
Ella tiene este cuento magnífico que se llama Encuentro con una mano muerta, que es de una jeva que descubre una mano muerta cortada en la basura y se masturba con la mano. Es súper raro, rompe con todos los códigos de decencia y de moralidad. Siento que es algo que no he visto en la literatura de acá. Por eso es que ella me sorprende tanto y siento que quiero seguir con esta corriente: narrar cosas que no sean lo mismo de siempre.
En los eventos que haces, ¿qué tipo de cuentos te has conseguido más entre los jóvenes escritores?
Creo que eso mismo. Hay una ruptura de siempre hacer lo mismo. Está este cuento de Leonardo Rivas, que vino de Mérida para un evento aquí en Caracas. El cuento era una mezcla de reportaje con diario, siento que yo no había leído algo así y me sorprendió mucho. Nos sentimos mal porque dijimos: “Este chamo pudo haber enviado este cuento a un concurso y nos lo mandó a nosotros” [risas]. Siento que sí hay algo que se está gestando en la movida de los cuentos venezolanos y que están haciendo cosas muy distintas.
¿Qué disfrutas más, escribir o producir?
Producir. Escribir es como incómodo. No sé si te pasa. Porque es como que tienes que escribir y después lo tienes que editar y lo tienes que leer. Es como este monstruo feo, incómodo, que creaste y ahora tienes que lidiar con él. Es como verte a ti mismo en esa escritura.
A mí me pasa que siento que lo que no me gusta de escribir es la autocrítica. Creas esta cosita y ahora es tu cosita y el que vea esta cosita va a decir: “Esto lo hizo Verónica Florez”. Es bueno o es malo. Y… ay, no, no quiero que critiquen a mi cosita.
Sin embargo, dijiste al principio que escribir era tu lugar feliz
Creo que con el tiempo deja de serlo, la verdad. Es como cada cosa que uno hace. Cuando empiezas escribiendo de chamo, estás lleno de sueños y felicidad. Empiezas a meterte en talleres y poco a poco con el tiempo te vas llenando de muchas expectativas, te vas llenando también de todos los rechazos de los concursos y de las publicaciones…
Siento que es mi lugar, no diría feliz, pero sí donde siento que puedo hacer algo y que ese algo me puede salir medianamente bien. Qué fino ser capaz de crear algo. Es bueno o es malo, no voy a pensar mucho en eso, pero puedo crear algo y es muy feliz saber que yo lo puedo hacer. No sé, es raro.
¿Y la producción sí la ves como un espacio conectado con tus intereses laborales?
Sí, claro. Cuando uno produce, uno tiene que darse la mano con este lado narcisista de uno y decir: “Sí, bueno, lo hago para darle una oportunidad a la literatura nacional y tal”. Pero también lo hago porque quiero tener un currículum y decir: “Yo hice este evento, míralo, qué bonito es; y estoy aliado con estas personas”. Siento que cada productor también tiene eso como que detrás de su cabeza, como que lo que más te puede enorgullecer de hacer un evento es poder decir que lo hiciste tú.
Yo había visto una clase de gestión cultural en la universidad. Siento que así se siente la gente que estudia Administración de Empresas y aprende a hacer una empresa y después alcanza la satisfacción cuando eso lo traslada a la vida real. Creo que ahí sí hay más satisfacción laboral adulta. Solo que, claro, vivir aquí de la gestión cultural no voy a decir que es imposible, pero sí es bastante difícil.
Vivir de la gestión cultural y de la escritura. Pareciera que todo lo relacionado con el arte es titánico en Venezuela.
Sí. Te lo dice alguien que estudió Letras y las personas le dicen “qué vas a trabajar con eso y qué se hace con eso”. Yo siento que aquí en Venezuela les encanta dar esta fachada de gente cultural y decir que es importante leer, pero cuando realmente se topan con alguien que trata de vivir de la escritura y trata como de promocionarla es como si no les importara.
¿Hacia dónde va Gato Negro?
Yo a veces siento que con Gato Negro es como que llegamos a un límite, como que no vamos a poder vivir de esto y renunciar a nuestros trabajos. Eso no va a pasar. Entonces como que siempre tenemos eso presente y a veces nosotras mismas nos intimidamos de crecer. Tú ves el panorama tan difícil que te da miedo expandirte.
Por lo menos yo le decía a Andrea [Leal]: no, no podemos cobrar un taller porque quién va a pagar para ver un taller con nosotros. Y Andrea, que es más optimista y un poco más realista, dijo: “Tú y yo tenemos carrera, Gato Negro tiene presencia y tiene un perfil: la gente va a sentir que no está malgastando la plata”.
Uno como gestor cultural también tiene que ser muy realista, la verdad. Es como que tú ves un panorama económico en el país en el que no todo el mundo puede pagar un taller.
Me llama la atención que enumeraste las dificultades económicas de crear en Venezuela; y los pocos espacios para expresarse, publicar, o para darse a conocer que tienen los jóvenes. Todo esto después de decirme lo optimista y lo comprometida que estás con el país.
[Risas] Es que hay que ser realista. Es como querer mucho a tu pareja y admitir que tiene muchos defectos [más risas].Sí, no sé, o sea, al final es el país donde nací, el país donde crecí. Yo, que nací en el 97, todavía tuve una oportunidad de ver un poquito de lo que era Venezuela y de lo que podía llegar a ser. Eso es lo que me da un poquito de esperanza, saber que Venezuela no es solo toda esta cagada política social que nos hicieron.
Siento que veo algo todavía aquí que se puede hacer y que hay que rescatar. Es como cuando digo que quiero ser profesora de bachillerato y la gente se burla de mí, preguntan ¿por qué dar clases en Venezuela? ¡Porque si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer?! Y porque me gusta y porque no tengo problemas en ser una persona que le dé también a las personas que están aquí un rayito de esperanza. Siento que eso es también Gato Netro. Me responden: “Bueno, pero tú podrías irte y trabajar en otro país”. Sí, pero es que quiero hacerlo acá.
*La literatura venezolana es un tema que abordará -con sus pros y contras- Ricardo Ramírez Requena en su nuevo taller. Deja de gastar tu dinero en chucherías e inscríbete en El mundo literario venezolano, hoy. ¿O quizá, más bien, tienes hecho el guion de un cortometraje y necesitas asesoría? Luis Bond te puedo ayudar.
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